La medalla olímpica (de oro, plata y bronce) que se entrega a los atletas vencedores en los Juegos Olímpicos muestra en una de sus caras la imagen de Niké, diosa griega de la victoria, y en la otra el logo de las Olimpiadas. Sin embargo, la imagen de Niké no ha figurado siempre en la presea olímpica y tampoco el premio ha sido todo el tiempo una medalla.
En la antigüedad, cuando comenzaron los juegos olímpicos, el galardón de los vencedores era un ramo o una corona de olivo, el árbol sagrado que simbolizaba la victoria y la paz. A los triunfadores los llamaban “olimpiónicos” y con el paso del tiempo fueron premiados no solo con la corona de olivo, sino también con regalos de valor material. Pero esto introdujo un factor de corrupción en las Olimpiadas y por eso el legislador y estadista Solón (640-559 antes de Cristo) decretó que el premio a los olimpiónicos debía tener un valor de quinientos dracmas como máximo, que según historiadores podían ser algo así como unos cuarenta dólares de la actualidad.
En el año 392 (o 394) después de Cristo, después de celebrarse en 291 ocasiones, los Juegos Olímpicos fueron prohibidos por el emperador Teodosio I, quien al adoptar el cristianismo como religión del imperio romano consideró que las Olimpiadas eran una manifestación de paganismo.
Pasaron unos mil quinientos años hasta que en 1896 se volvieron a celebrar las Olimpiadas. Pero no resurgieron de la noche a la mañana. Ya en 1859, por iniciativa de un comerciante griego llamado Evangelio Zappas, se celebraron en Grecia unos juegos deportivos con la pretensión de imitar las antiguas Olimpiadas. Se repitieron en 1870, 1875 y 1889, pero fracasaron por la poca participación y falta de apoyo económico y gubernamental. Hasta que los franceses Pierre de Coubertin y Henry Didon (este último educador y sacerdote dominico) promovieron la reanudación de los juegos, convencieron a diversos gobiernos que los apoyaran y gracias a sus esfuerzos en 1896 se realizaron en Atenas las primeras Olimpiadas de la era moderna.
Desde entonces se premia con medallas a los atletas vencedores, aunque en la primera Olimpiada moderna, la de 1896 en Atenas, la presea no era de oro, sino de plata, y de bronce para el segundo lugar. No hubo entonces premio para los terceros lugares. Tampoco las medallas de las primeras olimpiadas modernas tenían la imagen de Niké. La imagen principal de las medallas de plata y bronce para los vencedores en las Olimpiadas de 1896 era la de Zeus, con una pequeña figura de Niké junto a su rostro, como atributo de victoria del mismo dios olímpico.
Es a partir de la Olimpiadas de 1928 en Amsterdan, Holanda, que Niké aparece siempre en las medallas con que se premia a los atletas vencedores. Pero ahora lo de medalla de oro para los primeros lugares es solo un decir. En realidad la medalla “de oro” que se está entregando en Londres es 93 por ciento de plata, 5.66 por ciento de cobre y solo 1.34 por ciento de oro. En cambio la medalla de plata tiene 93 por ciento de ese metal y 7 por ciento de cobre, y la del tercer lugar sí es completamente de cobre.
Y aunque en algunos países se obsequia con dinero y objetos materiales a los atletas vencedores, el verdadero premio del éxito olímpico continúa siendo simbólico y moral, como en la antigüedad: es la gloria de la victoria representada por Niké.
La imagen de Niké, diosa griega de la victoria, no siempre figuró en la medalla olímpica y tampoco el premio ha sido todo el tiempo una medalla. Cuando comenzaron los juegos olímpicos, el galardón de los vencedores era una corona de ramos de olivo, el árbol sagrado que simbolizaba la victoria y la paz. Es a partir de la Olimpiadas de 1928 en Amsterdan, Holanda, que Niké aparece siempre en las medallas olímpicas.
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