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Comedia romántica dirigida por Woody Allen, tomando como base El Decamerón de Giovanni Boccaccio, donde varias historias giran en torno al sexo. LA PRENSA /Archivo.

¡Comedia!

Junto con Nueva York, París, Tokio, Viena y Ciudad México, Roma ha sido una de las metrópolis más visitadas por el cine.

Franklin Caldera

Junto con Nueva York, París, Tokio, Viena y Ciudad México, Roma ha sido una de las metrópolis más visitadas por el cine.

La vimos trepidar en Roma ciudad abierta (1945) de Rossellini; adquirir carácter simbólico en La dolce vita (1960) de Fellini; o deleitarnos con placer culposo en películas turísticas como Las siete colinas de Roma (1957; en la que Mario Lanza y Luisa DiMeo cantan Arrivederci Roma) o con Rossano Brazzi (seductor de turistas norteamericanas “viudas, solteras y una que otra casada”) en La fuente del deseo (1954) y Los amantes deben aprender (1962).

A estas alturas, Woody Allen hace cine con la misma facilidad con que Liberace tocaba el piano. Y como casi todos los grandes artistas, desde hace muchos años no ha hecho más que repetirse, aunque sus repeticiones, como las de Fellini al final de su vida, siempre son agradables. Excepcionalmente nos da algo original, como Vicky Cristina Barcelona.

A Roma con amor es su película más “light” (no requiere mucho del espectador). Allen tiene demasiado buen gusto como para darnos una colección de tarjetas postales en movimiento y demasiados años para caer en el jueguito de convertir la ciudad en una proyección de sus propias contradicciones psicológicas.

En este filme Roma (ciudad en la que el pasado se traga el presente) representa, simplemente, a Roma.

Los personajes que animan las diferentes historias de amor entrelazadas hablan como hablan siempre los personajes en las películas de Woody Allen (algo parecido a las piezas de Oscar Wilde, en las que todos se comunican por medio de citas citables con el sello del autor), pero el director es tan hábil en el manejo de los actores que sus diálogos se interiorizan de forma natural en la personalidad de cada uno de sus protagonistas.

Como un viejo prestidigitador que saca trucos de su bolso, Allen desafía a los cinéfilos a detectar conexiones con sus filmes anteriores: la relación maestro-alumno (en materia de seducción), entre el arquitecto maduro (Alec Baldwin) y el joven estudiante de arquitectura (Jesse Eisenberg, protagonista de La red social ), es un reciclamiento de la relación entre el fantasma de Humphrey Bogart (Jerry Lacey) y el propio Allen en Sueños de seductor (protagonizada y escrita por este, aunque dirigida por Herbert Ross).

Y la excéntrica e inconscientemente liberada Ellen Page evoca a Jessica Harper en Stardust Memories (1980), versión personal de Ocho y medio de Fellini, adaptada a la problemática del director neoyorquino.

Las astracanadas surrealistas (en la línea de Buñuel en El fantasma de la libertad ) no siempre funcionan en este filme autocomplaciente (abre con Nel blu dipinto di blu cantada por su autor, Domenico Modugno, con la orquesta del Festival de Sanremo). Las secuencias con Roberto Benigni ( La vita e bella ), en el papel de un hombre común y corriente arbitrariamente convertido en celebridad, resultan forzadas, igual que el asunto del cantante de ópera que solo funciona cantando bajo la ducha.

Completan el reparto Judy Davis, Penélope Cruz, Alexandra Mastronardi y un Allen que se acerca sin grandes aspavientos a los 80 años. Su próximo filme se encuentra en proceso de montaje.

Cultura Woody Allen archivo

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COMENTARIOS

  1. ixci
    Hace 12 años

    Creo que nos da una visión de como nacen las infidelidades de manera muy natural y sin culpar a nadie. Todas nacidas del deseo de amar. Ambientadas en Roma.

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