¿Qué significa poder ciudadano? Literalmente el concepto transmite la idea de una ciudadanía con poder, o de un sistema político donde la voluntad de sus habitantes manda. Su opuesto sería el de una ciudadanía impotente, sujeta a la voluntad de los poderosos.
La idea es pues, excelente. ¿Pero será la que tiene en mente Daniel Ortega? Es difícil saberlo. Muchos usan el lenguaje como Humpty Dumpty, el personaje quien en el cuento A través del espejo , de Carroll, sostenía que las palabras significaban lo que él quería que significasen. Pero si en verdad la aspiración de Ortega es empoderar al pueblo, en lugar de empoderarse él, le ayudaría estudiar la revolución americana de 1776, cuyo onomástico es este 4 de julio.
Antes de ella, los ejemplos de poder ciudadano habían sido excepcionales y limitados: algunas ciudades-estado griegas, cantones suizos y ciudades mediterráneas, en las cuales un sector de sus habitantes, usualmente propietarios, decidía colectivamente asuntos de interés común. Para el resto de la humanidad lo tradicional había sido el predominio de regímenes con soberanos absolutos-faraones, sultanes, mandarines, caciques, reyes y emperadores; sociedades sin ningún poder ciudadano pues el hombre común carecía de voz, voto y derechos. Aunque algunas monarquías evolucionaron a formas menos autocráticas, como Inglaterra tras “la revolución gloriosa” de 1688, nada se aproximó significativamente a lo que surgió en el nuevo mundo con la independencia de las colonias norteamericanas.
En una escala jamás intentada en la historia, toda una confederación de estados creó un sistema republicano basado en la proposición de que los gobernantes debían estar sometidos a la voluntad soberana de los gobernados. Este venía a ser en política lo que en astronomía había sido la revolución copernicana: así como ya no era el Sol quien giraba alrededor de la Tierra, sino al revés, ahora ya no era el rey quien ocupaba el trono, sino el pueblo. Los aspirantes a cargos públicos debían ahora reverenciar al pueblo rey, procurando su voto, cortejando sus preferencias, y evitando defraudarlo: el pueblo mandaba. Lincoln lo resumiría más tarde como “el poder del pueblo, para el pueblo, por el pueblo”.
Los fundadores del nuevo modelo estaban conscientes de lo difícil que era asegurar su permanencia en virtud de que todos los gobernantes, por el mero hecho de ser humanos, sufren la tentación de usar los poderosos músculos del mando para acrecentar su hegemonía. Habría pues que establecer mecanismos que limitasen su poder y aumentasen el de los ciudadanos. Entre los primeros destacaría la distribución del poder en ramas independientes —ejecutiva, legislativas y judicial— balanceadas entre sí por un complejo mecanismo de pesos y contrapesos. Entre los segundos el poder del voto, arma formidable con la que el pueblo podía subir o bajar a sus representantes o autoridades. También sobresaldría la declaración de derechos y garantías fundamentales, “The Bill of Rights”, de gran trascendencia por reconocer la existencia de derechos connaturales a todo ser humano, y por tanto, “inalienables” o irrenunciables.
Uno de ellos, el derecho a la libertad, sería la piedra angular del poder ciudadano. Pues no existe poder alguno sin libertad. El ciudadano que no puede decidir, elegir, opinar o disentir, ni tiene libertad ni tiene poder. Por eso el verdadero poder ciudadano solo existe y florece en las sociedades libres.
Si el comandante Ortega aspira a propiciar un verdadero poder ciudadano, debería reconocer que este solo aumenta a expensas del poder de los de arriba. También debería dejar de inspirarse en Cuba, donde criticar a Fidel puede costar 20 años de cárcel, sino en sociedades donde los ciudadanos mandan, con todo y sus imperfecciones, como Estados Unidos.
El autor fue ministro de educación y rector de Ave María University.
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