Luis Alvarenga
Pequeño incendio que llama,
febril, a ensayarse halcón
para traer las herrumbradas llaves de Dios.
El niño abre la casa:
él mismo saquea las macetas yermas,
la loza jamás puesta
en celebración
y escancia humedades
para siempre jamás custodiadas
por el polvo y las grietas.
El niño es el amo del engaño;
el que usó las llaves
y dejó las arcas vacías
—llenas de mares y caracolas.
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