Kaing Guek Eav, director del principal centro de detención y tortura del régimen de terror de los khmeres rojos de Pol Pot (1975-1979) en Camboya, fue condenado a cadena perpetua. Sobre su conciencia recae la muerte espeluznante y atroz de 16,000 camboyanos, murales de calaveras lo testifican. Él representó a una utopía agraria comunista, que envió a sus habitantes a trabajar en comunas, cerró escuelas, abolió el dinero, la propiedad privada y eliminó a los sospechosos de ser intelectuales durante el genocidio camboyano: 2.2 millones.
¿Qué hay en común entre el régimen khmer rojo y la Rusia soviética de Stalin, la China maoísta, Corea del Norte, Cuba y los extintos estados socialistas de Europa del Este? Que han sido Estados ateos y proscribieron las creencias teológicas hasta el exilio y la muerte. Se estima que el 48 por ciento de los cristianos camboyanos fueron exterminados por motivos religiosos durante el régimen de Pol Pot. La República Popular China se creó en 1949 y desde sus inicios mantuvo una posición hostil hacia todo opositor del Estado, incluyendo toda manifestación religiosa, destruyendo la cultura tradicional confucionista. La gente no solo perdió sus principios morales, sino que fue víctima de un perverso adoctrinamiento comunista. La moralidad pertenece al terreno de la espiritualidad, por lo que suele ser conceptual. El ateísmo del Estado chino se oponía a la cultura tradicional, para luego proceder a divulgar las modernas teorías darwinistas. Al igual que el daoísmo y budismo, el cristianismo no escapó de la persecución del Estado maoísta, quien acusó y asesinó a miles de clérigos por ser “terratenientes”.
“Nuestra propaganda incluye necesariamente la propaganda del ateísmo”. Con este aforismo de Marx, expresado en el Manifiesto Comunista, se creó la piedra angular de toda la ideología marxista atea sobre religión, considerando como enemigas de la nación y del pueblo toda manifestación de fe religiosa en la Rusia soviética. Cientos de obispos y miles de sacerdotes fueron masacrados. La mayoría de los seminarios religiosos cerrados y todas las publicaciones cristianas prohibidas, declaradas opositoras y contrarrevolucionarias. Los exsoviéticos lo atestiguan muy bien “vivimos en un Estado ateo, en donde solo el ateísmo se enseñaba, incluso trataron de prohibir y sacar a Dios de nuestros hogares”. Los resultados fueron muy claros, un enorme fracaso. Lo irónico es que el marxismo renuncia a la religión, no por su doctrina, sino por las acciones de los hombres religiosos.
En la Albania natal de Agnes Gonxha, la célebre madre Teresa de Calcuta, ocurrieron hechos similares después que el dictador albanés Enver Hoxha estableció en la Constitución de 1967 un famoso artículo: “Queda prohibida toda actividad religiosa”. Esto implicó que la simple creencia fuera tipificada como un acto criminal. La pena por una expresión del tipo “Alabado sea Jesucristo” al bendecir los alimentos significaban siete años de reclusión. Fueron años de catacumbas. Sin embargo, a pesar del terrible pasado trágico evocado por la Inquisición medieval, que hace derramar lágrimas de cocodrilo al ateísmo moderno, Oriana Fallaci, una escritora atea y prestigiosa periodista italiana, se reconocía parte integrante de la cultura cristiana y admitió antes de morir que esas conductas autoritarias quedaron enterradas en el pasado. En el siglo XX, los Estados ateos contemporáneos las hicieron renacer. Henry Kamen, erudito historiador, en su clásico libro sobre la leyenda negra de “La Inquisición española” refiere que en 350 años fueron eliminados 2 por ciento de los procesados, una cifra que Pol Pot ejecutaba en una tarde calurosa de Phnom Penh. El autor es Médico Cirujano
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