Un saco roto que se debe remendar
Eduardo Enríquez
Para mí la política de otorgar el seis por ciento del presupuesto general de la República a 10 universidades del país siempre ha sido una medida populista que se parece a un saco roto.
En estas 10 universidades del CNU se han vertido durante 20 años miles de millones de córdobas y nadie sabe a ciencia cierta qué resultados hay. Ese dinero viene de todos los nicaragüenses, ricos, pobres, letrados y analfabetas, jóvenes y viejos.
Y aunque es cierto que en el presupuesto de la República hay muchísimos rubros de donde exprimir para fortalecer el presupuesto de la educación primaria y secundaria, también es cierto que la política actual de entregar seis por ciento a 10 universidades puede ser mejorada para beneficiar a los más pobres y a los más brillantes, pero haciendo uso más racional de los pocos recursos que tenemos.
Por razones de espacio y porque ha sido el tema esta semana me voy a limitar a lo que se debería hacer con el seis por ciento. Primero que todo dejemos clara la inequidad: mientras cada uno de 994 mil niños que están en primaria recibe una inversión de 197 dólares al año, y cada uno de los 443 mil jóvenes que está en secundaria recibe una inversión de 118 dólares al año, cada uno de los 90 mil jóvenes que asiste a las universidades del CNU recibe una inversión de 1,154 dólares.
A esto hay que agregarle que del cien por ciento de los niños que entra a primer grado (que no son todos los que deben entrar, muchos se quedan fuera) solo el 48 por ciento termina el sexto grado. Y de ese 48 por ciento un buen grupo se queda fuera de la secundaria, pero de los que logran entrar a primer año igualmente solo la mitad logra terminar el bachillerato. Y de esos no todos entran a la universidad, en realidad, según cifras del CNU citadas por LA PRENSA, solo el 22 por ciento de los jóvenes que están en edad de asistir a la universidad, pero ese 22 por ciento está compuesto por los estudiantes de todas las 54 universidades que existen en el país. Los que disfrutan en realidad del 6 por ciento son solo los 90 mil alumnos de las universidades del CNU.
Ahora, debido a que no se mantienen cifras claras, no se sabe cuántas personas que en realidad necesitan becas para estudiar se benefician de ese 6 por ciento. Lo que queda claro a simple vista es que muchas de las personas pobres se ven obligadas a estudiar en las universidades privadas (44 en total) muchas de las cuales dejan mucho que desear. Tiene que estudiar ahí, pagando.
El Estado puede y debe garantizar la educación universitaria gratuita a los estudiantes pobres que tengan un rendimiento académico superior a, digamos, 85.
Pero habrá, y son la gran mayoría, estudiantes que quieren obtener un título universitario, no pueden pagar pero tampoco son excelentes estudiantes. Estas personas deben poder optar a préstamos estudiantiles que un año después de salir de la universidad deben comenzar a pagar para que los que vienen detrás tengan el mismo beneficio sin que el erario tenga que ser sacrificado. Todo lo que se ahorre pasa a la educación básica.
Esto no se puede hacer de un año para otro pero la modalidad se puede introducir de manera escalonada y al cabo de cinco o seis años la pirámide perversa que tenemos ahora en la educación se habrá invertido con el grueso de los recursos dedicados a la primaria.
Para terminar, una anécdota. Esta no es la primera vez que escribo sobre lo injusto de este sistema. Una vez un airado caballero me escribió en respuesta un correo en el que me decía que él era ingeniero gracias al 6 por ciento y que ahora su hijo entraba a estudiar también beneficiado por el seis por ciento.
Yo le contesté: “ingeniero, pero se supone que el Estado invirtió en usted, le ayudó a convertirse en ingeniero para que usted produzca los recursos para pagarle la educación a su hijo y que no sea carga del Estado”. El ingeniero jamás respondió.
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