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Ricardo Llopesa ha recopilado los sonetos de Rubén Darío tras muchos años de investigación.LA PRENSA/ CORTESÍA DE FERNANDO RINCÓN

Los sonetos de Darío

Ricardo Llopesa, el crítico e investigador dariano, habla de su nuevo libro, Sonetos completos, de Rubén Darío, una obra que le ha llevado años realizar y que esta vez será publicada en España por la editorial Visor

Marta Leonor González

Ricardo Llopesa salió de Masaya rumbo a España un 30 de septiembre, día de San Jerónimo, a las diez de la mañana, cuando el ambiente alegre se empezaba a llenar de cohetes y campanillas de los heladeros y gritos de las vendedores.

De la infancia y de los sueños de juventud, recuerda que nunca tuvo tratos con su padre y siempre los evitó, contrario a la relación con su madre, Justa López, a la que describe como una mujer recta, constante, que le enseñó el orden y el sacrificio, costurera con su hermana Chepita, a quien dice querer como una segunda madre, y su hermana Mayra.

Fueron estas mujeres quienes le indicaron uno de los caminos por donde seguir, lo enviaron a estudiar Medicina a Madrid, en 1965. “Mi hermana Mayra me apoyó cuando terminó la carrera de Magisterio y Ciencias de la Educación. La Medicina fue una carrera de la que me sentí defraudado, porque la anatomía se estudiaba en un cuerpo humano de plástico. Mi fracaso se debió a que hice tres meses en la UNAN, un selectivo para ingresar en la carrera, donde estudiábamos con muertos”.

Pero Madrid en ese momento no era una ciudad en la que estuviera a gusto, la soledad de España lo empujó a París, en 1966, para aprender francés y leer a Víctor Hugo. A los pocos días conoció al Cónsul General de Nicaragua en Francia, Luis Felipe Ibarra, quien le dijo que sería mal médico, que se quedara en París y estudiara en Francia. Ahí permaneció hasta noviembre de 1967, año en el que se había trasladado a Grenoble con una beca para estudiar literatura, pero el frío era tan insoportable como el silencio de la gente y le dijo a Ibarra que se volvía a España. “Él siempre me decía que tenía que conocer Valencia, que fue capital de España durante los últimos años de la República, y en Valencia mi amigo Ibarra cogió un barco que lo llevó a Marsella. Al frío se contraponía el cielo azul y las palmeras de las calles, cerca del mar Mediterráneo, un mar parecido a la playa de Granada”.

En la actualidad Llopesa, de 63 años, vive en Valencia, desde el año 1967. Empezó la carrera de Filosofía y luego la abandonó porque sentía la angustia de estudiar en un monasterio. Luego se apuntó a periodismo, pero estaba en manos de la Iglesia y no sabía que era peor.

“Finalmente, me matriculé cuando se abrió la Facultad de Filología, en 1972, pero al poco tiempo era tan amigo de mis profesores, nos íbamos de juerga y de fiestas y reuniones, que me parecía que me estaban regalando el aprobado y me retiré. Yo siempre quise aprender y luchar contra el destino adverso. Nunca quise defraudar a mi familia y un día le dije a mi mamá que en lugar de una placa que diga “Doctor”, porque los hay muchos, prefiero una que diga que aquí nací yo, para recuerdo de la familia. Como aventurero de la vida o como escritor, qué más da”, sostiene.
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Una vez radicado en Valencia, escribió sus primeros cuentos y poemas, que aparecen en importantes antologías como Narradores hispanoamericanos , publicada por el Instituto Nacional del Libro Español en 1972, y Poesía Hispánica , que dirigió el poeta y académico García Nieto.

Pero su vida literaria no se enmarcó solo en la creación, sino en la investigación sobre la vida y obra de Rubén Darío. Así nacieron varios libros: en 1988 publicó Poesías inéditas de Rubén Darío (Madrid, Visor); Treatros (1993, 2002), donde reúne artículos desconocidos de Darío sobre Sarah Bernhardt en Chile; Poesías desconocidas completas (1994), en colaboración con José Jirón Terán y Jorge Eduardo Arellano; Prosas profanas (Col. Austral, 1998, 2002, 2008), segundo gran libro del poeta nicaragüense; una “Biblioteca Rubén Darío” (8 vols., Valencia, 1996), y muchos títulos más.

Es miembro correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua, desde el año 1997. Nicasio Urbina, catedrático de Cincinati University, en su libro Miradas críticas sobre Rubén Darío (2005), dijo: “Ricardo Llopesa ha hecho un trabajo excelente de recopilación y estudio de la obra dariana (…). Llopesa, Jirón Terán y el polígrafo nicaragüense Jorge Eduardo Arellano representan un trío poderoso en la investigación de los textos darianos”. También estuvo a cargo de una edición de El canto errante de Rubén Darío (Valencia, Instituto de Estudios Modernistas, 2006), primera anotada y estudiada. En 2008 participó en la Trilogía de Rubén Darío , editada por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (León, Nicaragua) y en España por la Universidad de Alcalá, donde tuvo a su cargo la edición crítica de Azul…

Desde los años ochenta ha sido presidente del Instituto de Estudios Modernistas, apoyado por el gobierno valenciano.

En el año 1974, nueve años después de vivir en España, se casó, el 29 de septiembre, víspera de San Jerónimo, con Rosa Quilis, “a quien le debo la paciencia, el apoyo y la comprensión para hacer aquello que sólo eran sueños. Tuve dos hijos, Mireya y Nacho. No quise que ninguno siguiera el camino imaginario de la literatura, sino el práctico de la vida”.

Este año Llopesa estrena libro, un sueño en el que ha trabajado por años, Sonetos completos de Rubén Darío, por la editorial española Visor, que en unas semanas estará en las librerías. En está ocasión el académico y poeta habla de su nueva publicación y lo que implicó esta.

¿Qué lo motivó a reunir estos ciento cuarenta y dos Sonetos completos de Rubén Darío? Tengo entendido que es la primera vez.

En realidad son ciento cuarenta y dos sonetos y se publican por primera vez. Se llaman “completos”, pero ya sabemos que son “incompletos”, porque ahora irán apareciendo otros nuevos que han de agregarse en el futuro. Me ha movido la perfección del soneto y su estructura de unidad. Darío fue el primero en darle la dimensión de pluralidad, a través de la variedad de metros y la combinación de rimas. Todo un prodigio de riqueza musical de nuestra lengua.

Museo archivo rubén Darío que guarda algunas pertenencias  del poeta.  LA PRENSA/ARCHIVO.
Según usted, que ha estudiado por años al poeta Rubén Darío, ¿qué cree que para él han significado
especialmente los sonetos?

Para Darío el soneto era una meta de novedad, lo vaticina en el prosema “La cabeza”, número VI de los microrrelatos de “En Chile”, cuando exclama en el segundo párrafo: “¡Qué silvas! ¡Qué sonetos! La cabeza del poeta lírico era una orgía de colores y de sonidos”. Luego lo experimenta en el primer soneto alejandrino “Lastarria”, seguido de “Caupolicán”, ambos de 1888. Sostengo que conoció La poética (1757) de Luzán, para quien se podía escribir sonetos de doce, catorce, dieciséis y diecisiete sílabas. Un siglo después, Sinibaldo de Mas defiende esta teoría en su Sistema musical de la lengua castellana (1852). Por entonces, Moratín achacó la crisis de la poesía a la falta de atención que los poetas prestaron a Luzán. Darío leyó Sinibaldo porque de él tomó la estructura del verso de diecisiete sílabas que utilizó para escribir el soneto “Venus”.

El soneto ha tenido defensores y detractores desde los primeros tiempos de su creación, ¿hoy cómo ven los lectores y gustadores de la poesía este género? ¿Es una forma atractiva?

El soneto hoy en día es un género anticuado porque sigue escribiéndose como hace quinientos años Las formas literarias, como las modas, son pasajeras, pero el soneto echó raíces. Los juglares llamaban soneto a cualquier poema, hasta que entró en España a través de Boscán. Garcilaso le dio flexibilidad y Miguel Sánchez de Lima, en la primera métrica publicada en Alcalá de Henares, en 1580, lo delimitó tal como lo conocemos. Tuvo detractores como Castillejo, que defendió el octosílabo. Con Rubén deja de ser lo que siempre había sido, al escribir sonetos de 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 14, 15 y 17 sílabas, además de los polimétricos y el soneto de trece versos. Se ha dicho que el soneto es la perfecta cristalización de la poesía. Yo también pienso así. Lo malo está en la poesía que todavía escribe bajo los dictados de la métrica se haya acurrucado en la tradición, en lugar de continuar los pasos renovadores de Rubén.

Ya nadie sigue las leyes de la métrica, ¿por qué cree que el soneto es una forma caduca de la poesía?

El soneto tuvo dos etapas importantes, el Siglo de Oro español y el Modernismo, que fue netamente latinoamericano, puesto que España renunció a él, negándolo bajo la tesis del pensamiento de la Generación del 98. Es el momento en que la literatura en lengua castellana se bifurca, se parte en dos, sigue caminos similares, pero diferentes.

Entre sus criterios de edición aparecido en su libro, que será publicado por Visor, en España, usted sostiene que: “Desde el Siglo de Oro la poesía española no había tenido un poeta como Darío que pusiera tanto empeño en la modernización del soneto, efectuado no solamente en la métrica sino también en el acento versal y la rima”, ¿esta aseveración en qué la sustenta?

Desde “Caupolicán”, que figura en Azul…, el soneto es otro, diferente al tradicional, porque Darío se tomó el trabajo de escribirlo en distintos metros. En este libro figuran sonetos de doce, catorce y diecisiete sílabas y, por supuesto, al variar el metro los acentos cambian la música del verso. También saca del pasado ritmos nuevos. El soneto de seguidilla, con versos de doce sílabas de Azul…, es un ejemplo. Los layes, decires y canciones medievales, otro. La combinación de rimas es muy rica. Por tradición, consta de cuatro y las hubo hasta de cinco, pero Darío las combina a su capricho, de tal manera que juega con los cuartetos y los tercetos, introduciendo rimas francesas con españolas, con acentos llanos, agudos y esdrújulos. Sin entrar en la combinación de verso largo y corto. En este sentido, fue un prodigio musical y leer los sonetos es como escuchar una sinfonía escrita en versos.

Para la compilación de los sonetos de Rubén Darío y su estudio, ¿qué dificultades encontró y cómo fue ese proceso, qué criterios usó?

El estudio lo escribí hace unos diez años, durante el mes bullicioso de las Fallas de Valencia. Me encerré para no oír los morteros. Para entonces tenía la mayoría de ellos, a excepción de los sonetos desconocidos que han ido apareciendo. Muchos de estos los habíamos publicado en la edición española de Poesías desconocidas completas, cuya autoría compartí con mis amigos José Jirón Terán y Jorge Eduardo Arellano. Los poemas siguen un orden cronológico en aquellos que no figuran en libro, respetando el criterio de Darío para aquellos publicados..

Para todos los investigadores de la obra dariana el principal problema con el que topan es que Rubén modificaba sus poemas, corregía; al rededor de esto hay ediciones que entran en grandes desacuerdos sobre sus textos. ¿Cómo enfrentó esta situación?
Ricardo LLopesa. LA PRENSA/ CORTESÍA.

Azul… puede ser un ejemplo para detectar esas variantes. La segunda edición, la de 1890, fue corregida, agrega poemas, una sección en francés y varias páginas de notas. En la tercera edición, de 1905, corrige y elimina. En esa línea es importante la edición crítica de Ernesto Mejía Sánchez y la del mexicano Alfonso Méndez Plancarte, publicadas en 1952, en México y Madrid, respectivamente. Hay ediciones de Darío llenas de erratas. En esa labor de limpieza han contribuido las nuevas generaciones, donde entran Jorge Eduardo Arellano, Alberto Acereda, Álvaro Salvador y José María Martínez, entre otros. Yo seguí las últimas ediciones de Darío que se dan por válidas. No obstante, me vi obligado a devolver el título que le dio Darío a siete sonetos que Méndez Plancarte había cambiado. Es un trabajo muy delicado. Por poner un ejemplo, cuando publiqué la edición de Prosas profanas (1998) en la Colección Austral de Espasa-Calpe, las anteriores a la mía tenían una media de diez erratas por página.

¿Cuándo inicia esta labor de promoción y estudio de la obra de Rubén Darío?

Me inicié en la investigación de Darío a raíz de la edición de Poesías inéditas, editadas por Visor, en 1988. Pasé de cuque a fraile, porque tenía un “Restaurante Nicaragüense”, el primero y único en Europa, y de ahí salté a Darío. Muchos amigos se sorprendieron. Pero la vocación la cogí como un virus en París. París me deslumbró. También me enseñó quién era y de dónde venía.

¿Qué le ha motivado a ser investigador?

La ilusión de decir que soy un masaya que salí a estudiar y no he regresado porque sigo estudiando, que es lo querían mi mamá y mi tía.

A lo largo de su vida intelectual ¿cómo le gustaría ser recordado?

Yo no veo la vida como algo serio, ni eterno, ni trascendental, sino como el recorrido a través de una aventura mental. Eso ha sido mi vida y me gustaría ser recordado como un hombre que vivió para vivir con pasión. Fui mal hijo y mal esposo, pero son las mujeres a las que agradezco esta vida.

¿Cómo se encuentra con Darío, hubo algún hecho que lo conmovió?

Descubrí a Darío en París, en 1966, en casa del cónsul de Nicaragua Luis Felipe Ibarra, hermano de Salomón, el autor del Himno Nacional, e hijo de Felipe Ibarra, quien fuera el maestro que inició a Darío en la poesía. Ibarra me habló de la pobreza en que vivió en París. No podía imaginar que un hombre con tanta gloria pudiese vivir en aquella situación. Luego conocí al escritor uruguayo Hugo David Barbagelata, quien fuera secretario de José Enrique Rodó y había conocido a Darío en 1910. Él me habló de su alcoholismo. Para entonces tenía 18 años y escribí mi primer artículo, que apareció publicado en España.

¿Cuál es el poema de Darío con el que usted se identifica?

“Melancolía”. En eso comulgo con el actual presidente de la Academia. En la vida todos padecemos del mal de la melancolía.

La Prensa Literaria

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