Querida Nicaragua: En primer lugar quiero agradecer a los centenares de personas que me han llamado, tanto de dentro como de fuera de Nicaragua, a los miles de correos electrónicos recibidos y a los llamados telefónicos de amigos muy cercanos, por sus felicitaciones en relación a mi supuesta candidatura presidencial.
En segundo lugar quiero aclarar que yo en ningún momento me he lanzado a una candidatura más, que sólo vendría a aumentar la trágica división de la oposición al danielismo, que sin la menor duda le está entregando el poder en bandeja de plata. Yo no me he lanzado como candidato. No tengo ningún interés en propiciar más divisiones. Todo lo contrario. Eduardo Montealegre ha estado sugiriendo que está dispuesto a renunciar a su candidatura si todos los candidatos son capaces de hacerlo, y propiciar una unidad nacional que escoja a uno de tantos personajes notables que efectivamente hay en nuestro país.
En determinado momento se pensó en mí y se me preguntó si yo aceptaría ir a esa candidatura unificadora de “toda la oposición”. Algo así como lo que ocurrió en el 89 cuando se escogió a doña Violeta como figura unificadora y se logró ganarle al frentismo en la urna electoral. Yo contesté que sí aceptaría.
Algunos de los candidatos actuales han dado declaraciones en el sentido de que aceptarían renunciar a sus candidaturas, siempre que renuncien los otros, para apoyar la del suscrito, junto con todas las fuerzas opositoras de la nación, o al menos por las más fuertes de ellas. Otros candidatos han callado y otros como el doctor Arnoldo Alemán han expresado que no renunciará a su candidatura.
Eso es lo que ha ocurrido hasta hoy. Yo quiero aclarar una vez más que no tengo interés en participar en elecciones primarias, que no tengo interés en fundar ningún grupo político nuevo que sólo vendría a dividir aún más y por lo tanto a darle mayor poder al partido de don Daniel Ortega. Me entusiasma la idea de que todos los candidatos fueran capaces de renunciar para formar una oposición unida, invencible, pero los acontecimientos me están diciendo que ésa es una idea utópica, es como un sueño.
Cuando se me propuso la idea, empecé a soñar en la revolución de la honestidad, en cambiar radicalmente este país y hacerlo habitable, respetable, vivible, en convertirlo realmente en una república democrática.
Yo no aspiro al poder por el poder mismo, no aspiro a seguir imponiendo el estado botín que ha sido la práctica histórica en nuestro desdichado país, no quiero ganar dinero a costa del Estado. Quiero un gobierno de auténtica austeridad, y de llegar a la Presidencia sería el primero en bajarme a la mitad el salario y el de mis ministros para usar ese dinero en el inicio de un plan educacional que sacará de la pobreza y la ignorancia a nuestra pobre gente. Quiero hacer una práctica diaria del pensamiento del apóstol de América, José Martí, quien dijo: “La Patria es ara, no pedestal. Se le sirve, no se le toma para servirse de ella”.
Hay que seguir luchando para que todo esto sea posible. Pero no es el camino correcto luchar separadamente, vivir en eternas rencillas partidarias como las que vemos en nuestros partidos llamados democráticos.
La lucha debe seguir en busca de la unidad total de todas las fuerzas opositoras de la nación, sin discriminación. Partidos políticos, grupos gremiales, empresariales, sindicatos, juventud, mujeres, obreros y campesinos, intelectuales y artistas, etc. De no ser así, tendremos danielismo para largo rato.
Yo seguiré en mi lucha unificadora y estaré siempre listo si se requiere mi presencia. Unidos seguro que ganamos, separados, jamás.
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