Querida Nicaragua; cuando al guien habla de la guerra, de una guerra fratricida, se me espeluzna el cuerpo. La guerra es algo horrible en todas sus vertientes. Hay muertos en cantidades, el pueblo se deshumaniza viendo tanto cadáver que llega de los campos de batalla…
Los gobiernos inmediatamente decretan el estado de sitio, se terminan todas las libertades, se impone el servicio militar obligatorio y se comienza a perseguir a los adolescentes para enviarlos a la guerra. Se escasean los productos de consumo popular, se confiscan los alimentos para enviarlos a las tropas, se vive en constante zozobra, se busca el exilio o se somete el ciudadano a la nueva situación dictatorial causada por la guerra.
¿Qué puede ser necesaria una guerra en determinadas circunstancias? Es posible. Pero es la mayor desgracia que puede sufrir un pueblo. Retroceso tanto moral como material. La guerra es una tragedia histórica.
Yo confieso que después de vivir la guerra de los ochenta en contra del frentismo y de ver la desgracia y la ruina en que quedó nuestro pobre país, es un pecado mortal seguir pensando en la guerra. Confieso que prefiero mil veces la lucha cívica. Además de que, no creo que en estos tiempos haya país alguno que le pueda ayudar a un movimiento guerrillero en formación. Los únicos que pueden ayudar son los narcotraficantes o los traficantes de armas y eso nos llevaría a una desgracia peor aún.
Si alguno de ustedes no ha visto la película El mundo de los aventureros , protagonizada por Jean Paul Belmondo, —búsquela, debe estar en internet—.
Ahí se dará cuenta de lo que son los movimientos guerrilleros. Y sobre todo cómo terminan los vencedores apoderándose de todo y sustituyendo la dictadura con otra peor. Siempre hay uno que se vuelve el mandamás y que se apodera hasta del palacio presidencial al que en el futuro llamará siempre “mi palacio”.
En la película el mandamás es “El Lobo”, es su seudónimo. “El Lobo”, una vez instalado en el poder provoca un accidente donde muere un diplomático distinguido que le puede hacer sombra. Es precisamente el padre de su mejor colaborador en la guerrilla, del que ha conseguido fondos en Europa para armas y pertrechos.
En definitiva, “El Lobo” es el jefe que logra derrotar a una feroz dictadura de derecha, pero se convierte él mismo, en un dictador peor que aquel al que derrocó. Es la historia de siempre. El pueblo queda en la misma desgracia, hambreado y pobre. Hay una nueva clase de guerrilleros que se apoderan de todo y se vuelven millonarios.
Mire el retrato del pueblo de Cuba. Fidel Castro ganó la guerrilla que comenzó con la toma del cuartel Moncada, prometió el cielo y la tierra, entró a la Habana con un crucifijo colgando del pecho y prometiendo elecciones libres que nunca dio. Lleva más de cincuenta años en el poder. Mirémonos en ese espejo.
Las guerras intestinas son eso. Sufrimientos sin límites, desgracia de los pueblos y sustitución de unos dictadores por otros dictadores peores.
La historia nos lo dice en cada una de sus páginas desde el siglo antepasado, desde antes de la independencia de 1821. Por eso, no creo en la lucha armada. Creo en la lucha cívica, en el diálogo constructivo, inclusive en la protesta popular, en la defensa de los derechos humanos y políticos, pero sin llevar a los pueblos a la lucha armada, la peor de las desgracias.
El autor es director general de Radio Corporación
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