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Obama, el fenómeno del cambio

[doap_box title=”” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”] Barack Obama tiene tanta experiencia en temas internacionales como la tuvieron en este mismo momento de la campaña Kennedy y Bill Clinton. Es decir, sabían muy poco. Lo mismo puede decirse de Reagan. ¿Y quién sospecharía que iba a jugar un papel tan crucial en el fin de la Guerra Fría? […]

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Barack Obama tiene tanta experiencia en temas internacionales como la tuvieron en este mismo momento de la campaña Kennedy y Bill Clinton. Es decir, sabían muy poco. Lo mismo puede decirse de Reagan. ¿Y quién sospecharía que iba a jugar un papel tan crucial en el fin de la Guerra Fría? ¿ Y no era el anterior gobernador de Texas un novato en política exterior cuando asumió en 2001?

Una de las campañas más históricas y simbólicas de Estados Unidos entra a su recta final. Lo que millones aún no creían, se hizo realidad. Por primera vez en los 232 años de vida independiente, un hombre negro disputará la Presidencia por uno de los dos grandes partidos.

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Tras cinco meses de una batalla sin cuartel, de duros ataques y no pocos deslices, durante la cual más de 38 millones de personas votaron en 50 Estados, el senador de Illinois Barack Obama aseguró la nominación del Partido Demócrata. La disputa de la candidatura presidencial era de por sí histórica: un afroamericano y una mujer la protagonizaban.

Obama es un formidable fenómeno político. Se le compara con J. F. Kennedy en los años sesenta o con Ronald Reagan en los ochenta, ambos presidentes que supieron capitalizar el espíritu de sus respectivas épocas. “Change we can believe in” es el lema de Obama: “El cambio en el que podemos creer”. El reto es ahora venderlo a la mayoría del electorado.

Es indudable que la senadora Hillary Clinton ha acumulado una experiencia mucho mayor en asuntos de gobierno que Obama. Fue una Primera Dama influyente; como esposa de Bill Clinton enfrentó con habilidad y enorme dignidad el escándalo sexual por el romance con Monica Lewinsky; luego fue elegida senadora por Nueva York. En este momento la señora Clinton posee, por ejemplo, una experiencia en política exterior mucho más vasta que la que tenía su marido cuando ganó la Presidencia en 1992; hasta ese entonces, Bill Clinton había sido el gobernador del pequeño Arkansas, el Estado más pobre de la Unión.

Se dice que el clan Clinton, con toda una vida en la política, tiene ya demasiados compromisos con poderosos intereses de los distintos grupos de presión (lobbies) y que carga con muchos de los lastres de la política tradicional de Washington. Sin embargo, ningún poder presidencial puede ser ejercido efectivamente sin alianzas y sin la indispensable negociación con el Congreso, cuyos miembros son influenciados por los distintos “lobbies”.

Pero la política no necesariamente es así. No siempre gana aquél que tiene más experiencia.

En Estados Unidos hay una inmensa sed de cambio tras ocho años de George W. Bush, de polémicas medidas de la guerra contra el terrorismo y de pretextos amañados —como las famosas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein— que, para algunos activistas independientes, mermaron los derechos civiles, y de la desastrosa guerra en Irak que ha costado muy caro: miles de soldados muertos y heridos; un estancamiento estratégico que ha favorecido al archienemigo iraní, un gigantesco déficit económico y el deterioro de la imagen internacional y de la credibilidad. Encima, el país está en recesión.

Nadie negará que el afroamericano es una figura con méritos propios formidables. Obama se proyecta, en los ojos de millones de sus conciudadanos, como la encarnación de la capacidad profunda de renovación de la sociedad estadounidense.

Lleva apenas dos años en el Senado; es decir, es difícil asociarlo con los “amarres” tradicionales y los juegos de poder, un señalamiento del cual es difícil librarse para Hillary Clinton. Obama tiene apenas 46 años; su padre es un keniano musulmán que estudió en Estados Unidos y su madre una mujer blanca; estudió Derecho en la Universidad de Harvard y posee un historial de activismo en su Estado de Illinois; ha sido un abogado brillante. Es un hombre de éxito, una encarnación moderna del sueño americano y un ejemplo inspirador para la gente de las minorías. ¿Qué candidato más idóneo para un cambio?

Obama tiene tanta experiencia en temas internacionales como la tuvieron en este mismo momento de la campaña Kennedy y Bill Clinton. Es decir, sabían muy poco. Lo mismo puede decirse de Reagan. ¿Y quién sospecharía que iba a jugar un papel tan crucial en el fin de la Guerra Fría? ¿ Y no era el anterior gobernador de Texas un novato en política exterior cuando asumió en 2001?

Al contrario del unilateralismo de Bush, Obama dice que reforzaría el papel de la diplomacia y la cooperación ante los problemas internacionales.

¿Qué significaría una presidencia demócrata de Obama para Centroamérica?

El líder afroamericano se opuso al DR-Cafta. Se ha pronunciado contra el TLC con Colombia y por una revisión del DR-Cafta y hasta del Nafta con México y Canadá para agregar cláusulas sociales. No es extraño: el candidato es muy sensible a la postura de los sindicatos, una de las principales bases electorales demócratas, enemigos de los acuerdos de libre comercio.

Un crítico del DR-Cafta, el teórico de izquierda Oscar René Vargas se alegraba un día de éstos con la perspectiva de una revisión del tratado de Centroamérica con EE.UU. Esto es una posibilidad, pero habrá que esperar al final de la campaña y muchas veces lo que se dice entonces, es moderado posteriormente.

En cuanto a inmigración, Obama fue favorable a una reforma migratoria que daría una oportunidad de legalización a millones de indocumentados. Pero hay un ánimo antiinmigrante muy fuerte y cualquier iniciativa sólo podrá ser aprobada por el nuevo Congreso.

Sin embargo, para hacer su sueño realidad, Obama debe derrotar en noviembre al republicano John McCain, un formidable adversario y un hueso duro de roer.

Analista de temas internacionales

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