14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Clinton y el juicio de la historia

  • A Clinton nadie lo acusará de haber sido un gran gobernante, pero tampoco de un mal presidente

Carlos Alberto Montaner*

El periodista miró fijamente a los ojos a la señori-ta Mónica Lewinsky y le preguntó: “¿No hay algo bueno que usted recuerde del presidente Clinton, algún dato positivo que lo redima en su memoria?”. La famosa ex becaria se quedó unos segundos pensativa, y con una expresión totalmente inocente respondió: “que no fumara en pipa”.

Me temo que los escabrosos detalles de las relaciones entre Bill y Mónica acompañarán para siempre, en forma muy destacada, las reseñas históricas del pronto ex presidente norteamericano. ¿Por qué? Porque no hay nada que entusiasme más al bicho humano que la descripción minuciosa de cualquier transgresión de las reglas llevada a cabo por una criatura principal. De eso viven las revistas del corazón, los noticieros y las tertulias entre amigos. Es posible, incluso -conjeturan los sociólogos- que ese tipo de chisme miserable sea un mecanismo de contención de la especie. La murmuración y la vergüenza que de ellas se derivan suelen domarles la entrepierna a las criaturas más audaces, algo que parece tener cierto valor en las sociedades que postulan las virtudes de la monogamia.

En realidad es una pena que la anécdota de los amores en el Salón Oval desvíen la atención del juicio sereno que merece Clinton tras sus ocho años de inquilino de la Casa Blanca. ¿Ha sido un presidente notable, mediocre o malo? Veamos: en el terreno económico no hay duda de que hizo su tarea acertadamente. Durante sus dos mandatos Estados Unidos vivió una época de notable auge, el desempleo se redujo hasta casi desaparecer y -por lo menos en los últimos cuatro años-, la bonanza económica se tradujo en un alza considerable del nivel de vida de los norteamericanos. Por otra parte, el superávit fiscal permitió reducir drásticamente la deuda nacional y disminuyó considerablemente el número de norteamericanos pobres que requería asistencia pública.

Es verdad que las medidas de gobierno de Clinton en materia económica tuvieron un tinte conservador perfectamente asimilable al programa de los republicanos, pero eso lo enaltece: si hubiera insistido erróneamente en una política de excesivo gasto público y aumento de la burocracia federal, hubiera satisfecho al ala izquierda de su partido, pero los resultados hubiesen sido otros. Tal vez el mayor error de Gore, cometido en las últimas semanas de campaña, fue apartarse súbitamente del ejemplo de Clinton, y comparecer ante los electores como un demócrata clásico de corte rooseveltiano, y no como un demócrata conservador de la (todavía) era reaganiana, imagen mucho más próxima a los paradigmas vigentes en la sociedad estadounidense contemporánea.

Si en el orden doméstico nadie puede negar que Clinton fue un presidente eficaz y sensato, no puede decirse lo mismo en materia de política exterior. En este campo la confusión entre principios e intereses fue total: estrechó lazos con China acogiéndose a la cómoda superstición de que los vínculos económicos acelerarían la llegada de la libertad a ese país. Falso: ocho años más tarde la dictadura China es más poderosa, represiva y amenazante que nunca. Todo lo que esa estrategia escondía eran los intereses económicos de los grandes empresarios norteamericanos. Maquillaron la codicia para dotarla de una falsa contextura moral. Y lo curioso es que mientras se defendía esta táctica de acercamiento a China y de fortalecimiento de los vínculos económicos, los estrategas que la propugnaban -Sandy Berger, por ejemplo-, aceptaban que la desaparición por implosión de la URSS había sido consecuencia de la creciente crisis económica deliberadamente provocada durante la Guerra Fría. Por una punta proclamaban que habían puesto fuera de combate al comunismo ruso arruinándolo en la carrera armamentista y retándolo en el terreno de la competencia económica, pero por la otra aseguraban que la mejor estrategia para terminar con el comunismo chino era colaborar con su gobierno y enriquecerlo. O sea, la esquizofrenia.

Tampoco resultaba coherente ni creíble la estrategia contra los estados terroristas. Tan pronto lanzaban un incierto cohetazo contra un supuesto laboratorio de armas químicas y biológicas en Sudán -que resultó ser una fábrica inofensiva-, como ignoraban nerviosamente las denuncias de los científicos rusos que montaron en La Habana, a ciento treinta kilómetros de la Florida, unas terroríficas instalaciones destinadas a los mismos fines que se pretendía erradicar en el remoto país africano. Algo igualmente contradictorio ocurría con Corea del Norte: ante los clarísimos síntomas de que esa enloquecida tiranía había desarrollado armas atómicas y cierta cohetería capaz de transportarlas, todo ello en medio de una devastadora hambruna consecuencia de las locuras faraónicas del desaparecido Kim II Sung, se ponía en práctica una dudosa estrategia de apaciguamiento que ignoraba o ponía entre paréntesis las violaciones de los derechos humanos que padecen los norcoreanos bajo el gobierno comunista, mientras se estimulaban los peores instintos de ese régimen: ahora Kim Jong-Il ya sabe que una política temeraria y agresiva basada en el chantaje y la amenaza rinde dividendos.

¿Será benigna la posteridad con Clinton? El juicio será mixto. Nadie lo acusará de haber sido un gran gobernante, pero tampoco de haber sido un mal presidente. Quienes lo vimos hablar y actuar sabemos de su inmenso encanto personal y de su capacidad de seducción, pero las generaciones venideras tendrán una percepción distinta, tal vez menos generosa. Para su desgracia, la historia de sus indudables éxitos en materia de política económica compite con la de sus flaquezas como ser humano y con su inconsistencia en el terreno de los valores. Probablemente el resumen esquemático sea más o menos así: fue un buen político; no un gran estadista. [©FIRMAS PRESS].  

Editorial
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí