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Pactismo, nuevo mito de la política nacional

  • Los abstencionistas no arreglarán la situación del país, pero no se les puede culpar. Los culpables serán los incapaces de ofrecer al pueblo una opción frente al pactismo, frente a las paralelas históricas, frente a la repartición del presupuesto y frente a la politización de las instituciones del Estado

Mario Alfaro Alvarado

Comenzó la danza de las candidaturas y al mismo ritmo empezó a subir el barómetro de la desconfianza. Nicaragua sufre una severa crisis de credibilidad. La población mide a los candidatos con un rasero único: no espera de ellos nada nuevo porque son la renovación obligada de lo que ya existe. Y lo que existe no colma las ansiedades del pueblo y lo mantiene empachado de frustraciones y desengaños.

No son candidatos ni candidaturas lo que el pueblo desea ver en el escenario nacional; sino programas que ofrezcan cambios, alguien que diga, al menos, “no les ofrezco el cielo, pero sí el purgatorio”. Después de todo, en el purgatorio no mueren las esperanzas. Pero seguimos navegando en la estigia de la incertidumbre, en la desconfianza permanente de que todo seguirá igual y lo igual no tiene futuro, es la negación de los cambios que el pueblo espera con apremio.

El juego electoral del año que viene se jugará con la misma ley excluyente, limitante, restrictiva, creada por el pacto para restaurar las paralelas históricas. El Consejo Supremo Electoral, sumiso y obediente, se despojará de las apariencias legales y de las formalidades constitucionales, si es necesario, para imponer el proyecto político que los jefes le han ordenado.

Tampoco espera el pueblo de los otros partidos políticos. ¿Cuáles son esos otros partidos políticos? Los mismos de antes, con los mismos devaneos, los mismos procedimientos en sus “modus operandi”, las mismas ambiciones personales, el mismo celestinaje para participar del pastel presupuestario sin acertar a ofrecerle al pueblo algo distinto. Tal vez si se reúnen con el pueblo, se confunden con él, le proponen un programa nacional para cambiar el actual estado de cosas por otro diferente, avalado, respaldado, fiscalizado por las organizaciones civiles, se puede producir el gran viraje que Nicaragua demanda, que todos los nicaragüenses necesitan para sobrevivir como nación, como país, como sociedad.

El ingenio humano es inagotable y por eso es que el hombre ha podido sobrevivir como especie viviente y desarrollar el grado de civilización que ha alcanzado. ¿Carecen los nicaragüenses de ingenio, de voluntad, de imaginación para salir de la trampa histórica que les han montado dos partidos aliados en un pacto para repartirse el país?

Cuando hablan los candidatos parece que se refieren a otro país o que los nicaragüenses son seres amnésicos, que olvidan al día siguiente lo que vivieron el día anterior. Cuando los candidatos se refieren a sus partidos, presentan un modelo que no existe ni en sus propias mentes; dicen practicar lo que no practican y ocultan lo que realmente practican. Sin embargo a nadie sorprenden porque hay cosas que no se pueden ocultar.

Para los candidatos liberales, negociar con los sandinistas parece ser su más acariciada prioridad. (Ver LA PRENSA del 6 de diciembre, Página 3 A). El pacto se ha convertido en el nuevo mito de la política vernácula. Los sandinistas no necesitarían pactos ni arreglos políticos frente a un gobierno que preferentemente cumple él mismo todas las leyes y las haga cumplir a los demás. Si los sandinistas en realidad se democratizan, lo cual no han demostrado todavía, les bastaría que un Estado de Derecho les respete sus derechos y les exija respetar el derecho de los demás. Pero no existe tal Estado de Derecho.

Si no se produce un cambio, el destino de este país será vivir bajo un permanente pacto de no agresión entre las cúpulas sandinista y liberal. ¡Y a los demás que se los lleve el diablo!

Los abstencionistas no arreglarán la situación del país, pero no se les puede culpar. Los culpables serán los incapaces de ofrecer al pueblo una opción frente al pactismo, frente a las paralelas históricas, frente a la repartición del presupuesto y frente a la politización de las instituciones del Estado.

* El autor es periodista.  

Editorial
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