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En letra pequeña

Fabián [email protected]

Trabajo sucio

En las elecciones del 96, tuve la oportunidad de conversar con un tipo que se dedicaba al terrible oficio de la propaganda negra. Era, como se imaginaran, alguien venido de la Seguridad Sandinista, a quien junto con otros de sus colegas, los “jefes” les habían encomendado la ingrata misión del trabajo sucio electoral: desprestigiar adversarios, inventar disidencias en los partidos rivales, filtrar documentos en los medios, entre otras cosas. No se crea que eran muy expertos, pues su escuela nunca fue electoral, y no resultaba difícil identificar la mano de aquél y sus compinches en los abundantes documentos anónimos que circularon.

A la papelera

Tan burdos resultaban muchos de esos anónimos que los medios los tiraban sin compasión a la papelera, y eran pocos los que le daban espacio en sus páginas como noticias de rellenos, más por hacer la maldad que por creer algo de aquello que decían los panfletos salidos de esas oficinas de “inteligencia”.

A la primera plana

Después de cuatro años yo creía que la estrategia de la propaganda negra iba a cambiar, que no a desaparecer. Pero parece que el talento o la creatividad está escaso y por ahí veo manos como las de aquel tipo, inventado, por ejemplo, un grupo G-11, que supuestamente reuniría a once directivos liberales y que sorprendentemente casi todos los medios le han dado cabida a pesar de basarse en textos escritos en computadoras que nadie firma y de los que nadie se responsabiliza.

No lo mataron

Ojo, que no exista el G-11 más que en la imaginación de un equipo de propaganda negra, no quiere decir que no exista disidencia liberal. Los que hacen propaganda negra saben que ningún rumor sobreviviría si no tiene algo de verdad para apoyar la mentira. Y tan bien les ha ido con éstos con su G-11, que aunque todo parecía indicar que lo matarían después de las elecciones municipales decidieron mantenerlo vivo para las elecciones del 2001.

Explicación

La única explicación que he encontrado para tan amplia acogida a un invento de escritorio es que hay muchos interesados en encontrar una disidencia liberal así de rotunda, así de organizada, como la que ha elaborado aquel señor con sus compañeros de trabajo.

Autoengaño colectivo

Y hemos visto a gente tan seria como don Antonio Alvarado reconociendo que existe el G-11, y a los medios dándoles cabida, porque una noticia de esa envergadura es una tentación para cualquiera, y a los rivales políticos hablando del G-11 como si hubiesen desayunado con él por la mañana, en una especie de autoengaño colectivo, donde se confunde lo que nos gustaría con la realidad.

Tarea cumplida

Y me imagino al tipo aquél, riéndose de los incautos, felicitado por sus jefes, renovando energías para la campaña del 2001 y ensayando nuevas tácticas como la de las entrevistas a rostro cubierto, que al fin y al cabo alguien terminará jurando que son disidentes de verdad. Su toque maestro sería, que en el momento que los disidentes, que sí los hay, se rebelen al doctor Alemán, adopten el nombre que ellos se encargaron de fijar. Así, el negocio sería redondo y su trabajo seguirá vivo.  

Editorial
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