LA PRENSA informó en su última edición del año recién pasado, el 31 de diciembre de 2024, su elección como personajes del año en Nicaragua de los obispos católicos desterrados por la dictadura. Un merecido homenaje del Diario de los Nicaragüenses a los obispos que han sido arrancados violentamente de sus diócesis y sus feligreses, separados de sus familias y de su patria. Y además, por medio de ellos, LA PRENSA ha rendido un tributo de respeto a todas las personas creyentes que sufren la represión por su conciencia religiosa y practicar su fe.
Los nombres de los homenajeados por LA PRENSA son muy bien conocidos, pero es necesario reiterarlos: Son el obispo de Matagalpa y administrador apostólico de la Diócesis de Estelí, monseñor Rolando Álvarez; el obispo de Jinotega y presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, monseñor Carlos Herrera; y el obispo de Siuna, Región Autónoma de la Costa Caribe Norte, monseñor Isidoro Mora.
Es una tradición de los periódicos y otros medios de información nombrar como personajes del año a personalidades individuales o personas colectivas. La tradición se inició en 1927, cuando la revista estadounidense Time tuvo la iniciativa de nombrar al aviador Charles Lindbergh como personaje de ese año en el mundo, por haber realizado el primer vuelo transatlántico sin escalas. Desde entonces todos los periódicos comenzaron a practicar esa magnífica costumbre
El propósito de nombrar a los personajes del año era y es destacar a quienes, individual o colectivamente, con sus hechos o sus ideas causaron el mayor impacto público nacional o internacional, para bien o para mal.
En el caso de los obispos nicaragüenses desterrados, con su nombramiento como personajes del año 2024 en Nicaragua LA PRENSA ha querido reconocer públicamente la fortaleza ejemplar de su fe, el coraje personal que han demostrado como víctimas estoicas de una represión sin sentido. Pero también resaltar la inmensa maldad de quienes los han castigado sin razón, solo por compulsión represiva y el afán sacrílego de la persecución religiosa.
Todos los seres humanos son sagrados por su dignidad, su integridad física y moral, y porque son sujetos de derechos naturales y fundamentales. Por tanto es un crimen de lesa humanidad (contra el género humano), mancillarles esa dignidad y privarlos de sus derechos, sobre todo cuando son inocentes de cualquier culpa, cuando no le han hecho mal a nadie y solo han procurado el bien material y auxilio espiritual para las demás personas.
Con mucha mayor razón son sagradas las personas que dedican sus vidas al servicio religioso. Ellas, y los obispos en particular, merecen el mayor respeto de todo el mundo, pero sobre todo de los que representan la autoridad del Estado y el gobierno de la nación.
En la Iglesia católica y el cristianismo en general los obispos son los responsables de pastorear y supervisar a la comunidad de creyentes en sus respectivas jurisdicciones o diócesis, y de ejercer en ellas la autoridad eclesial. Ellos representan la sucesión apostólica mediante la sucesiva ordenación episcopal que viene desde los primeros tiempos del cristianismo, hace dos milenios, cuando los primeros obispos fueron ordenados por los mismos apóstoles: los discípulos personales de Jesús de Nazaret o Jesucristo.
El sumo pontífice romano nombra a los obispos por una manifestación del Espíritu Santo, y son escogidos básicamente de conformidad con los requisitos personales, religiosos y morales que dejó señalados el apóstol San Pablo en los Evangelios, en su Primera Carta a Timoteo.
Según la doctrina católica, quienes ultrajan a un obispo que representa en persona a la Iglesia, ofenden al Espíritu Santo, cometen pecado mortal y no tienen perdón de Dios. Sobre todo aquellos que se declaran cristianos por conveniencia política, mientras martirizan a los obispos y persiguen a la Iglesia en las personas de sus sacerdotes y diáconos, religiosas y religiosos, y feligreses católicos en general.
Sin embargo, los obispos desterrados, como auténticos discípulos de Jesucristo que son y por su calidad moral superior, sufren en silencio, oran por sus ofensores en vez de despotricar contra ellos; y como personas de fe saben que tarde o temprano la Iglesia prevalecerá sobre sus verdugos, como siempre lo ha hecho.
Los obispos reprimidos, arrancados de sus diócesis y desterrados de su país, merecen la admiración, el respeto y el cariño del pueblo católico y de toda la gente buena. De manera que sin duda que ha sido muy acertada la decisión de LA PRENSA de nombrarlos personajes del año 2024 en Nicaragua.