Este martes 24 de septiembre de 2014 comenzó el 79º período de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Es el foro anual en que los jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo, o sus representantes, llegan a discursear sobre los asuntos de sus propios países que estiman más importantes; y a exponer sus opiniones y propuestas acerca de las crisis y principales problemas mundiales.
Los temas predominantes en esta Asamblea General de la ONU son, obviamente, las guerras de Oriente Medio entre Israel y las organizaciones terroristas palestinas, y la de Ucrania que sufre la agresión rusa. Así como también la gobernanza de la organización mundial casi ochenta años después de su fundación, en 1945.
Como de costumbre, el inveterado gobernante de Nicaragua, Daniel Ortega, no asistirá a la gran cita anual de las Naciones Unidas. En su lugar debutará el nuevo canciller del régimen, Valdrack Jaentschke, quien de manera significativa en sus entrevistas previas al inicio de la Asamblea General se reunió únicamente con representantes de Estados autoritarios y totalitarios.
La situación política y de derechos humanos en Nicaragua es tan grave que debería de ser un tema de atención mundial. Pero la realidad es que en comparación con los grandes conflictos y problemas del mundo, como los arriba mencionados, la calamidad nicaragüense es de mucha menor significación.
No obstante, el nombre de Nicaragua sonó este martes en el mismo comienzo de la primera jornada de discursos, cuando el presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo de León lo mencionó en su discurso.
“Rechazamos en el hemisferio y en todo el mundo los intentos por reprimir las aspiraciones de libertad y justicia que expresan los pueblos del mundo mediante procesos libres y democráticos, como está sucediendo en estos momentos en Venezuela y en Nicaragua”, expresó el primer mandatario guatemalteco. Y destacó que “los principios de la democracia son fundamentales para preservar la libertad”.
Obviamente en el hemisferio occidental la crisis de Venezuela concita la mayor atención, tanto, que el presidente de Estados Unidos (EE.UU.), Joe Biden, el segundo de los jefes de Estado en hacer uso de la palabra, se refirió directamente a ella.
“En Venezuela los ciudadanos lucharon por un cambio y se lo quieren negar. El mundo sabe la verdad”, expresó Biden. Y aludiendo a la intención de Nicolás Maduro de perpetuarse en el poder mediante el fraude electoral y la represión, declaró que la soberanía popular y el respeto a la voluntad del pueblo “son primordiales… No lo olvidemos nunca: hay cosas que son más importantes que permanecer en el poder”, subrayó el presidente estadounidense quien renunció a su aspiración a la reelección presidencial.
Al contrario de Biden, el presidente de Brasil, Lula da Silva, habló un poco de los problemas de América Latina, pero no mencionó a Venezuela. Lo cual se entendió como una tácita declaración del líder socialista brasileño de que el fraude electoral de Maduro es ya un hecho consumado y no hay nada más que hacer.
Por su parte el presidente de Colombia, Gustavo Petro —el otro gobernante socialista latinoamericano que ha bailado un tango político para no condenar el fraude electoral y el desconocimiento a la voluntad popular en Venezuela— hizo una pirueta verbal para apoyar de manera indirecta a la dictadura venezolana. En efecto, Petro dijo que “una poderosa oligarquía global es la que permite que se lancen bombas o se bloqueen económicamente a los países rebeldes que no encajan en su dominio, como Cuba o como Venezuela”.
Lo que se puede comentar al respecto es que el escenario de la Asamblea General de la ONU sirve al menos para que algunos gobernantes que se dicen demócratas muestren lo falso o inconsecuentes que son.