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Uno de los países más pobres del mundo está marcando la diferencia en educación

Los resultados de los niños en los exámenes educativos son motivo de gran preocupación en todo el mundo. El aprendizaje se desmoronó en casi todas partes durante la pandemia del civid-19, pero incluso antes de eso, los resultados de los exámenes estandarizados de matemáticas, ciencias y lectura apuntaban en la dirección equivocada.

La educación une realmente a los padres de todo el mundo, aunque el nivel de desafío varía: los resultados de los estadounidenses y de los países ricos están estancados en niveles relativamente altos, mientras que los niños de la mitad más pobre del planeta tienen dificultades incluso para leer una frase sencilla o hacer operaciones matemáticas básicas.

Pero, tras años de experiencia, ha quedado claro cuáles son las políticas que no funcionan en absoluto, incluso si tienen defensores ruidosos.

Aumentar el gasto por alumno suena como una decisión obvia, pero puede dar lugar a un aprendizaje escaso o nulo si el dinero no se utiliza de forma sensata. India lo demostró cuando aumentó el gasto por alumno de primaria en un 71 por ciento en siete años, pero los resultados de los exámenes de lectura y matemáticas siguieron descendiendo bruscamente.

La política a la que recurren muchos sindicatos de profesores y políticos es reducir el tamaño de las clases. Parece que esto supondría una gran diferencia: los profesores podrían dedicar más tiempo a las necesidades individuales. Pero los análisis revelan que reducir el tamaño de las clases es una de las formas menos rentables de mejorar el aprendizaje de los estudiantes. Una revisión de 2018 de 148 informes de 41 países mostró que las clases más pequeñas tenían “en el mejor de los casos un pequeño” efecto en el dominio de la lectura y ningún efecto en matemáticas.

Pagar más a los profesores es otro de los enfoques preferidos. Pero incluso un aumento espectacular de los salarios puede tener poco efecto en el aprendizaje. Indonesia adoptó todas estas políticas populares a la vez: duplicó el gasto en educación para lograr uno de los tamaños de clase más bajos del mundo, al tiempo que duplicaba el salario de los profesores; sin embargo, un estudio aleatorio y controlado mostró que no había “ninguna mejora en el aprendizaje de los alumnos”. 

La verdad incómoda es que los enfoques comúnmente promovidos —aumentar los salarios de los profesores, reducir el tamaño de las clases y construir más escuelas— son costosos y hacen poco o nada por el aprendizaje.

Pero hay una política prometedora, que procede de un lugar inesperado. Malawi, uno de los países más pobres del mundo, sufre de hacinamiento en las aulas, falta de material didáctico y escasez de profesores formados. No es el lugar donde esperaríamos encontrar soluciones innovadoras. Sin embargo, ahora está adoptando una política educativa que permite albergar esperanzas de cambiar la situación, e incluso se está extendiendo y adaptando a otros sitios.

Cuando mi grupo de reflexión, el Copenhagen Consensus Center, y la Comisión Nacional de Planificación de Malawi unieron fuerzas para identificar las políticas más poderosas y rentables para impulsar el bienestar y el crecimiento del país, una política educativa emergió por encima de todas las demás.

El “aprendizaje asistido por tecnología” suena engañosamente básico. Pero resuelve un problema a menudo intratable. Casi universalmente, las escuelas ponen a todos los niños de nueve años en un curso, a los de diez en otro, y así sucesivamente. Pero muchos de los niños de cada clase están muy atrasados o muy adelantados. Los niños de Malawi utilizan ahora durante una hora al día un software personalizado y adaptable en una tableta. Primero identifica en qué punto está cada niño y luego le enseña a leer, escribir y a aprender matemáticas en su nivel exacto.

Los profesores describen lo asombrados que se quedaron al empezar a utilizar el software y descubrir que toda su clase se comprometía al máximo. Los niños han descrito el alivio que supone no tener que preocuparse de avergonzarse por haber dado una respuesta incorrecta delante de sus compañeros, o verse obligados a competir por el tiempo con el profesor.

La política es increíblemente económica: cuesta tan solo 15 dólares por alumno al año en Malawi, en parte porque utilizar la tableta solo una hora al día significa que puede compartirse entre muchos estudiantes. Estudios exhaustivos demuestran que un solo año de uso de una hora al día puede resultar en unos asombrosos tres años de aprendizaje normal. Un mayor aprendizaje se traduce a la larga en adultos más capacitados que serán más productivos en el mercado laboral y percibirán un salario más alto.

Utilizando estimaciones económicas estándar, esto significará que un niño que dedique una hora al día a la tableta durante un año obtendrá unos ingresos superiores a 16,000 dólares a lo largo de su vida. Dado que la mayor parte de estos ingresos llegarán décadas después, el valor actual de este beneficio es de unos 1,575 dólares. Esto supone multiplicar por 106 la inversión de 15 dólares.

Malawi está en proceso de ampliar la política a todas sus 6,000 escuelas primarias y, como los costos están resultando aún más bajos, la política es aún más beneficiosa. En la actualidad, casi 300,000 niños trabajan con una tableta una hora al día, con el objetivo de llegar a los 3.8 millones de niños de 1º a 4º grado a finales de esta década.

Sierra Leona y Tanzania ya están empezando a trabajar en la aplicación del mismo planteamiento. La determinación de Malawi enseña cómo toda la mitad más pobre del mundo podría mejorar el aprendizaje de casi 500 millones de niños de primaria. Nuestro análisis muestra que, en toda la mitad más pobre del mundo, una inversión educativa de 10,000 millones de dólares en la aplicación de este enfoque reportaría más de 600,000 millones de dólares anuales en beneficios, impulsando la productividad futura. Este enfoque también podría ser útil en los países ricos, y los primeros datos de los ensayos realizados en el Reino Unido parecen prometedores.

Los padres de todo el mundo están desesperados por políticas y enfoques que puedan cambiar los malos resultados en los exámenes y garantizar que los niños estén mejor preparados para los retos del mañana. Las tabletas, que enseñan al nivel de cada alumno, ofrecen una manera poderosa de avanzar.

El autor es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Best Things First.

Opinión
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