Constantemente escuchamos la afirmación errónea de que, como el cambio climático es real debemos “seguir a la ciencia” y acabar con el uso de los combustibles fósiles. Oímos esta afirmación de políticos que son partidarios de rápidas reducciones de carbono y de los propios científicos naturistas, como cuando el editor en jefe de Nature insiste en que “La ciencia es clara: los combustibles fósiles deben desaparecer”. La afirmación es conveniente para los políticos porque les permite eludir la responsabilidad por los muchos costos y desventajas de la política climática, pintándolos como resultados inevitables al seguir diligentemente las pruebas científicas. Pero es falsa porque confunde la ciencia climática con la política climática.
Está claro que una ciencia climática rigurosa es necesaria para diseñar una política climática sensata, porque nos dice cuál será el impacto físico de emitir más o menos CO₂. Pero la política climática, como cualquier otra política, debe ser el resultado democrático de una deliberación sobre los beneficios de reducir las emisiones frente a los costos. La climatología nos habla de algunos de esos beneficios, pero no nos dice nada de los costos, que provienen de un campo mucho menos publicitado, la economía climática.
La historia que cuentan los políticos activistas y los activistas climáticos sugiere que acabar con los combustibles fósiles solo traerá beneficios, frente a un panorama infernal si no se hace nada. Pero la realidad es que el mundo ha mejorado enormemente en los últimos siglos, en gran parte gracias al inmenso aumento de la energía disponible, procedente en su mayor parte de los combustibles fósiles. La esperanza de vida se ha más que duplicado, el hambre ha disminuido drásticamente y los ingresos se han multiplicado por diez.
Si bien el impacto del cambio climático es probablemente negativo, se suele exagerar enormemente. Constantemente oímos hablar de fenómenos meteorológicos extremos como sequías, tormentas, inundaciones e incendios, aunque incluso el Grupo de Expertos sobre el Clima de la ONU considera que aún no puede documentarse un empeoramiento de la mayoría de ellos. Pero lo más importante es que un mundo más rico es mucho más resistente y, por tanto, se ve mucho menos afectado por los fenómenos meteorológicos extremos. Los datos muestran que las muertes relacionadas con el clima por sequías, tormentas, inundaciones e incendios han disminuido en más de un 97 por ciento, de casi 500,000 al año hace un siglo a menos de 15,000 en la década de 2020.
Al mismo tiempo, los costos de los llamados de los defensores del clima a “simplemente detener” el uso del petróleo, el gas y el carbón se minimizan enormemente. En la actualidad, el mundo obtiene casi cuatro quintas partes de toda su energía de los combustibles fósiles. Si dejáramos de utilizarlos, morirían miles de millones de personas.
Cuatro mil millones de personas, la mitad de la población mundial, dependen por completo de alimentos cultivados con fertilizantes sintéticos producidos casi en su totalidad con gas natural. Si acabáramos rápidamente con los combustibles fósiles, físicamente no tendríamos forma de alimentar a cuatro mil millones de personas. Si añadimos los miles de millones de personas que dependen de los combustibles fósiles para la calefacción en invierno, junto con la dependencia de los combustibles fósiles para el acero, el cemento, los plásticos y el transporte, no es de extrañar que una estimación reciente muestre que acabar abruptamente con los combustibles fósiles provocaría la muerte de 6,000 millones de personas en menos de un año.
Estos enormes inconvenientes no se tienen en cuenta en la ciencia climática, que comprensiblemente se centra en las emisiones de carbono y los modelos climáticos. Sin embargo, deberían formar parte del debate sobre la política climática.
La mayoría de los políticos sugieren un final algo menos precipitado del uso de combustibles fósiles para 2050. Este ritmo más lento evitaría la muerte de miles de millones de personas, pero los inconvenientes siguen siendo inmensos. Las últimas investigaciones sobre la economía climática, revisadas por expertos, muestran que alcanzar eficazmente las emisiones netas cero en 2050 costará la asombrosa cifra de 27 billones de dólares anuales en promedio a lo largo del siglo. Esto equivale a una cuarta parte del Producto Interno Bruto mundial actual. La misma investigación muestra que los beneficios serán sólo una pequeña fracción de ese costo. La política es prohibitivamente cara para un beneficio pequeño.
Una buena analogía es considerar la cifra de más de un millón de muertes anuales por accidentes viales en todo el mundo. Al igual que el cambio climático, el tráfico es un problema creado por el hombre. Al igual que el cambio climático, es algo que podríamos resolver por completo. Si los científicos se limitaran a estudiar cómo evitar ese millón de muertes, una solución sería reducir los límites de velocidad a 5 km/h en todas partes. Si se aplicara estrictamente, se eliminarían casi por completo las muertes por tráfico. Por supuesto, también eliminaría casi por completo nuestras economías y nuestras vidas productivas. Nos reiríamos si los políticos dijeran que debemos “seguir a la ciencia” y detener las muertes de tránsito reduciendo la velocidad a 5 km/h. Nos reiríamos porque están confundiendo intencionadamente la ciencia con la política.
Al igual que hacemos con el tráfico, en el debate sobre el clima deberíamos adoptar un enfoque sensato. Esto significa centrarnos en la adaptación a corto plazo para generar resiliencia y en la inversión a largo plazo en I+D para la energía verde. La innovación debe hacer que el precio de la energía verde segura se sitúe por debajo del precio de los combustibles fósiles, asegurando así que todo el mundo pueda optar por alternativas con bajas emisiones de carbono.
Cuando los políticos nos dicen que están “siguiendo a la ciencia”, utilizan esa afirmación para cerrar el debate abierto sobre los enormes costos de sus políticas. “La ciencia” nos informa del problema, pero no es el árbitro de las soluciones. Las democracias sí lo son.
Los recortes repentinos y drásticos del consumo de combustibles fósiles tendrán enormes inconvenientes, que sus partidarios prefieren ignorar. El cambio climático es un problema, pero un remedio que ponga en peligro la civilización puede ser mucho peor que la enfermedad.
El autor es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es “Lo que sí funciona”.