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¡Es la visión política, estúpido!

A las madres de las víctimas de abril, de uno y otro lado.

En 1992, el estratega político estadounidense, James Carville, hizo famosa la frase: “It’s the economy stupid!” (¡Es la economía, estúpido!) pronunciada por él durante una sesión de trabajo con el equipo que manejaba la candidatura presidencial de Bill Clinton ese año. La frase, dirigida a todos y a nadie en particular, intentaba destacar lo que, para Carville, debería ser el eje principal de la campaña del partido Demócrata durante esa contienda.

En Nicaragua no estamos, ni estaremos por un rato, en un momento electoral. De todas formas, la frase de Carville, que yo parafraseo en el título de este artículo, está dirigida en abstracto y sin ánimos de ofender a nadie, a la oposición anti-FSLN y, sobre todo, a quienes dentro de ese movimiento tienen el deseo de salir del atolladero que los ha convertido en protagonistas de una tediosa farsa.

Una visión política para la oposición y para Nicaragua debe entenderse como una elaboración teórica que integra tres componentes: una explicación/interpretación de nuestros problemas y sus causas; una propuesta analítica e imaginativa para empezar a resolverlos que incluya una estimación de la distribución de los costos y beneficios de la misma; y, una estrategia de organización y acción para motivar a los nicaragüenses a moverse hacia un horizonte socioeconómico y político compartido. Para ser efectivos, estas tres cosas deben ser transmitidas a través de diferentes modalidades discursivas —artículos académicos, escritos populares, consignas, música y poesía—, para capturar la imaginación y activar la energía política-transformativa de nuestro pueblo, incluyendo a aquellos sandinistas deseosos de vivir en justicia y libertad.

Así pues, una visión política debe hacer inteligible y manejable la realidad de los nicaragüenses. Esta visión no puede provenir ni de las oficinas de Washington ni de las de Bruselas. Antes bien, debe brotar de una comprensión empática de la conciencia experiencial de nuestro pueblo, es decir, de la forma en que los nicaragüenses —incluyendo a las masas desposeídas, y maltratadas a quienes la oposición jamás menciona— enfrentan los desafíos y oportunidades prácticas que forman parte de su vida cotidiana.

La búsqueda burocrática del poder

La oposición nicaragüense no cuenta hoy con una visión política. Cuenta con remedos de análisis que no logran ampliar el horizonte político del país porque no están enraizados en un verdadero conocimiento de la historia y la cultura política nicaragüense. Uno de esos “estudios”, pomposamente titulado “Esfuerzos de mitigación del riesgo de radicalización o sucesión dinástica en Nicaragua”, sintetiza las “conversaciones, análisis y recomendaciones del Grupo de Trabajo sobre la Política y Mediación en Nicaragua del Diálogo Interamericano” (Manuel Orozco, abril 2024, 6).

Como si estuviese dirigido a marcianos recién aterrizados, que jamás han oído hablar de Nicaragua y su condición actual, este documento presenta como un hallazgo que “el grado de control político y económico por parte del gobierno nicaragüense es tan amplio que el impacto en la sociedad ha afectado el ejercicio al (sic) pluralismo, la libre empresa y la participación política”. A renglón seguido recomienda que, para “revertir o mitigar esta realidad es necesario” […] establecer una vía hacia la transición democrática y el desarrollo” (Ibid.). El resto del documento es una rica colección de “lugares comunes y frases hechas o frases de cajón, de clichés y de tópicos o de equívocos, de vaguedades y banalidades”, como diría José Coronel Urtecho.

Con la calidad de estas “asesorías”, no sorprende que, en seis años, la oposición no haya pasado de repetir eslóganes que no le hacen sentido a nadie porque no reflejan lo que sienten y piensan los nicaragüenses, sobre todo aquellos a quienes la lucha por “el pan nuestro de cada día, no les deja tiempo para pensar lo que significa que Monteverde no sea una “organización”; o que este “espacio/plataforma/proceso” (¿!) haya recientemente decidido definirse como “de largo plazo”; o que este u otro político nicaragüense haya sido condecorado por los europeos, o mencionado para el Nobel de la Paz o para un Globo de Oro en la categoría de comedia.

No hay peor ciego que el que no quiere ver

No solo la oposición carece de una visión política, sino que ni siquiera parece tener conciencia de que necesita una para desarrollar su fuerza. Durante seis años ha tratado infructuosamente de avanzar colocando la proverbial carreta delante de los bueyes. Más concretamente, la oposición ha operado con una estrategia burocrática que asume que su desarrollo va a depender de su capacidad para delinear un organigrama que unifique a las fuerzas que se oponen a los ocupantes del Carmen. La historia de este fracaso anunciado la conocemos.

“En el principio fue” la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), de la que pronto se desprendió la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD). En el 2020 estas dos organizaciones se integraron a la Coalición Nacional (CN) en preparación para las elecciones del 2021. Poco más tarde, la ACJD se separó de la CN para formar con la CxL (Ciudadanos por la Libertad) la Alianza Ciudadana. Más adelante, se empezaron a barajar nombres para seleccionar al candidato o a la candidata que representaría a la oposición, hasta que los OrMu decidieron meter preso a cualquiera que no fuese de su agrado.

La lucha burocrática para lograr la unidad y alcanzar el poder continuó con Monteverde, un costoso ejercicio de acrobacia política cobijado por la carpa financiada por Washington. En este espectáculo participan furibundos imitadores de Milei, arnoldistas penitentes, izquierdistas vergonzantes, “pescaditos” sin escamas, y también personas honestas, que yo no sé por qué, siguen formando parte de este show. Mientras tanto, más de doscientas mini-organizaciones de oposición en el exilio, eligen directivas, adoptan nombres con siglas impronunciables, se reúnen para cantar el himno nacional, felicitarse y darse fuerza con el cuento de que “la dictadura se está tambaleando”, los OrMu están “muertos de miedo” o “Daniel está enfermo y ya se va a morir”.

No hay democracia, sino democracias

Conozco la respuesta de la oposición a todos estos señalamientos: “No es cierto que no tengamos una visión política. La nuestra es la democracia”. El problema con esto es que “la Democracia”, en abstracto, no es un referente político efectivo. En abstracto, “la Democracia” solamente cabe en una discusión teórica. En el mundo de la política práctica, lo que existen son “democracias” que, con variadas estructuras socioeconómicas, regímenes políticos y marcos legales, balancean dos variables: la justicia social y la libertad de mercado.

En este sentido, si echamos una mirada a las democracias del mundo, encontraremos que, por ejemplo, la democracia canadiense administra la relación entre justicia social y libertad de mercado con un Estado de Bienestar que, mediante un sistema de salud universal, un sistema público de educación y otros componentes, contrarresta las desigualdades que genera la libertad de mercado. Por otra parte, la democracia estadounidense maneja esta misma relación con una marcada preferencia por el mercado, a tal punto que este rige la provisión de servicios de salud que, en Canadá, son considerados como un derecho universal ciudadano. No es un dato menor que, de acuerdo a varios estudios, una de las principales causas de quiebras financieras personales en los Estados Unidos sean los gastos médicos en que incurren los ciudadanos de ese país que no gozan de seguros médicos privados (ver: World Population Review, 2024, https://worldpopulationreview.com).

De igual forma, podemos comparar la democracia costarricense con la guatemalteca para mostrar que no existe “La Democracia” de la que, en forma abstracta, habla la oposición. La democracia tica trata de armonizar la relación entre justicia social y libertad mediante un sólido consenso social e instituciones que han llevado a este país a ocupar el puesto número 64 en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Guatemala, por otra parte, ocupa el lugar número 164 en esta misma clasificación (PNUD, 2023-2024). Esta diferencia se refleja más concretamente, entre muchas otras cosas, en los niveles de pobreza de ambos países: 17.3 por ciento en Costa Rica y 50.5 por cientio en Guatemala (CEPAL, Anuario Estadístico América Latina/Caribe, 2022, 26). Se refleja también en el hecho de que Costa Rica ocupe el puesto número 14 en el Índice Global de la Brecha de Género (2023), en tanto que Guatemala ocupa el lugar más bajo de América Latina y el número 117 en el mundo. Y ni qué decir de las relaciones civiles-militares en ambas democracias: Costa Rica no tiene un ejército mientras que en Guatemala el ejército es, para fines prácticos, soberano.

Así las cosas, cuando la oposición habla de “democracia” ¿de qué carajos habla? ¿Acaso persiguen algo parecido al modelo canadiense, o al estadounidense, o al tico, o al guatemalteco, o al salvadoreño, o al mexicano? ¿O, acaso, buscan, como gustan decir, “regresar a la democracia” post-sandinista de los 90, es decir, al modelo elitista que nos llevó a la deprimente situación en que nos encontramos hoy?

La respuesta cajonera que usa la oposición frente a cualquier demanda de claridad y especificidad es: “De los detalles hablaremos ‘el día después’”. Hoy por hoy, señala un anónimo líder monteverdino, “las banderas ideológicas se quedan en casa” (ver: El País, 01/07/23). Esta respuesta es un disparate. Las ideologías son ideas que, como se puede leer en cualquier diccionario, definen el pensamiento de una persona o grupo. Y todos sabemos que nadie puede dejar el cerebro en casa para no pensar. Lo que sí podemos hacer es ocultar lo que es esencial para nosotros, es decir, lo que nos mueve, nuestros deseos, nuestras intenciones y nuestras aspiraciones. Pareciera que esto último es, precisamente, lo que hacen o pretenden hacer los opositores para mantener un equilibrio político diseñado para remover “los pilares que sostienen a la dictadura” (Haydée Castillo, Confidencial, 11/04/24). ¡Pero, ojo! Sin una visión política, estos esfuerzos —que en muchos casos incluyen el estrangulamiento económico del Estado— pueden terminar sumergiéndonos en un caos y aplastando a Nicaragua y, sobre todo, a los desgraciados que, como dice nuestro Rubén, son “el eterno rebaño para el eterno matadero”.

Para salir del atolladero

 Digámoslo una vez más: tejer una unidad fundamentada en un vacío ideológico es como construir un puente sin bases. Esa unidad es una trampa de la que la oposición solo podrá salir cuando los grupos que hoy la componen, desarrollen y hagan explícitas sus ideologías y los modelos de país que proponen para, con esas ideologías y modelos, competir por la mente y el corazón del pueblo nicaragüense. De esta contienda cívica y verdaderamente política podría surgir la unidad de grupos o partidos que, por compartir algunas posiciones sustantivas, podrían juntar sus fuerzas para alcanzar metas comunes. Solamente así se podrá evitar que los nicaragüenses sigan hundiéndose en el pragmatismo resignado que hoy los empuja a adaptarse a la mediocre y deprimente realidad del país y a aceptarla tal cual es.

PD: Siempre que escribo, escucho una vocecita interior que me contradice y que, en este caso, me dice: “Andrés, la triste realidad de tu país es que, para alcanzar el poder, no se necesita nada de lo que has dicho. Podés llegar a ser gobernante a balazos, como en 1979; de la mano de los Estados Unidos, como en 1990; haciendo trampas, como en el 2016; o bien, equipado con un apellido sonoro, como el de la más popular precandidata presidencial en el 2018, quien hubiera podido alcanzar la presidencia sin pasar de decir ‘Yo le dije sí a Nicaragua’, y sin revelar jamás lo que significaba el ‘sí’ que había dicho, o a cuál de las Nicaraguas que existen en nuestro territorio le había hecho está afirmación”. Yo solamente puedo responderle al demonio que a diario me tienta a tirar la toalla y sentarme a reposar, que hasta los tontos que aramos el mar, tenemos derecho a soñar.

El autor es profesor retirado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Western Canadá.

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