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La dimensión cultural del desarrollo

En 1982, en la ciudad de México, me correspondió asistir a la “Primera Conferencia Latinoamericana sobre Políticas Culturales”, convocada por la Unesco. A la misma concurrieron los ministros de Educación y Cultura de América Latina, funcionarios de la Unesco, así como también distinguidos intelectuales invitados a título personal. Más de cuarenta años después, los principios proclamados por dicha Conferencia siguen siendo vigentes, por lo que vale la pena rescatarlos.

La Conferencia aprobó por unanimidad la “Declaración de México sobre Políticas Culturales”, que reconoció el derecho de los pueblos, naciones y comunidades a su identidad cultural, advirtiendo que la identidad y la diversidad cultural son indisociables. La esencia misma del pluralismo cultural lo constituye el reconocimiento de múltiples identidades culturales, allí donde coexisten diversas tradiciones. La Conferencia insistió que es un deber velar por la preservación y defensa de la identidad cultural de cada pueblo, partiendo del reconocimiento de la igualdad y dignidad de todas las culturas. Reconoció el derecho de cada pueblo y de cada comunidad a afirmar y preservar su identidad cultural y a exigir su respeto.

Cuando la cultura se carga de prejuicios frente a otras culturas se transforma en fuente de conflictos. La historia nos enseña, que el etnocentrismo intransigente y la intolerancia, son fuentes de prejuicios capaces de encubar un dañino concepto de superioridad y arrogancia cultural.  Muchas de las guerras del pasado fueron alimentadas por esos prejuicios, que incluso ensombrecen el horizonte de nuestros días. 

Una cultura de la diversidad implica el respeto al derecho a ser distinto o diferentes, hoy en día considerado como uno de los derechos humanos de tercera generación. La negación del “otro” conduce a diferentes formas de operación y desemboca en la violencia. El “otro” puede ser la mujer, el indio, el negro, el mestizo, el marginal urbano, el campesino, el inmigrante, el extranjero, el de opinión o creencia diferente.  Esta cultura de la negación del otro genera la cultura de violencia, que ha sido una de las principales limitantes para los esfuerzos democráticos y para la construcción de una cultura de paz.

En el caso de América Latina el pluralismo cultural adquiere especial relevancia en relación con los pueblos indígenas, cuya cultura generalmente ha sido menospreciada o marginada, en vez de considerársele como lo que realmente es: uno de los factores raigales de nuestra identidad.

La “Declaración de México” también proclamó que “cada cultura representa un conjunto de valores único e irremplazable, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más lograda de estar presente en el mundo”. De ahí que la afirmación de identidad cultural contribuye a la liberación de los pueblos. Por el contrario, cualquier forma de dominación niega o deteriora dicha identidad.

El otro gran aporte de la “Conferencia de México sobre políticas culturales”, fue el énfasis que puso sobre la dimensión cultural del desarrollo. “La cultura, dice la Declaración,constituye una dimensión fundamental del proceso de desarrollo y contribuye a fortalecer la independencia, la soberanía y la identidad de las naciones. El crecimiento se ha concebido frecuentemente en términos cuantitativos, sin tomar en cuenta su necesaria dimensión cualitativa, es decir, la satisfacción de las aspiraciones espirituales y culturales del hombre.  El desarrollo auténtico persigue el bienestar y la satisfacción constante de cada uno y de todos”… “Sólo puede asegurarse un desarrollo equilibrado mediante la integración de los factores culturales en las estrategias para alcanzarlo; en consecuencia, tales estrategias deberían tomar en cuenta siempre la dimensión histórica, social y cultural de cada sociedad”.

Un estudio de la Unesco sobre las relaciones entre cultura y desarrollo nos advierte: La dimensión cultural no es una dimensión como cualquier otra, no es uno de tantos factores que tomados en su conjunto constituyen los elementos del desarrollo. Por el contrario, es el factor fundamental del desarrollo, la referencia básica por la que se miden todos los demás factores.

Un gran avance conceptual significaron estos aportes.  Bajo la influencia de un desarrollismo economicista la cultura, especialmente la tradicional, llegó a ser considerada como uno de los peores obstáculos para el progreso y la modernización de los países. Hoy en día la tendencia es a revalorizar los aportes de las culturas tradicionales dentro de un concepto de desarrollo endógeno, integral y humano, que promueva un encuentro de la modernidad con la tradición, que no son necesariamente excluyentes, y para lo cual es preciso denunciar tanto los fundamentalismos desarrollistas como los radicalismos indigenistas.

Nuestra diversidad creativa” es el título que para su informe final escogió la Comisión Internacional sobre Cultura y Desarrollo, que presidió el doctor Javier Pérez de Cuéllar, exsecretario general de las Naciones Unidas, designada por el director general de la Unesco para analizar, desde una nueva perspectiva, las estrechas relaciones entre cultura y desarrollo.

El título del informe no puede ser más feliz, desde luego que en un mundo caracterizado por procesos de globalización se corre el riesgo de caer en una empobrecedora homogenización cultural si cada pueblo o nación no fortalece y defiende su identidad cultural. El informe parte del reconocimiento de la riqueza que significa para la humanidad la existencia de una diversidad cultural creativa, es decir, de una diversidad que no erige muros de aislamiento para afirmarse en sus propios valores.

Una conclusión importante del estudio es que el desarrollo y la economía forman parte de la cultura de un pueblo. El desarrollo comprende no solo los bienes y servicios, sino también la oportunidad de elegir una forma de vida en comunidad que sea plena, satisfactoria, valiosa y cuyo valor se reconozca; en la que la existencia humana pueda desarrollarse libremente en todas sus formas y de manera integral. “Un desarrollo disociado de su contexto humano y cultural es un crecimiento sin alma”, afirma el informe de la Comisión. Además, agrega: “El principio del pluralismo es fundamental. Las culturas no están aisladas ni son estáticas, sino que interactúan y evolucionan. Deben estar en condiciones de comunicarse con procesos de otras sociedades y otras culturas”.

El autor es educador, académico y escritor. Fue rector universitario y ministro de Educación.

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