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Gisella (izq.), Esterlin, Julia y Manuel sueñan con poder algún día regresar a su patria, aunque para Ortega ya no son nicaragüenses.

Un año de destierro | Cuatro historias de ex presos políticos y sus nuevas vidas lejos de casa

Gisella, Esterlin, Julia y Manuel llegaron hace un año a Estados Unidos. En ese tiempo han tenido que rehacer sus vidas y luchar para reunirse con sus familias

Esterlin Soriano: “Aunque esté gran parte de mi familia aquí, uno no se siente tranquilo”

Con una pala y una picadora de concreto Esterlin Soriano, de 53 años, se enfrenta al mundo laboral en Estados Unidos. Mientras conversa por teléfono con LA PRENSA no se detiene, porque cada segundo trabajado “vale oro”. Hace un año, el 9 de febrero de 2023, su vida era otra: abordaba un avión en Managua con rumbo desconocido junto a 221 presos políticos a los que el régimen desterró de Nicaragua.

Antes de ese día 9, Soriano pasaba sus días encerrado en el Sistema Penitenciario de Occidente, desde que el 6 de noviembre del 2021 llegaron a su casa, ubicada en Cinco Pinos, Chinandega, agentes policiales de la dictadura para apresarlo y luego procesarlo por ciberdelitos. Una tarjeta de vacunación contra la covid-19 en Honduras eran la prueba de su “delito”.

Ahora que está en Estados Unidos en libertad batalla con múltiples enfermedades y las secuelas carcelarias. Pero la vida, dice, se le ha hecho más liviana desde que en diciembre de 2023 pudo reunirse con su esposa e hija.

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“Ahora me controlo un poco más porque mi esposa acaba de venir y mi niña, pero tengo un varón discapacitado, de 22 años, allá en Nicaragua que no pude traerlo; pero aunque esté gran parte de mi familia aquí, uno no se siente tranquilo, es muy diferente estar aquí”, afirma.

Pese a la libertad, aún batalla por cuestiones económicas, aunque reconoce que ha encontrado buenos amigos que le han ayudado en gestiones. “Uno aquí se la lucha para conseguir dinero, gracia a Dios llegaron (su familia) por medio del parole humanitario”, relata.  

Aunque Esterlin Soriano tiene múltiples padecimientos de salud, continúa trabajando. LA PRENSA/Cortesía

Soriano sufre de la presión arterial y tiene problemas de colon, mismos que lo han llevado a reducir sus esfuerzos de trabajo. Pero la lucha es diaria porque tiene una familia a la cual mantener.

“Aquí la vida gira en gastos, pago de renta, líneas de teléfono, luz, agua. Uno tiene que buscar asumir esos costos, no podemos parar de trabajar porque lo más que nos esperan para pagar las deudas es un día”, afirma y agradece todo el apoyo que ha recibido de iglesias evangélicas que le han ayudado con consultas médicas.

Julia Cristina Hernández: “No me ha quitado la ganas de vivir”

A finales del año 2019, Julia Cristina Hernández tenía 31 años cuando la detuvieron en un operativo que la vinculaba al asesinato de José Isaías Ugarte, conocido como “Chabelo” en Monimbó. Meses después fue liberada, pero el 7 de enero de 2021 fue arrestada nuevamente y condenada a una pena de 18 años de cárcel y una multa de más de 50 mil córdobas.

Cuenta que sufrió tortura durante los años de secuestro y también fue desterrada el 9 de febrero de 2023. Ahora en libertad aún la duele no estar con su hijo de 13 años, quien el 14 de febrero pasará otro cumpleaños sin su madre.

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“Me hace falta mi hijo, a la fecha no lo puedo traer por problemas de los papeles, que el Gobierno (de Daniel Ortega) no me le dio permiso ni nada, ni pasaporte ni nada”, cuenta.

Después de llegar a Estados Unidos, país al que agradece por haberla recibido en libertad, pasó mucho tiempo desempleada.

Julia Christina Hernández. LA PRENSA/Cortesía

“El 1 de enero (2024) comencé a trabajar en una empresa empacando galletas, ese ha sido mi trabajo hasta el momento. Poco, pero tan siquiera para solventar parte de gastos, tanto de mi hijo como míos. Se hace lo que se puede”, dice resignada.

Hernández es originaria de Monimbó, Masaya, y dice que la vida en el país del norte es difícil, aunque otros crean lo contrario.

“Tenemos que trabajar, porque tenemos que solventar gastos, al principio no teníamos lo que era permiso de trabajo, el seguro social, todo eso aquí si usted no tiene esa documentación, usted no puede trabajar, entonces hasta que me dieron todos los documentos yo ya comencé a trabajar. Todo eso lleva un proceso, con mi pareja que hacía rumbitos de cosas de construcción yo me iba a ayudarle”.

Aunque no observa una pronta salida de Ortega del poder, Hernández no pierde la esperanza de regresar a Nicaragua. “Mucha gente está viviendo lo mismo, al igual con el mismo destierro, porque todos estamos supuestamente desterrados. Pero créanme, yo soy nicaragüense y eso nadie me lo va a quitar. Que él (Ortega) me quitó mi documento no me ha quitado mi vida, no me ha quitado la gana de vivir”, expresa.

Manuel Obando Cortedano: “Tengo la esperanza de que voy a volver”

Desde antes del 2011, el matagalpino Manuel Obando Cortedano trabajaba al servicio de la Iglesia católica en Nicaragua. Primero en Radio Hermano, de la Diócesis de Matagalpa, donde transmitía las misas por redes sociales los jueves y domingos. Poco después conoció a monseñor Rolando Álvarez, obispo también desterrado por la dictadura, y desde 2015 empezó a llevar la comunicación de la Diócesis de Matagalpa.

Su vida eran las cabinas de radio, hasta que el 11 de diciembre de 2022, a las 5:45 de la tarde, un grupo de policías en unas patrullas se aparecieron frente a su casa para trasladarlo a las celdas de la Dirección de Auxilio Judicial, conocidas como el Chipote, en Managua.

En febrero de 2023 abordó un avión, al principio con destino desconocido, pero que al final lo llevaría a la libertad a Estados Unidos, donde actualmente se dedica a la venta y despacho de comida rápida, una opción que buscó para sustentar la vida en ese país, y ya logró reunirse con su esposa e hijo.

“Después de un año prácticamente me ha tocado reinventarme, en todo. Desde lo que hacía hasta lo que hago, porque allá yo trabajaba de mi carrera, que era la comunicación social; aquí trabajo en un restaurante de comidas rápidas preparando lo que la gente solicita, desayunos, almuerzos, entre otras actividades que me corresponde hacer, diario nueve horas”, relata.

Dos meses después de haber llegado a Estados Unidos, Obando logró lo que tanto anheló desde que estaba en la cárcel: tener cerca a su esposa e hijo.

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“Nos logramos reencontrar en abril, a inicios de abril del año pasado. Ellos lograron viajar hacia acá a través del programa parole que el gobierno de Estados Unidos está ofreciendo a los nicaragüenses desde enero del año pasado y pues ha sido todo un desafío para todos, tanto para mi esposa, mi hijo, para mí porque bueno, como le hemos dicho a mucha gente, no solo cambiás de país, cambiás de horario, cambiás de clima, cambiás de cultura y hasta de idioma”, explica.

La suerte le sonrió a Obando para tener tan pronto a su familia con él, tenían los documentos en regla y vigentes, y “hubo gente de buena voluntad de aquí que nos ayudó a solicitarlos”, asegura. “El proceso dilató como 15 días desde que se hizo la primera solicitud y a los 15 días fue la aprobación”, revela.

Obando trabajó de cerca con monseñor Rolando Álvarez. LA PRENSA/Cortesía

El joven comunicador, de 29 años, sueña con regresar a Matagalpa. “Tengo la esperanza de que voy a volver y probablemente incluso vaya a regresar a mi ciudad, ojalá pues tenga la oportunidad de volver a servir en la Iglesia también”.

Gisella Elizabeth Ortega: “Trabajar en mi profesión es una dicha”

Tiene 37 años, sus cercanos la llaman “la Taylor” y era la gritona de las protestas contra Ortega, la que retumbaba con un inicial ¡Viva Nicaragua! y luego los demás repetían: ¡Qué vivaaaa! Gisella Elizabeth Ortega creció en el barrio San Judas, de Managua.

Tras dos años de asedio y hostigamiento policial, el 24 de noviembre de 2022 fue apresada. Estuvo en la cárcel por tres meses, tiempo en que solo pensaba en el destino de su hija de 16 meses. Horas antes de su arresto, Ortega estaba preparada para que la Policía entrara a la casa: alistó los papeles de su hija, medicina, ropa y demás utilidades.

Es licenciada en Lengua y Literatura y tiene una Maestría en Ciencias de la Educación. En Nicaragua, era maestra de Español de primaria y secundaria, trabajos que se vio obligada a abandonar por el asedio policial. También fue docente de la Universidad Evangélica y de la Universidad de las Américas, y bibliotecaria de la Universidad de Managua.

Tras su destierro, el 9 de febrero del año pasado, se estableció en California, donde fue recibida por una familia que la apadrinó. “Mi padrino tiene dos amigas y ellas tienen los colegios. Él les contó mi caso. Dio reseña de mi currículo y de mi forma de ser”, contó. Fue así que comenzó a trabajar como maestra del Kinder Montessori.

“Empecé a amar a mis niños como amaba a los alumnos que tuve en Nicaragua. Trabajar en mi profesión es una dicha”, afirma.

Ortega imparte la clase de español durante treinta minutos, un día por grupo (son cinco grupos). De forma permanente es maestra de los niños más pequeños (desde 18 meses hasta los 3 años). “Como maestra permanente trabajamos diversas áreas: ciencia, historia, matemática, sensorial, cultura, lenguaje, vida práctica, que son actividades donde los niños aprenden actividades de la vida real, como peinar, limpiar, abotonar una camisa, enllavar una puerta, poner prensarropas, hacer galletas, etc.”.

Se ha ganado el aprecio y la confianza de los padres de familia, quienes en ocasiones la contratan como niñera los fines de semana o por la tarde, después de su jornada en el colegio.

Gisella Elizabeth Ortega y otras maestras del Kinder Montessori en California. LA PRNSA/Cortesía

Política Daniel Ortega Estados Unidos Nicaragua archivo

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