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Los descuidados factores culturales

¿Por qué los estudiantes asiáticos, siendo minoría en las universidades de Estados Unidos, logran los mejores grados académicos? ¿Por qué los chinos, japoneses, hindúes, y coreanos, que viven en dicho país, ganan el doble que la media de los mejicanos residentes y todavía más que la de los negros?

Como ocurre en los fenómenos sociales, detrás de todo fenómeno suele haber una multiplicidad de causas. Desafortunadamente hay algunos que muchos políticos o ingenieros sociales suelen marginar; como es el caso de los factores culturales, es decir, los valores, costumbres, o pautas de comportamiento propios de cada etnia.

 Veamos: mientras un tercio de los norteamericanos blancos, y un setenta por ciento de los negros, proceden de hogares constituidos por madres solteras, el dato para los asiáticos es de sólo un seis por ciento. ¿No estará aquí parte de la respuesta? Estudios tras estudio han demostrado que las tasas de criminalidad, fracaso académico, suicidio y pobreza, son mucho mayores en los hogares sin padre que en aquellos constituidos por parejas estables o unidas en matrimonio.  

 Las izquierdas o los “progres” persisten, sin embargo, en desestimar el impacto de los factores culturales y atribuir el atraso, o las patologías sociales de ciertos grupos, al “sistema”; a la injusticia social o a la discriminación. Conocen la desintegración familiar que sufre la población negra, pero culpan al racismo. Ignoran que en la década de los sesenta el porcentaje de negros nacidos de madres solteras era del 23 por ciento —tres veces menor que el actual— y que las familias negras unidas tienen más del doble de ingresos, no solo que de las familias monoparentales de su raza, sino también de las monoparentales ¡blancas!

 Otro ejemplo de la importancia de los factores culturales, tanto en el progreso de etnias como de naciones, es el de la honestidad. Un equipo de científicos sociales realizó un experimento al respecto en 2013: dejaron una docena de carteras con dinero en lugares públicos en distintos países. En Finlandia fueron devueltas todas. En Portugal sólo una. En Noruega la tasa de retorno fue del 100 por ciento, en Estados Unidos 67, en China 30 y en México 21. Otro experimento se realizó con las delegaciones diplomáticas ante las Naciones Unidas en Nueva York. Sus integrantes recibían tickets de multas por mal estacionamiento, pero como gozaban de inmunidad diplomática podían evitar pagarlas. Tras un año se encontró que la delegación de Egipto había dejado de pagar miles. Las de Canadá, Inglaterra y Japón, en cambio, las habían pagado todas.

 La correlación entre honestidad y desarrollo es fuerte es otro dato innegable. John Stuart Mill observaba, hace más de un siglo, que el nivel de honestidad de una sociedad era el factor más importante de su economía. Igualmente George Sowell ha sugerido que parte de la prosperidad de Inglaterra durante la revolución industrial, se debió a que muchos inversionistas europeos se sintieron atraídos a ella por su mayor respecto a la ley y honestidad administrativa. Edward Banfield, por su parte, descubrió como en el sur de Italia el familismo amoral —el limitar el respeto a las normas al clan familiar, con desprecio de los de afuera— era una de las causas del subdesarrollo local. 

Yo, como sociólogo, tuve una experiencia en los años setenta que me ayudó a valorar mejor la influencia de los factores culturales. Fue en una investigación auspiciada por el Banco Central para averiguar por qué diferentes programas para hacer prosperar las cooperativas de pescadores camaroneros de Puerto Morazán, en Chinandega, habían fracasado a pesar de haberles dotado de lanchas y bodegas refrigeradas. La respuesta comenzó a sospecharla al descubrir que la mayoría de ellos solían gastar sus ganancias durante los fines de semana en las cantinas y prostíbulos de la ciudad de El Viejo. No reinvertían un centavo en preservar o reparar sus equipos.  

Comprendí entonces que el problema principal en la pobreza de estos pescadores no estaba en estructuras injustas u otros factores institucionales, sino en su propia cultura. Evidentemente, esta no es el único factor que influye en la fortuna de los pueblos, pero si uno que muchos no valoran adecuadamente por su obsesión con los remedios organizacionales o estrictamente políticos. Es hora de poner atención en ambos.

El autor es sociólogo.

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