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¿Será mejor 2024?

Para contestar hay que definir primero lo que entendemos por mejor. Al igual que la expresión de           ¡Feliz año nuevo!, usualmente se entiende como uno en que no tengamos mayores problemas, dificultades o contradicciones; uno en que las cosas nos salgan bien: que mejoren nuestros ingresos, que no haya muertes, dolores o frustraciones, en suma, que nos sonría la suerte.  

Mas en la vida real a veces lo contrario sucede. En verdad, nunca sabemos lo que la vida nos deparará. Es perfectamente posible que este año nos traiga mayores problemas que el anterior, noticias malas inesperadas. A muchos nicaragüenses les pueden tocar más exilios y penurias. A los ya expatriados o emigrantes les puede ir muy duro. Puede que veamos una mayor cuota de represión, puede que tengamos graves problemas de salud.

Pase lo que pase, la buena noticia, lo que puede parecer sorprendente, es que un año preñado de dificultades puede ser mejor que uno en que nos saquemos la lotería. La razón es que lo que hace que un año sea mejor que el otro no son necesariamente los acontecimientos externos, sino la forma en que reaccionamos ante ellos. Esta puede transformar en oportunidades de crecer personal y espiritualmente lo que parecen grandes fracasos o calamidades

“Así como el oro se purifica en el fuego”, nos dice un pasaje bíblico (Ecl. 2), “el justo se purifica en el horno de la tribulación”. Lo vemos en las personalidades más sobresalientes de la historia. Casi todas ellas, sino todas, han enreciado su carácter y virtudes enfrentando grandes dificultades. Igual pasa con los árboles. Como señalaba San Josemaría Escrivá, los que crecen en terrenos suaves o fangosos fácilmente se doblan ante las tormentas, pero los que lo hacen en las cumbres, azotados por granizos y grandes vientos, se vuelven más duros que el acero.

Muchos de los 222 presos que fueron liberados en 2023 han testimoniado cómo la cárcel los acercó a Dios y les dio un sentido más espiritual de la vida. Es cierto, sin embargo, que hay quienes ante las penas o dolores se doblan o se llenan de resentimiento hacia Dios o hacia la vida. Que las crisis o contrariedades sean para bien o para mal depende de cómo las enfrenta quien las sufre. Por eso es tan importante en la crianza de los hijos no evitarles las contrariedades —error que comenten muchos padres— sino enseñarles a superarlas. Las contrariedades son las pesas que hay que levantar para aumentar los músculos de la personalidad.  

El hombre religioso, y en particular el cristiano, tiene una gran ventaja en el reto inevitable de enfrentar dificultades y hasta tragedias. Porque sabe reconocer que detrás de todo acontecimiento, por doloroso que sea, está la mano de un padre Dios providente que todo lo dispone para el bien de quienes lo aman (Rom. 8,28).

Trasladando estas reflexiones a la situación actual de Nicaragua podríamos preguntarnos: ¿Puede cosecharse algún bien de sus recurrentes desgracias? ¿Puede haber alguna oportunidad oculta o un designio amoroso de Dios en el estado de opresión en que ha caído el país; en la persecución que hoy sufre la Iglesia?

Es difícil, o atrevido, interpretar las acciones de Dios en la historia. En la historia de Israel los profetas señalaban que sus calamidades, como invasiones y destierros, eran resultado de sus pecados, de haberse apartado de la senda del bien. Y Dios las permitía precisamente para provocar el arrepentimiento y volverse hacia Él. Vale la pena preguntarnos, como nación, si no habrá en nuestros comportamientos algo que haya provocado los males que lamentamos y que ahora enfrentamos el reto de mejorar o rectificar nuestra conducta.

La Iglesia ha sido purificada muchas veces por las persecuciones. Lo mismo puede ocurrir con las naciones. De lo que no puede haber duda es que todo esfuerzo por enderezar el camino y dejar atrás las malas prácticas dará buenos frutos. En la medida que lo hagamos podremos tener, en 2024, un año mejor.

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

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