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Francisco Hernández de Córdoba: fundador de León y Granada de Nicaragua

Al conquistador español capitán Francisco Hernández de Córdoba, enviado a tierras nicaragüenses por el gobernador de “Castilla del Oro” (después Panamá) Pedrarias Dávila, le corresponde el mérito de la fundación de las primeras ciudades erigidas en el territorio de lo que hoy se conoce como República de Nicaragua.

En orden de precedencia, Hernández de Córdoba fundó las ciudades de León y Granada en 1524. También fundó, a principios de 1525, la ciudad de Bruselas, al fondo del golfo de Nicoya, en territorio de la actual República de Costa Rica, despoblada un año después por órdenes del propio Hernández de Córdoba. Se le atribuye también la fundación de la Villa de Segovia, cerca de la confluencia de los ríos Jícaro y Coco, destruida pocos años después.

De Francisco Fernández o Hernández de Córdoba (de ambas maneras se refieren a él los cronistas), se ha dicho que es “el conquistador de Nicaragua por antonomasia”. Las raíces de la herencia hispánica en Nicaragua, afirma Carlos Meléndez Chaverri, descansan sobre el fundador de nuestras ciudades más antiguas, León y Granada, más que sobre cualquier otro de sus contemporáneos. “Su obra fundacional, agrega el distinguido historiador costarricense, eclipsó los méritos precursores de Gil González Dávila, y precedió la obra institucional, pero polémica, de un Pedrarias Dávila”.

Sin pretender negar los méritos de quien dio nombre a nuestra moneda nacional, es poco lo que con certidumbre se sabe sobre los antecedentes de este capitán español, que entró a la historia por la puerta de Nicaragua. Aquí tuvo su encuentro con la fama y también con la tragedia. La ambición de llegar a ser el primer gobernador de las tierras que conquistó y pobló, que tanto le deslumbraron y donde fundó sus dos ciudades emblemáticas en torno a las cuales se forjaría la historia del país, fue la causa de su perdición. Acusado de traición por Pedrarias Dávila, fue decapitado en 1526 en la plaza de León Viejo, la ciudad que él mismo fundara dos años antes.

Su mejor biógrafo, el historiador costarricense Carlos Meléndez Chaverri, nos dice que ni siquiera se puede afirmar con seguridad que haya sido oriundo de la provincia andaluza de Córdoba, aunque es lo más probable, y, menos aún, que haya nacido en la propia ciudad de Córdoba, famosa por haber sido la capital del gran califato árabe del mismo nombre. Esto en nada disminuye la figura del fundador de León y Granada, pues era lo más frecuente que miembros de familias de origen social modesto pasaran al Nuevo Mundo precisamente en busca de fortuna y ennoblecimiento, tal como sucedió con Pizarro, Cortés y muchos más. Este parece haber sido el caso de Francisco Hernández, convertido en Hernández o Fernández de Córdoba cuando en Panamá entra al servicio y protección de un señor tan principal, como lo fue Pedro Arias de Ávila. Para entonces podría tener unos 35 años de edad.

Meléndez Chaverri conjetura que Francisco Hernández pasó a las Indias en 1517, porque encontró, en el Catálogo de Pasajeros a las Indias de ese año, que un tal Francisco Hernández, oriundo de la provincia de Córdoba, viajó a las Indias, sin que se pueda asegurar de que se trate de la misma persona o de un simple homónimo. La primera vez que se cita el nombre de nuestro personaje en un documento histórico es el 25 de octubre de 1519, cuando Francisco Fernández, primer alcalde ordinario de la ciudad de Panamá, figura en un repartimiento de indios en encomienda. Luego, ese mismo año en 1519, aparece como capitán de la guardia personal del gobernador Pedrarias, de quien sin duda se había ganado su confianza.

Cuando se firma el “Contrato de compañía para la conquista de Nicaragua”, en la ciudad de Panamá el 22 de septiembre de 1523, nuestro personaje firma como Francisco Fernández. Los otros socios de la empresa fueron Pedrarias Dávila, Alonso de la Puente y Diego Márquez. El 1 de mayo de 1524, antes de iniciar su viaje a las tierras del cacique de Nicaragua, Francisco Fernández participa en el repartimiento de oro que se hizo en Coatega y figura en el acta como “muy noble señor”, lugarteniente del gobernador y capitán general, el muy magnífico señor Pedrarias de Ávila, a su vez, lugarteniente de sus Magestades en Castilla del oro.

Con estos antecedentes no es extraño que Pedrarias Dávila, entonces gobernador de Panamá, le escogiera para encabezar la empresa de la conquista de Nicaragua, en calidad de lugarteniente suyo.

229 personas, entre españoles y esclavos negros, figuran en lista de la gente que pasó con Francisco Hernández a las tierras del cacique de Nicaragua, entre ellos algunos que  más tarde alcanzaron gran notoriedad, como los capitanes Hernando de Soto, más tarde descubridor del río Mississipi, Francisco de la Puente, Gabriel de Rojas, Juan Alonso Palomino y Alonso de Peralta, el arcediano Rodrigo Pérez, el padre Diego de Agüero y el soldado Sebastián de Benalcázar, quien más tarde fue el primer alcalde de León y, años después, bajo las órdenes de Francisco Pizarro, conquistó Quito y fundó las ciudades de Popayán y Cali, en la actual Colombia.

Ya en tierras de Nicaragua, Hernández de Córdoba, libró varias batallas contra los indígenas que opusieron resistencia a los invasores, entre ellas la famosa batalla que tuvo lugar en mayo de 1524, cerca de El Viejo, narrada después por Fernández Oviedo y conocida como “la batalla de los desollados”, por el ardid de los indígenas de cubrirse con la piel de indios e indias viejos para espantar a los españoles, sin lograrlo.

Un nubarrón oscurece la trayectoria de Hernández de Córdoba, y es que con él se inició el tráfico de indios entre Nicaragua y Panamá, donde los indios de Nicaragua eran vendidos como esclavos. El primer barco salió para Panamá en 1524, llevando algo de oro y varias “piezas” de indios, dándose así inicio al inicuo comercio, que condujo, al despoblamiento de la provincia.

La obra fundacional es lo que engrandece la figura de este capitán español, que tuvo los defectos y virtudes de los hombres de su época. Pero, indudablemente, Francisco Hernández de Córdoba es un personaje de primera importancia en nuestra historia, a como lo es también el célebre cacique de Nicaragua, que deslumbró a los españoles por las preguntas, de hondo contenido teológico y filosófico, que le formuló al capitán Gil González Dávila, en el célebre diálogo con que se inició entre nosotros el encuentro entre la cultura indígena y la hispánica. De ambas culturas procede nuestra identidad mestiza, de la que debemos sentirnos tan orgullosos y que ha sido capaz de engendrar nada menos que al príncipe de la poesía castellana Rubén Darío.

El autor es educador, académico y escritor. Fue rector universitario y ministro de Educación.

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