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Chile y la continuidad de la Constitución de Pinochet

Las señales de cambio en el mundo, de la debacle de las izquierdas tradicionales, llámense comunistas y sus derivados, ¡al fin está cambiando y para bien de la humanidad entera! En el caso concreto de Latinoamérica es evidente el rechazo a todo lo que huela a marxismo, sea político, cultural o electoral a no ser por el fraude electoral apoyado por las mafias empresariales y políticas. Incluso en Estados Unidos recientemente la Universidad Internacional de la Florida dio a conocer una encuesta que arroja datos que hasta hace pocos años serían inconcebibles, como es el distanciamiento hispano al Partido Demócrata, lo que tendrá una incidencia trascendental en las elecciones de 2024.

El mundo está cambiando, definitivamente, por eso en Chile el alboroto ese de querer refundar al país y hasta de haber pretendido la izquierda radical cambiarle el nombre, el himno nacional y otras sandeces se fueron por la borda, como también se desbarrancó el pasado domingo 17 de diciembre del 2023 la misma propuesta pero que, esta vez, aun a pesar de haber sido elaborada por la derecha,  el pueblo prefirió continuar con la misma carta magna de la era Pinochet.

Ni las constituyentes, ni las llamadas “revoluciones” ni los escudriñamientos por querer borrar partes de la historia de un pueblo, sacarán de la pobreza y las crisis sociales a ninguna nación. Solo los gobiernos limitados (con los cuales se logra contrarrestar en gran medida la corrupción, el nepotismo y otros vicios de poder), la implementación de los valores de la democracia, la libertad y el modelo liberal o conservador de economía libre sin tantas trabas administrativas, con roles y oportunidades transparentes para los empresarios, es que se logra salir de la pobreza. Esa lección le ha costado caro aprenderla a Latinoamérica entera. Por eso resultó una tremenda burrada ese ejercicio constitucional que llevó a cabo Chile en dos ocasiones y que le quedó claro al mundo entero también, que las cosas no son por ahí cuando se trata de querer erradicar la pobreza.

El 8 de agosto de 1980 fue aprobada la actual Constitución Política chilena y fue sometida a un plebiscito el 11 de septiembre de ese mismo año para lograr su promulgación al mes siguiente entrando en vigor transitoriamente en marzo de 1981 y a partir de 1990 en forma plena.

Desde entonces ha sido reformada tendaladas de veces: 63 hasta 2022 con más de 250 artículos en total siendo la expresidenta socialista Michelle Bachelet la primera en abordar el tema de una nueva constituyente en  el  2015 para luego, en el 2019, ante las protestas ciudadanas debido a  la carestía del transporte público la izquierda siempre manipulativa, indujo a una insurrección devastadora y provocativa incendiando  prácticamente a todo el país, quemando el metro, saqueando almacenes y paralizando la economía, lo que acorraló al entonces presidente  Sebastián Pinera a decretar estado de emergencia y a promover un acuerdo político que deviniera en una nueva Constitución, lo que hasta ayer llegó a su fin con el veredicto popular rechazando una nueva aventura constitucional.

Pero, si bien es cierto algunas demandas eran justas en medio de la crisis económica mundial dado el alto costo de la vida, la ocasión chilena de la depresión fiscal fue aprovechada en gran medida por el Partido Comunista y las organizaciones del Frente Popular alrededor de este, para socavar aún más la frágil institucionalidad causada por ellos mismos. Por cierto, los nicaragüenses no somos ajenos a esa realidad, basta recordar en los gobiernos de transición las asonadas, quemas de buses y chantajes de sindicatos como el de transporte Parrales Vallejos, o de los propios estudiantes azuzados por el sandinismo para reclamar el 6 por ciento a las universidades después de la derrota electoral de estos en 1990, entre otras distracciones polvorientas y sangrantes típicas del resentimiento castrochavista.

De cara a este fracaso tal parece que ni el presidente Gabriel Boric ni sus remanentes socialistas así como tampoco la derecha ni la ciudadanía en general, quieren saber más de una nueva constitución. Es un hecho que las urgencias son otras.

Calamitoso y desfallecido en su discurso, Boric dijo que dicho proceso estaba destinado a traer esperanzas, pero que al final, resultó generando “frustración y hasta hastío en una parte relevante de la ciudadanía”, y cómo no iba a generar desencanto si los problemas de Chile no son causados por su carta magna, sino por las consecuencias comunistas inculcadas aun en miles y miles de jóvenes pulsando contra toda permanencia de tolerancia y libertad y, por la flojera de la derecha que, lamentablemente, no sabe ocupar su lugar y ejercer con firmeza la decisión del mandato popular cuando este vota por ella. (Caso Bolsonaro).

Estos dos intentos refundacionales desde 2019 abren un momento propicio para los pueblos del mundo entero, a saber identificar los verdaderos problemas de la pobreza incesante y cómo salir de ellos. Aunque el primero de estos fue manejado por la izquierda y el segundo por la derecha, por José Antonio Kast, excandidato presidencial, la propuesta en sí no merecía tampoco ser aprobada, y ambas iniciativas en cierto sentido mantienen políticas subsidiarias de parte del Estado.

Perdió la izquierda, pues ella fue la causante de todo este andamiaje jurídico político y es la más afectada en este proceso al derrumbarse su “eterno anhelo” de hacer desaparecer la actual Constitución, todo por querer acabar con la herencia pinochetista que dejó a Chile en una economía próspera a pesar de lo que diga la izquierda. También perdió la derecha por sus divisiones internas y su siempre endeble propagación de su discurso. ¡Pero ganó Chile carajo y eso ya es bastante!

 El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional

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