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El hermano Antonio Garnier

La lluvia esa tarde azotó con fuerza la costa del lago de Managua. Decenas de estudiantes del segundo año de bachillerato del Instituto Pedagógico de Varones de Managua la recorríamos recolectando para nuestros herbarios muestras de la abundante vegetación. Un señor, ya entrado en años, cabellos canos, bajo y regordete, con su inconfundible hábito de la congregación de los Hermanos Cristianos, se desplazaba con gran naturalidad en aquellos lodazales y en medio del torrencial aguacero. Sin titubear, con un vocerrón marcado por el acento francés, el anciano iba diciendo el nombre científico de cada especie de planta que le mostrábamos. Aquel hombre sencillo, cuya bondad podía advertirse a flor de piel, era el hermano Antonio Garnier, uno de los más eminentes hijos de San Juan Bautista de la Salle.

Tuve el privilegio de ser su alumno. Primero, en la clase de Botánica y Zoología y, más tarde, en la de Filosofía. En ambas, los textos que utilizábamos habían sido escritos por el propio hermano Antonio, aunque su nombre no figuraba en ellos.

Antonio Hipólito Madaule nació en Francia en 1885, en el seno de una familia de agricultores del departamento del Aveyron. A los trece años ingresó en el noviciado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.  A los diecisiete años vistió el hábito de los hijos de La Salle. Pocos meses después, fue enviado a la recién independizada República de Panamá, donde trabajó en las ciudades de Colón y David. Tras una permanencia de ocho años en aquel país, en 1913 y en compañía de los hermanos Venero Carlos, Apolinar Pablo, Miguel, Julio Apolonio y Jaime Adelemo, llegó a Nicaragua para hacerse cargo de la Escuela Normal de Varones, más tarde transformada en el Instituto Pedagógico de Varones de Managua.

Cuando el Pedagógico abrió oficialmente sus puertas, se inició la extraordinaria y fructífera labor del Hno. Antonio Garnier en Nicaragua, que debía extenderse por varias décadas. No solo contribuyó a forjar decenas de promociones de profesores normalistas y, más tarde, de bachilleres en ciencias, letras y filosofía, sino que fue un incansable investigador de nuestra geografía y de nuestra fauna y flora.  Es así como colaboró con el Hno. Julio Apolonio en la elaboración del Mapa de Nicaragua, que se utilizó por mucho tiempo en todos los colegios del país. También escribió textos de pedagogía y psicología, de historia universal, geografía de Nicaragua y de Centroamérica, apologética y agricultura tropical y zootecnia. Nombrado profesor de filosofía, ante la carencia de un buen texto, acometió su redacción, resultando una obra en dos volúmenes que mereció los elogios del cardenal Gasparri, secretario de Estado de S.S.  Pío XI.

Las inquietudes intelectuales del Hno. Antonio le llevaron a escribir numerosos artículos en revistas y periódicos de la época, algunos de los cuales dieron forma a su libro Los falsificadores de la Biblia.  Pero su obra científica cumbre es Botánica Tropical y Zoología General. Además, coleccionó uno de los herbarios más completos de las plantas nicaragüenses, algunas de las cuales fue el primero en clasificar científicamente.

Cuando ingresé al Pedagógico, en compañía de mi hermano Guillermo, el Hno. Antonio se encontraba al frente de la dirección del plantel. Por esa época, mi padre, el maestro Carlos Tünnermann López, era profesor de música en el mismo Instituto, y cuando se enfermó gravemente, el Hno. Antonio decidió que mi hermano y yo continuáramos estudiando pagando la mitad de la colegiatura hasta el restablecimiento de la salud de nuestro padre.

Dos veces se desempeñó el Hno. Antonio como director del Pedagógico, hasta que en 1947 fue sustituido por el Hno. Eulogio. Poco tiempo después, fue trasladado a Francia a una casa de retiro para Hermanos Cristianos de avanzada edad, donde más tarde falleció, siempre añorando a su querida Nicaragua, su patria de adopción, donde tanto bien hizo en treinta y cinco años de encomiable labor.

En un homenaje que se le tributó para despedirlo, fue notorio que intelectuales liberales, como don Sofonías Salvatierra e Ildefonso Palma Martínez, rivalizaron con intelectuales conservadores, como el doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya y el doctor Félix Guandique, en reconocer los méritos de este sabio educador, a quien su país natal, Francia, honró en 1939 otorgándole las Palmas Académicas.

Estuve entre los alumnos y exalumnos que despedimos al hermano Antonio Garnier en la puerta del Pedagógico, cuando un vehículo lo esperaba para llevarlo al aeropuerto. Sin el habitual hábito de los Hermanos Cristianos, para viajar vestía un traje de saco y corbata. Todos los presentes le dimos fuertes abrazos, lo aplaudimos con los ojos llorosos y le expresamos nuestra gratitud, junto con nuestros deseos por un buen viaje, del cual ya nunca retornaría.

Cualquier error histórico que me perdone mi querido y admirado hermano Benito.

El autor es educador, académico y escritor.

Opinión
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