Chile, como país, nación, pueblo y Estado sigue dando lecciones de una cultura política superior para toda la América Latina y el Caribe.
En estos días de septiembre los chilenos han conmemorado los 50 años transcurridos desde el sangriento y trágico golpe militar de Estado del general Augusto Pinochet; y han festejado en grande el 213 aniversario de su independencia nacional.
Con motivo de estos eventos y ante la intensa polarización política de la sociedad chilena en la actualidad, el presidente socialista democrático Gabriel Boric se ha unido a los cuatro expresidentes chilenos de izquierda y derecha del período posterior a la dictadura de Pinochet: Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, para dirigir a la nación y la comunidad internacional una trascendental proclama titulada: “Por la democracia siempre”.
Se trata de un compromiso patriótico de “cuidar y defender la democracia, las leyes y el Estado de derecho…, preservar y proteger esos principios civilizatorios de las amenazas autoritarias, de la intolerancia y el menosprecio por la opinión del otro”.
Los máximos líderes políticos y morales de la nación chilena llaman a “enfrentar los desafíos de la democracia con más democracia, hacer de la defensa y promoción de los derechos humanos un valor compartido por toda la comunidad política y social, sin anteponer ideología alguna a su respeto incondicional”.
Mirando al ámbito internacional el presidente y los expresidentes de Chile llaman a “fortalecer los espacios de colaboración entre Estados a través de un multilateralismo maduro y respetuoso de las diferencias, que establezca y persiga los objetivos comunes necesarios para el desarrollo sustentable de nuestras naciones”.
“Cuidemos la memoria —reclaman los estadistas chilenos— porque es el ancla del futuro democrático que demandan nuestros pueblos”.
Esta proclama no es una declaración retórica más de las que acostumbran los políticos tradicionales latinoamericanos. Se trata de un solemne llamado de atención ante el bochornoso hecho histórico de que después de más de dos siglos de vida nacional independiente las clases dirigentes y los pueblos dirigidos de los países latinoamericanos no han sido capaces de construir en cada uno de sus territorios, una patria para todos y un Estado realmente nacional que represente y sirva a toda la gente, no solo a los grupos que ejercen o detentan el poder.
La gente de cada país no puede ni tiene por qué compartir toda el mismo sentimiento o bandera política. Cada quien tiene derecho a ser lo que quiera en materia ideológica y política, siempre y cuando respete el de los demás. Todos deben tolerarse unos a otros y los Estados y gobiernos deben garantizar las condiciones apropiadas para la tolerancia y la equidad, no privilegiar a algunos mientras discriminan a los demás.
Como dijimos en ocasión de las recientes Fiestas Patrias de Nicaragua, cuando han pasado más de dos siglos desde la independencia nacional ya no vale culpar a los antiguos imperios por el atraso, la pobreza y el subdesarrollo en el que viven nuestros pueblos. La culpa es de los propios latinoamericanos y caribeños, sobre todo de sus dirigencias políticas que han malgastado el tesoro público de la independencia, la autodeterminación y la soberanía nacional, y han usado los poderes del Estado y gubernamentales para su aprovechamiento particular.
Nicaragua está muy lejos de Chile, no solo por la distancia geográfica sino también por la racionalidad y madurez de su cultura política. Pero por sus problemas y necesidades comunes la proclama patriótica del presidente y los expresidentes chilenos también tiene aquí una gran validez.
Lo que proclaman y demandan los líderes morales chilenos es lo que se necesita para que América Latina deje de ser una tierra de lamentaciones y un escenario de luchas fratricidas. Que es lo que ha sido hasta ahora por culpa de los mismos latinoamericanos que no han sabido desarrollarse y prosperar en libertad.