La Nicaragua en la que vivimos, no es la que nuestros ancestros soñaron para nosotros, no es en la que Rubén Darío se inspiró, tampoco es a la que Camilo Zapata le cantó, ni la que Andrés Castro defendió con una piedra de nuestras propias tierras, no es patria, más pareciera un potrero donde todos se insultan, difaman, se agreden, se matan, es el país de la ley del más fuerte, dejando por fuera los sagrados principios universales del diálogo y la tolerancia, como únicos medios cívicos y pacíficos de resolver las controversias existentes, acciones que daría paso a encontrar la tranquilidad y felicidad del ciudadano y aún mejor convertir nuestra patria en una república plena, donde impere la libertad, la democracia y la justicia social.
Nadie por más fuerte que sea y tenga la capacidad de destruir o aniquilar a su adversario por el simple hecho de no estar con él, no adquiere el derecho de hacerlo, la capacidad de fuerza es admirable siempre y cuando sea utilizada para el bien común y el desarrollo integral de la comunidad, (demuestra sabiduría). De no ser utilizada en el marco del desarrollo y bienestar social pierde su capacidad y queda simplemente en el instinto de la fuerza bruta, que al contrario de dar confianza y tranquilidad, inspira miedo y temor, dándole sólo en apariencia seguridad al que la posee o la controla.
Las controversias se enmarcan en tres sentidos: 1) Entre ciudadanos comunes. 2) Entre ciudadanos y el Gobierno. 3) Entre países. Las tres solo tienen dos caminos para dilucidarlas, la utilización primitiva de la fuerza bruta o la sabiduría de dialogar revestido de tolerancia pero con voluntad plena de resolver las controversias existentes. El más fuerte, inspirado en el bien común está obligado en ayudar al más débil, los países potencias están obligados en ayudar a los países más débiles, en el aspecto de su misma seguridad. Más aún, si es del mismo continente se tiene que convivir en armonía y sus controversias dilucidarlas con el poder de la palabra, (diálogo), tienen que ser y convertirse en facilitadores y colaboradores del más débil, las sanciones no son soluciones, se convierten en acciones desintegradoras de la convivencia armoniosa de la comunidad internacional y en sanciones del gobierno del país débil en contra de algún sector de la sociedad nacional, (efecto dominó).
Los gobiernos de cualquier país, ya sean fuertes o débiles, están obligados en ser tolerantes, facilitadores, prudentes, diplomáticos, ingeniosos y voluntariosos, no pueden ni deben ser agresivos, intolerantes, vengativos, impulsivos ni desmedidos. Si bien Nicaragua no debe ni puede seguir viviendo constantemente con amenazas de sanciones, tampoco los nicaragüenses no tienen por qué vivir permanentemente bajo la dirigida administración del miedo, la venganza y el odio.
Una gota más de sangre derramada ya sea de algún seguidor del gobierno o un opositor del mismo es inaceptable, el mantener el poder o aspirar al mismo en perjuicio de la vida humana no vale la pena, la intolerancia elimina el razonamiento, el insulto oscurece el camino, la agresión da rencor y cierra puertas, tenemos que ser firmes y decididos, la tolerancia da conciencia, el diálogo otorga oportunidades, la voluntad da tranquilidad y el cumplimiento da paz y libertad.
El autor es licenciado en Derecho. Activista liberal independiente.