En estos días de las Fiestas Patrias (14 y 15 de septiembre) se cumplen 167 años de la Batalla de San Jacinto en la que heroicos soldados nicaragüenses derrotaron a una tropa de filibusteros; y 202 años de la independencia nacional. En realidad fue la independencia de Centroamérica de la cual Nicaragua era una provincia, hasta que el 30 de abril de 1838 una asamblea constituyente proclamó la independencia definitiva del Estado de Nicaragua.
Desde entonces hubo grandes cambios económicos y sociales en la sociedad nicaragüense. Pero muy poco o casi nada cambió la cultura política que en general sigue siendo como la de aquella época: caudillista, autoritaria e intolerante, reacia a la convivencia nacional democrática y a reconocer las libertades personales y públicas.
En todo este tiempo el nos nacional del que habló Pablo Antonio Cuadra Cardenal (PAC) solo se manifestó en una ocasión. Fue cuando los líderes liberales y conservadores firmaron el Pacto Providencial del 12 de septiembre de 1856 y se unieron para combatir juntos a los filibusteros de William Walker. Después nunca más.
En todas partes ha ocurrido siempre que después de lograr su independencia nacional los pueblos caen en situaciones de anarquía, de luchas armadas de unas facciones contra otras disputándose el poder. Es lo que ocurrió en Nicaragua después de la independencia nacional, pero lo peor es que después de más de dos siglos la violencia política de abajo y de arriba, la polarización de la sociedad en bandos irreconciliables y la intolerancia de unos a las ideas políticas de los demás, no cesan hasta ahora.
Solo en dos períodos muy breves de la historia nacional, el de la república conservadora del siglo 19 llamada “de los 30 años” y el de los 16 años de gobierno democrático de 1990 a 2006, la sociedad nicaragüense vivió en una democracia que con todos sus defectos y fallas era mejor que todo lo que hubo antes y en todo caso muy preferible a lo que hay ahora.
De esta desgracia nacional no vale culpar al imperio español que dominó el país durante más de tres siglos; ni al imperialismo yanqui que lo hizo por otros medios hasta la época del somocismo. Ahora tanto España como Estados Unidos (EE. UU.) más bien han ayudado a Nicaragua con programas de ayuda al desarrollo, inversiones de capital y tecnologías y relaciones comerciales que sostienen en gran medida la economía nacional, aparte de las cuantiosas remesas familiares procedentes de EE. UU. y España que permiten sobrevivir a una inmensa cantidad de nicaragüenses.
Pero Nicaragua continúa siendo un país subdesarrollado y pobre en lo económico y social y una “república bananera” en su sistema político. Lo cual es culpa de los errores y la incapacidad de los mismos nicaragüenses, pues, como solía decir Carlos Mántica Abaunza, “estamos como estamos porque somos como somos”.
En los años setenta del siglo pasado, el líder liberal Ramiro Sacasa Guerrero con la consigna política de “Una Nicaragua para todos” quiso promover una transición gradual institucionalizada del somocismo a la democracia. Pero fracasó por falta de respaldo social.
En los años 90, el filósofo Alejandro Serrano Caldera creó la doctrina de La Nicaragua posible, una propuesta “para sacar al país de la premodernidad, para refundar a Nicaragua sobre los pilares de la libertad y la justicia, la jurídica y la social, lo cual solo se puede lograr mediante el diálogo, el consenso y la concertación de un nuevo pacto social”. Pero aquella otra generosa propuesta para recuperar el nos nacional también se perdió ante la indiferencia de la sociedad nicaragüense a pesar de que tan necesitada estaba de acogerla.
El sociólogo Humberto Belli ha escrito que la historia nacional, desde el descubrimiento de América por los españoles en 1492 hasta 2019, ha sido una incesante búsqueda de “la tierra prometida”. En realidad, lo que han venido buscando los nicaragüenses (no todos, pero una parte meritoria de ellos) es la libertad, la justicia, la democracia, el Estado de derecho, la justicia social, el respeto a los derechos humanos y a vivir con dignidad.
Como se deduce de la historia de Nicaragua desde la independencia nacional hasta ahora, ese ideal de vida y de sistema político no se ha dejado de buscar. Y se seguirá buscando no se sabe por cuánto tiempo más.