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Unidad nacional en la historia de Nicaragua

El 12 de septiembre de 1856 los partidos liberal y conservador encabezados por Máximo Jerez y Tomás Martínez, respectivamente, se unieron para enfrentar a las huestes filibusteras de William Walker que se habían apoderado de Nicaragua.

Aquel inusitado acontecimiento político fue llamado por los historiadores de la época el “Pacto Providencial”, pues consideraron que solo por la gracia de la Providencia divina los caudillos de los dos partidos se pudieron unir. Así lo refiere el expresidente de Nicaragua, don Enrique Bolaños Geyer en su libro sobre la historia nacional La lucha por el poder. El poder y la guerra.   

 El “Pacto Providencial” fue decisivo para la derrota de los filibusteros. Y el 12 de septiembre de 1856 quedó inscrito en la historia nacional como la única vez que los nicaragüenses han dejado a un lado sus filiaciones y simpatías políticas para unirse y enfrentar a un enemigo común.

Por supuesto que sin la ayuda de los demás países centroamericanos que enviaron sus ejércitos a combatir contra los filibusteros, a estos no se les hubiera podido derrotar. Pero esto fue complementario, lo fundamental fue la acción de los nicaragüenses unidos por encima de sus diferencias partidistas. Relacionado con la significación histórica del “Pacto Providencial” del 12 de septiembre de 1856, Humberto Belli cita en su libro En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019, al gran Pablo Antonio Cuadra Cardenal, PAC, quien en su obra emblemática El Nicaragüense escribió: “Fue la Guerra Nacional contra el invasor filibustero la que produjo la primera vivencia colectiva y profunda del ´nos´ nacional”.

Ese “nos nacional” de los nicaragüenses del que habló PAC no se volvió a manifestar nunca más en el ámbito de la  política. Solo se ha vuelto a presentar ante las tragedias nacionales causadas por catástrofes naturales, como las erupciones volcánicas, los terremotos y los huracanes.

 En realidad, la unidad nacional del “Pacto Providencial” del 12 de septiembre de 1856 fue un hecho histórico irrepetible. En el relato político partidista, que no es fiel a la historia, se dice que también hubo unidad nacional cuando todos los nicaragüenses se unieron alrededor del Frente Sandinista para derrocar a la dictadura somocista. Pero no es cierto. Fue solo una parte de los nicaragüenses la que se dejó seducir por la promesa de los “ríos de leche y miel”, y respaldó a los sandinistas para que tomaran el poder e impulsaran su Revolución.

 Tampoco se unieron todos los nicaragüenses en la contrarrevolución armada contra la dictadura sandinista de los años ochenta. Y no hubo unidad total, solo parcial, en la épica movilización electoral de la Unión Nacional Opositora (UNO) y doña Violeta Barrios de Chamorro, que derrotó en 1990 a la primera dictadura sandinista. No se unieron ni siquiera todos los antisandinistas, pues en las elecciones del 25 de febrero de 1990 junto a la UNO participaron otros ocho partidos opositores.

Ahora, en el exilio que adversa al régimen de Daniel Ortega se habla mucho de que la unidad de todos los  grupos opositores es indispensable para conseguir la victoria. Pero es imposible en la lucha política, en la cual convergen diversas ideologías, propuestas políticas y aspiraciones personales y de grupo.

 En la amplia y heterogénea diversidad política que es una realidad, lo que deberían proponerse los líderes opositores es formar una masa crítica opositora, es decir, una fuerza que sin reunirlos a todos porque esto es imposible, alcance la capacidad de vencer al adversario y convertir en realidad sus aspiraciones democráticas.

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