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Los Rieles es una comunidad en donde los miskitos se han asentado desde los años ochenta. Óscar Navarrete/LA PRENSA

El duro exilio de los miskitos que huyen hacia Costa Rica

Pequeñas ciudadelas de miskitos nicaragüenses crecen en Costa Rica. Huyen de la represión del régimen y de la invasión de colonos a sus tierras. Desarraigados de sus rutinas culturales enfrentan el exilio con extrema pobreza, discriminación y sin conocer el idioma de esas tierras extrañas

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El día de Jahaira Salomon empieza a las cuatro de la madrugada. A esa hora su esposo se levanta para ir a trabajar y ella debe prepararle algo de comer y alistar a su hija de cuatro años que se despierta una hora más tarde para ir al colegio. Mientras Salomon le sirve a su esposo, escuchan pasar el primer tren por este suburbio de San José, la capital costarricense.

Esta familia miskita llegó a Costa Rica en 2019 huyendo de la represión del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua. Se asentaron en un lugar conocido popularmente como Los Rieles, porque por ahí pasan las vías del tren que hace temblar el caserío cada vez que pasa.

El lugar es como la escena de una película de narcos mexicanos. De esas que dan una sensación de calor cuando uno las ve. Es una fila de casas de madera, zinc y plástico levantadas a unos tres metros de las vías del tren, junto a la calle polvosa que comparten transeúntes y vehículos. Si pasa un carro, las personas tienen que pasarse a los rieles, y cuando se acerca el tren, nadie se mueve hasta que pase.

Todo eso bajo un sol inclemente y frente a un enorme abismo de unos 30 metros con un basurero en el fondo. Aquí viven los miskitos nicaragüenses en pobreza extrema, inseguridad, desempleo, algunos con hambre, otros enfermos, y casi todos en hacinamiento.

Los Rieles es una ciudadela en donde viven miskitos nicaragüenses que huyeron de la represión de Daniel Ortega. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Los Rieles es uno de los lugares en Costa Rica donde los miskitos han llegado a vivir tras huir de Nicaragua. Según la vocera miskita y también exiliada, Susana Marley, mejor conocida como Mama Tara (Mama Grande), en este país hay varios lugares en donde unas 300 familias de esta etnia han llegado para conformar una especie de pequeñas ciudadelas.

Estas se ubican en La Carpio, Pavas, Alajuelita, Alto Purral, Talamanca, Sixaola y Limón. Las últimas tres, ubicadas en el Caribe tico y las más pobladas son las de La Carpio y Pavas, en donde hay cerca de 100 familias en cada una, asegura Marley.

Los Rieles queda en Pavas, en las periferias de San José, la capital costarricense. Marley explica que esa zona empezó a ser poblada por miskitos desde los años ochenta cuando algunos migraron huyendo de la guerra civil en la que se encontraba el país en aquel momento. A partir de 2018, los miskitos empezaron a llegar a los otros lugares.

Marley vive en La Carpio, una comunidad fundada en los noventa principalmente por nicaragüenses que llegaron a Costa Rica. Las condiciones en este lugar son un poco diferentes que en Los Rieles. Aunque hay calles pavimentadas y más establecimientos comerciales, los miskitos igual viven en pobreza, hacinamiento y también tienen que lidiar con problemas de inseguridad y desempleo.

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Mientras habla con DOMINGO, Marley se despide de su hijo de 40 años que está por irse a trabajar. Él no habla español y hace unos meses tuvo un accidente mientras trabajaba en construcción, lo cual lo dejó imposibilitado de hacer cualquier labor que implique trabajo físico. Ahora, se va al parqueo de un restaurante para cuidar carros y vive de lo que le dan las personas como propina.

Marley espera que, por la noche, cuando regrese su hijo, traiga algo de dinero para poder comprar una bolsa de avena y no dormir con el estómago vacío como la noche anterior.

Susana Marley, vocera de los miskitos y exiliada en Costa Rica. Óscar Naverrete/LA PRENSA

Una vida diferente

Para los miskitos, dice Marley, “el exilio ha sido demasiado difícil”. Ellos están acostumbrados a vivir de la tierra, el bosque y los ríos y muchos nunca antes habían requerido trabajar para pagar alquiler, comida y demás necesidades básicas. “Nosotros tenemos una casa para cocinar y otra para dormir, no como aquí que es todo en el mismo cuarto”, dice Sinforosa Davies Labonte.

En diciembre de 2018, Davies Labonte llegó a Costa Rica porque había participado en las protestas contra la dictadura de Ortega en Waspán y también porque un grupo de colonos invasores se tomaron las tierras de su familia.

A sus 55 años, a esta mujer se le dificulta encontrar empleo en Costa Rica. Hace tres meses trabajaba como empleada doméstica para una familia costarricense, pero no le quisieron pagar las horas extras que había hecho cuidando a un enfermo. Cuando reclamó, sus patrones la despidieron. Junto a ella viven cuatro de sus ocho hijos y solo uno tiene trabajo como guarda de seguridad.

Marley también sufre mucho por haber dejado su hogar a sus 65 años. Ella es socióloga de profesión, originaria del territorio Wangky Maya, en el Cabo Gracias a Dios, pero hasta antes de exiliarse en diciembre de 2021, vivía en Managua. Para aquellos días, la Policía allanó su casa y temió que regresaran y se la llevaran detenida, por eso decidió salir de manera irregular hacia Costa Rica.

Sinforosa Davies Labonte habla con la revista Domingo bajo la condición de que no se revele su rostro por temor a que sus familiares sufran represalias en Nicaragua. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Los miskitos, dice Marley, están acostumbrados a salir a pescar en caso de que no tengan para desayunar. “Se va al río, se pesca y ya tenemos la comida. Ya cocinamos un pescado con bastimento, ya nos llenamos. Seguimos trabajando, sembrando”, pero en Costa Rica no pueden hacerlo.

La socióloga explica que históricamente, sobre todo en los ochenta, los miskitos han huido hacia Honduras porque en ese país hay parte de lo que consideran su territorio ancestral, y hacia Costa Rica había llegado una pequeña parte. Eso cambió a partir de 2018, pues el narcotráfico se ha apoderado de territorios tanto en Honduras como en Nicaragua, por lo cual los miskitos ahora prefieren huir hacia el sur.

En Costa Rica, a los miskitos se les dificulta llevar la vida que tenían en Nicaragua. Para empezar, mucho no entienden el español y tienen dificultades para encontrar trabajo por eso. Incluso, para hacer una solicitud de refugio tienen complicaciones.

Marley señala que cuando van a la Unidad de Refugio de la Dirección General de Migración y Extranjería (DGME de Costa Rica), no pueden llenar los formularios porque no los entienden y tampoco hay nadie que les explique, de manera que salen del lugar sin papeles que les permita regular su situación migratoria.

La vocera de los miskitos menciona el caso de un hombre de esta etnia de 39 años que a finales del año pasado tuvo un accidente en su trabajo y como no hablaba español, su empleador se aprovechó de ello para no hacerse cargo.

El miskito se encontraba cortando gypsum con una sierra, y de repente la maquina se rompió y una pieza se le ensartó en el ojo izquierdo. “El hombre (empleador) lo mandó al hospital con su asistente y ella dijo que el accidente había sido en la casa de una tía de él y no que había sido trabajando”, asegura Marley.

El hombre perdió el ojo izquierdo y el derecho se le está oscureciendo. No pudo continuar con el tratamiento médico porque no tiene seguro, y tiene una deuda con el hospital por la atención de emergencia que le dieron. Encima de todo, no puede trabajar tras perder su ojo.

Esta es parte de la ciudadela que los miskitos han levantado en Los Rieles. Óscar Navarrete/ LA PRENSA

En Nicaragua, los miskitos en su mayoría viven del trabajo en el campo, de la ganadería y de la pesca, pero en Costa Rica les ha tocado dedicarse a la construcción o a trabajar como choferes, repartidores de comida y guardas de seguridad, mientras que las mujeres como empleadas domésticas, cocineras, o lavando y planchando ajeno. Una parte de los miskitos también trabaja en el campo cortando piñas, caña de azúcar, café y cítricos.

Jahaira Salomon no tiene trabajo por el momento, pero de vez en cuando lava y plancha ropa ajena para sacar un dinero extra. A su hija de cuatro años, sus compañeros de clases la discriminan. Le llaman “siksa”, que significa negra en miskito. Esta pequeña es una de los más de 300 menores de edad miskitos que están exiliados en Costa Rica, según los registros que tiene Marley hasta diciembre de 2022.

Salomon va a dejar a su hija al colegio a pie, ya que le queda cerca, pero los niños que viven en La Carpio a veces van solo dos o una vez a la semana porque tienen que tomar bus y sus padres no tienen para el pasaje. En este lugar hay una sola escuela, de manera que muchos niños quedan sin cupo para poder estudiar y los padres deben matricularlos en colegios de otros barrios o comunidades.

Olvidados

A pesar de que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) tiene varios programas de asistencia para personas refugiadas y solicitantes de refugio en situación de necesidad, como los miskitos, Marley indica que ellos permanecen en el olvido. Han tratado de pedir ayuda a distintas organizaciones, pero algunas no les atienden el teléfono y otras prometen una ayuda que jamás llega.

“ACNUR, casi a toda la familia miskita, casi a todas, no nos han beneficiado. Ellos tienen su forma de hacer el estudio y no sé por qué no nos benefician. Lo más difícil para nosotros es el pago de casa, el alimento y el apoyo a los niños escolares”, indica Marley, quien debe ya dos meses del alquiler del cuarto donde vive con su hija Xochilt de 35 años, su nieto de siete y su otro hijo de 40 años.

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Marley es diabética, hipertensa y tiene problemas en sus rodillas. “De la cintura para arriba estoy bien, pero de la cintura para abajo todo me falla”, explica y cuenta que el pasado lunes que ocurrió una masacre en una comunidad del Caribe Norte de Nicaragua, pasó enferma y llorando “porque siguen asesinando a nuestro pueblo. Nos siguen matando y somos humanos, aunque seamos negritos somos humanos”.

Las familias miskitas viven en condiciones de hacinamiento y pobreza extrema en Costa Rica. Óscar Navarrete/LA PRENSA

Para los miskitos, la fe es muy importante y en Costa Rica se ven obligados a asistir a iglesias evangélicas donde la prédica y los cantos son en español, por lo cual muchos no lo entienden. “A la hora que cantan, cantan alabanzas en español y nosotros queremos cantar en nuestra propia lengua”, señala Marley.

Ella va a una iglesia en La Carpio. “Yo canto con ellos, pero la mayor parte de nuestra gente aquí en el exilio son de habla miskito y yo le pedí al pastor que yo voy a cantar en mi lengua materna la canción de “Cristo no está muerto, Él está vivo”, y me permite cantarla. Yo disfruto de ese momentito”.

En la ciudadela de Los Rieles, los miskitos tienen una Iglesia Morava en donde la prédica es en su lengua, pero los que viven en otros lugares como Alajuelita o La Carpio, se les dificulta llegar los domingos porque a veces no tienen para los pasajes y cuando tienen, prefieren dejarlo para la comida de la semana.

A Marley particularmente le hace falta ver a los suyos sembrando en sus tierras, pescando, lavando en los ríos y hablando su lengua. “Uno añora su patria, su pueblo, su nación y estar en el exilio es demasiado fuerte. Cuanto añoro una guanábana, marañón, naranja, limón, naranja agria, zapote, el otro amigo de zapote que es cabezón. No me acuerdo el nombre en español ahorita. El limón dulce, la yuca. Y los patios de nosotros que son llenos de siembros”.

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