Apoyar el libre comercio está fuera de moda. En los países ricos se le ha culpado de la pérdida de puestos de trabajo y los responsables políticos casi lo han abandonado. Durante el siglo pasado, el comercio había aumentado como porcentaje de toda la economía global, pero alcanzó su punto máximo en torno a la crisis financiera mundial y ahora está disminuyendo. Lo mismo puede decirse de Nicaragua, donde el comercio ha caído en los últimos 15 años, a pesar de tener una reciente recuperación en 2021. Esto es lamentable porque garantizar un comercio más libre resulta ser una de las mejores políticas de desarrollo del mundo.
Desde hace siglos se sabe que el comercio aumenta los ingresos porque permite a una nación especializarse y producir eficazmente lo que mejor sabe hacer. Un estudio concluye que el comercio nos hace a todos un 27 por ciento más ricos, lo que significa que los países tienen, en promedio, más de una cuarta parte de ingresos mayores en comparación con un mundo sin comercio.
El comercio no solo aumenta los ingresos medios. También ayuda a sacar a los pobres del mundo, de la pobreza extrema. Según uno de los estudios más recientes más citados, los ingresos del 20 por ciento más pobre crecen tan rápido como los ingresos medios.
Lo hemos visto claramente en las dos naciones más pobladas del mundo, China e India. Cuando el comercio chino se disparó, los ingresos se multiplicaron por siete y la pobreza extrema se redujo del 28 por ciento a casi cero en la actualidad. India ha experimentado una trayectoria similar, aunque más moderada: cuando las tarifas se redujeron de un asfixiante 56 por ciento en 1990 al 6 por ciento en 2020, los ingresos medios se multiplicaron casi por cuatro y la pobreza extrema se redujo del 22 por ciento al 1.8 por ciento. Hemos visto trayectorias similares en otros países de rápido crecimiento como Corea del Sur, Chile y Vietnam. La prosperidad del comercio es realmente compartida.
No es de extrañar, entonces, que lograr un comercio más libre sea una de las promesas que los líderes mundiales han suscrito con los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030. Por desgracia, el mundo está incumpliendo esta promesa y la mayoría de las acordadas.
El motivo de esta situación no es un secreto. Los dirigentes prometieron todo a todos, y la lista de promesas asciende a 169 objetivos. Tener 169 prioridades es como no tener ninguna. La lista tiene muchos objetivos básicos, como el aumento del comercio, la erradicación de la mortalidad infantil, la mejora de la escolarización y la eliminación de la guerra y el cambio climático. Pero al mismo tiempo incluye objetivos bienintencionados pero mucho más periféricos, como impulsar el reciclaje, más parques urbanos y la promoción de estilos de vida en armonía con la naturaleza.
Este año el mundo se encuentra en la mitad del plazo para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero no estamos ni cerca de la mitad del camino. Está claro que no podemos hacerlo todo, así que es hora de identificar y priorizar las promesas más cruciales. Mi grupo de reflexión, el Copenhagen Consensus, está haciendo exactamente eso: junto con varios premios Nobel y más de un centenar de destacados economistas, llevamos años trabajando para identificar dónde cada córdoba puede aportar el mayor beneficio.
Una nueva investigación, revisada por pares, muestra por qué el aumento del comercio debería ser una prioridad en la agenda mundial. El estudio tiene en cuenta los problemas de pérdida de empleo señalados por los políticos del mundo rico. Analiza cuánto costo adicional impone un comercio más libre a estos trabajadores al perder sus puestos de trabajo, tener que recalificarse (a menudo en empleos peor pagados) o abandonar por completo el mercado laboral.
Pero el estudio también descubre las ventajas de acrecentar el comercio, como el aumento de los ingresos y las consiguientes mejoras para los pobres del mundo. Esto nos permite sopesar tanto los costos como los beneficios de un comercio más libre. El estudio es pionero, porque constituye el primer intento de establecer los costos y beneficios no silo a nivel mundial, sino también para los ricos y los pobres del mundo.
El modelo económico muestra que si hacemos crecer el comercio mundial un 5 por ciento, el costo para todos los trabajadores del mundo, en el futuro, sería de un billón de dólares. Sin duda, este costo justifica la preocupación de los políticos populistas. Sin embargo, los beneficios para la humanidad son de 11 billones de dólares, lo que lo convierte en un muy buen negocio.
Los gobiernos de todo el mundo deberían ayudar más a las personas que se ven perjudicadas por el libre comercio, pero el importante superávit derivado de un comercio más libre no solo proporciona una fuente de dinero para hacerlo, sino que también presenta una enorme oportunidad de desarrollo para aumentar los ingresos y sacar a la gente de la pobreza.
El nuevo modelo también muestra quién asume los costos y demuestra por qué los países ricos son los que más se han beneficiado del comercio. Como los países ricos constituyen la mayor parte de la economía mundial, ganan el 60 por ciento de los 11 billones de dólares. Pero ellos soportan más del 90 por ciento de los costos. Aunque esto valida algunas preocupaciones políticas, pasa por alto el panorama general: los países ricos ganan 7 dólares por cada dólar de costos.
Además, descuida por completo la gran oportunidad que supone el comercio para la mitad más pobre del mundo. Sus costos son mínimos, 15,000 millones de dólares, pero los beneficios superan con creces el billón de dólares. Por cada dólar de pérdidas, los economistas encuentran la fenomenal cifra de 95 dólares de beneficios a largo plazo, que aumentan los ingresos y reducen la pobreza.
Si nos tomamos en serio los objetivos de desarrollo, no podemos prometerlo todo. Tenemos que ejecutar primero las políticas más eficientes. Un mayor comercio mundial resulta ser una de las formas más sorprendentes de ofrecer mejores vidas e ingresos.
El autor es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Ha sido considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time, una de las 75 personas más influyentes del siglo XXI por la revista Esquire y una de las 50 personas capaces de salvar el planeta por el periódico The Guardian, del Reino Unido. Su más reciente libro en español es Falsa alarma: Por qué el pánico ante el cambio climático no salvará el planeta, que se suma a sus numerosas publicaciones, entre ellas los best seller “El ecologista escéptico” y “Cool It”.