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Por fin vimos a monseñor

Pasaron 43 días sin que nadie supiera nada del estado o salud de monseñor Rolando Álvarez. El 10 de febrero fue condenado en un “juicio” relámpago a 26 años de cárcel y enviado a la cárcel La Modelo en Tipitapa donde le internaron en una celda de máxima seguridad. Completamente aislado del mundo, sin nadie que lo pudiera ver, y sin un gobierno que lo quisiera enseñar, era imposible afirmar si estaba bien o mal. Esto dio lugar a muchas especulaciones y sospechas. El secretismo se usa normalmente para encubrir lo impublicable.

El temor compartido, dentro y fuera del país, era que monseñor Álvarez estuviese siendo objeto de torturas o coacciones psicológicas. Alimentaba esta sospecha la afinidad de Ortega al comunismo —sistema especialista en doblegar prelados con métodos terribles— y su abierta hostilidad hacia la Iglesia católica. Es cierto que él no se ha declarado abiertamente comunista, pero siempre ha profesado simpatía abierta hacia los líderes de este credo. Inveterado admirador del régimen cubano, lo fue también de la comunista Unión Soviética. En algunos eventos del partido FSLN se ha cantado La Internacional, himno mundial del comunismo, e invitó a una de sus tomas de posesión a la esposa del estalinista exdictador de la Alemania roja, Erich Honecker. Cooperan con él actualmente los servicios de inteligencia de Rusia, hoy presidida por un exagente de la temida KGB, y los del G2 cubano.

Un editorial reciente del Washington Post, Do not forget this Nicaraguan Bishop´s Brave stand for Human Rights (“No olvidemos la valiente defensa de los derechos humanos de este obispo nicaragüense”), expresaba este temor, diciendo que “desde que la Hungría comunista torturara y encarcelara al cardenal József Mindszenty durante la guerra fría, ninguna dictadura le había caído a un clérigo con la ferocidad con que el señor Ortega ha visitado al obispo Álvarez”.

El cardenal Mindszenty fue arrestado por las autoridades comunistas tras protestar la confiscación de las escuelas católicas. Acusado por “traición a la patria” y otros cargos, fue sometido a interrogatorios imparables por 39 días y noches seguidas. Lo peor es que no le permitían dormir y le ponían drogas en su comida para alterar su mente. Durante 29 días lo sometieron a golpizas con clavas de hule sobre su cuerpo desnudo. Psicológicamente destruido fue obligado a confesar sus delitos —que luego denunció como producto de la tortura—. Fue condenado entonces a cadena perpetua.

Otra víctima similar fue el primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszyński. En 1948, para intimidarlo arrestaron primero a su secretario, Zakar, en 1948 reduciéndolo a la demencia a fuerza de tortura. Luego lo tocó a él. Todas las noches lo despertaban y trataban de hacerle firmar una confesión; si se negaba, más golpes. Así durante un mes y medio. Al final, física y mentalmente destruido, firmó una confesión falsa (pero junto a ella agregó “c.f.”, es decir “coactus feci”, lo hago obligado).

Ha sido por eso un gran alivio ver a monseñor Álvarez vivo y sonriente, en una escenografía evidentemente montada para hacer creer que está siendo bien tratado en una especie de Tipitapa Hilton. Esperemos que ahora sea así. Porque la verdad es que sufrió 43 días de aislamiento prolongado, práctica de tortura blanca condenada expresamente en el Reglamento de las Naciones Unidas para el Tratamiento de Reclusos (reglas Mandela), del cual Nicaragua es signataria. Veamos: 

Regla 43: “En particular, quedarán prohibidas las siguientes prácticas: a) el aislamiento indefinido; b) el aislamiento prolongado; c) el encierro en una celda oscura o permanentemente iluminada. Regla 44: A los efectos de las presentes reglas, por aislamiento se entenderá el aislamiento de reclusos durante un mínimo de 22 horas diarias sin contacto humano apreciable. Por aislamiento prolongado se entenderá el aislamiento que se extienda durante un período superior a 15 días consecutivos.

Ojalá mejore ahora su tratamiento y que el gobierno acate para él, y para los demás presos políticos, las normas internacionales del caso. Pero, sobre todo, ojalá lo libere del cruel dolor del cautiverio, aplicado injustamente a un hombre tan querido como inocente y valiente.

El autor, el expatriado doctor Humberto Belli, fue ministro de educación y es sociólogo e historiador aficionado. Publicó el libro “Buscando la Tierra Prometida; historia de Nicaragua 1492-2019, disponible en librerías locales y en Amazon.

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