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Los históricos Acuerdos de Sapoá

Se dice que un acontecimiento es histórico cuando por su impacto en el momento que ocurre y su trascendencia más allá, es digno de pasar a la historia.

Tal es el caso de los Acuerdos de Sapoá, que la semana pasada —propiamente el jueves 23 de marzo— cumplieron 35 años de haber sido firmados por representantes del régimen sandinista de los años 80, y de la Resistencia Nicaragüense o contrarrevolución armada.

Sapoá, dicho sea de paso, es el nombre de una pequeña localidad nicaragüense del departamento de Rivas, fronteriza con Costa Rica. Según dice el sabio nicaragüense Jaime Incer en su libro Toponimias indígenas de Nicaragua, Sapoá es un vocablo de origen chorotega (zapo-atl) que significa “río de los zapotes”. Aunque el académico Francisco Arellano (q.e.p.d.) asegura en su Diccionario del Español de Nicaragua, que dicho vocablo es de origen náhuatl.

Como sea, en esa pequeña localidad fronteriza se reunieron las representaciones al más alto nivel del gobierno sandinista y la contrarrevolución para negociar un acuerdo político que permitiera poner fin a la guerra civil. Una feroz y sangrienta contienda armada que arrastró a Nicaragua al conflicto geopolítico de las dos súper potencias. Una guerra que estaba desangrando a la nación, que había arruinado la economía del país y en la cual ninguno de los dos bandos tenía capacidad para vencer al otro militarmente. Esto, a pesar de que los contras eran apoyados por Estados Unidos, y los sandinistas que detentaban el poder, por la extinta Unión Soviética.

 Las negociaciones de Sapoá duraron tres días, del 21 al 23 de marzo y concluyeron con un acuerdo avalado por dos testigos de calidad, el cardenal nicaragüense Miguel Obando y el brasileño entonces secretario general de la OEA, Joao Baena Soares.

Adolfo Calero Portocarrero, el comandante general de la contrarrevolución que encabezó a su delegación, escribió en el libro Crónicas de un contra que “en Sapoá se acordó un cese del fuego temporal de 60 días, y negociaciones inmediatas para un “cese de fuego definitivo”, bajo el cual la Resistencia depondría las armas y aceptaría la amnistía a cambio de reformas democráticas y un “diálogo nacional” en el que se aprobarían estas reformas que desembocarían en elecciones libres, justas y honestas”.

Tuvieron que pasar casi dos años más, y otras negociaciones políticas intensas y difíciles, para que se pudieran concretar los acuerdos de paz y la celebración de elecciones libres con garantías. Hasta que por fin estas se realizaron el 25 de febrero de 1990 y fueron ganadas por la Unión Nacional Opositora (UNO) y doña Violeta Barrios de Chamorro, quien era su candidata presidencial. Pero sobre todo el triunfo fue de la paz y la reconciliación nacional, de la democracia y la libertad.

Tal vez los Acuerdos de Sapoá fueron un fenómeno histórico irrepetible, pues las condiciones de ahora en el mundo, las Américas y Nicaragua, son muy diferentes a las de los años ochenta. Y porque en la actualidad no hay una guerra y la geopolítica mundial es diferente.

Pero algunos aspectos políticos fundamentales de los dos escenarios históricos son iguales o muy parecidos. Y en todo caso, el principal valor político de los Acuerdos de Sapoá fue la demostración de que por muy agudo que sea un conflicto bélico o político, por muy antagónicos e irreconciliables que sean los bandos en lucha, siendo partes de una misma nación en el fondo existe la posibilidad de que bajo determinadas condiciones puedan entenderse. Siempre y cuando, por supuesto, se ponga la conveniencia nacional por encima de los intereses particulares, de las pasiones y los odios polarizantes.

 En los años ochenta había, igual que ahora, fuerzas influyentes que se oponían a cualquier forma de acuerdo, que optaban por el aplastamiento del enemigo. Sin embargo, aunque fuera de mala gana terminaron aceptando los Acuerdos de Sapoá, los cuales sirvieron para lo que la gran mayoría de los nicaragüenses —y la comunidad internacional de aquel entonces— necesitaban de manera apremiante.

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