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Sucedió en abril 

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Abril 

Sucedió en abril. Para mayo de 2018, Daniel Ortega estaba técnicamente noqueado. Un par de golpes combinados en abril le doblaron las piernas y vio que el mundo se le puso oscuro. Supo que se iba, pero, como viejo zorro que es, abrazó a su oponente para amarrarle los brazos y detener el castigo por unos segundos. Pidió diálogo. El diálogo es la salida civilizada, acordaron. Todo su propósito en ese momento era ganar tiempo para terminar el round, llegar sobre sus piernas a la esquina y tomar un segundo aire. Estaba en su derecho, dijeron. 

Mañas 

Desde la distancia de los años, uno piensa que la oposición fue muy generosa con Ortega en ese momento. Al verlo (casi) noqueado se pensó en una salida digna para él y su equipo. Se subestimaron sus mañas. El error de la oposición fue pensar que ya había ganado. Viéndolo viejo y enclenque como se retiró a su esquina, se creyó que todo era asunto de rematar en el round siguiente, o que abandonaría la pelea, sin imaginarse que aquel ya había tomado la decisión de imponerse por las malas, sin respetar ninguna de las reglas que aceptó cuando se le dio la oportunidad de tomar ese aire que le faltaba. 

Locura 

Lo que vimos después queda para la historia. Ortega salió furioso y dispuesto a no respetar regla alguna del juego limpio. Mató. Secuestró. Torturó. Usó armas de guerra. Apresó. Todos, o casi todos, de quienes se sentaron con él a dialogar terminaron presos. Ante el estupor del mundo, Ortega y su equipo destruyeron el ring, agredieron al público, echaron a los jueces y nombraron nuevos jueces entre ellos mismos. Reescribieron las reglas para que Ortega no pierda nunca más y se considere falta grave, gravísima, el solo hecho de desafiarlo. Aquello era de locura, pero sucedió. Créanme que sucedió. 

Fintas 

El combate, tal como lo conocíamos, obviamente terminó. ¿Qué pelea puede ser esta donde uno de los púgiles tiene guantes en las manos y normas que respetar, y se enfrenta a otro con arma de fuego en manos, con licencia para matar y sin atenerse a regla alguna? Ortega y su equipo quedaron en posesión del ring y toda la arena. Dícese campeón de todos los pesos. Dícese presidente perpetuo. Nadie se lo cree. Se pasea con el cinturón y de vez en cuando sube a pelear contra él mismo. Su equipo le celebra las torpes fintas que hace ebrio de poder. El que abuchea es golpeado o acusado de propagación de noticias falsas o traición a la patria. Los que pueden salir, salen. Huyen. 

Golpistas 

De eso hace cinco años ya. Sucedió en abril. Ortega y su equipo alegaron que los golpes que estuvieron a punto de noquearlo fueron ilegales, porque el contrincante no tenía derecho a lanzar golpes, solo a recibirlos. Les llamaron golpistas. Y se les persiguió por ello. Toda la destrucción y violencia que desató Ortega, dijeron, fue consecuencia de los golpes que recibió y, por lo tanto, culpa de los golpistas. 

Imperialismo 

Al principio hubo algunos, muy pocos, por cierto, que defendieron la acción de Ortega en un mil veces repetido discurso que siempre terminaba culpando al imperialismo. Dijeron que esta vez se estaba practicando un modelo alternativo de boxeo y no el que impone el imperialismo norteamericano. Que, si hubo asesinatos, torturas y secuestros, fue culpa de los golpistas. Y que al final el público es el que tiene la última palabra y el 85 por ciento de los presentes lo respaldan, según una encuesta que mandó Ortega a hacer con M&R Consultores. Donde la gran mayoría del mundo miraba un crimen, algunos quisieron ver una revolución. 

Cohabitación 

Después de cinco años, sin embargo, todo mundo se ha convencido que es de locura lo que sucede en Nicaragua. Hasta el sacerdote de la parroquia, hombre ponderado, dice que Ortega es un desequilibrado. Sus amigotes, incluso, evitan salir en la foto con él. Cada vez está más solo, en peleas contra él mismo. En su esquina están preocupados. Unos le recomiendan que se calme, que negocie, que prometa de nuevo un combate limpio para el 2026. Que cohabite mientras agarra aire de nuevo. 

Simiso 

El año pasado, el boxeador sudafricano Simiso Buthelezi quedó sobre el ring peleando contra un rival imaginario. A pesar que parecía que iba ganando, los golpes que recibió lo afectaron más de lo que parecía. Murió después de la pelea.  

Ciclo 

Ortega no entiende de razones. Su mundo es otro. Tira golpes contra su sombra y se da en su propia nariz. No hay enemigo queriendo hacer la guerra con él para no ponerse al nivel de su locura. Secuestrar no es gobernar, le gritan desde afuera. Ya nadie le cree su cuento y eso lo enfurece. Más temprano que tarde deberá entregar el cinturón que se robó. Sí sabe que afuera está la ley esperando para que responda por sus crímenes. Que el tiempo está en su contra. Y que va perdiendo a pesar que pelea contra nadie. Como Simiso. El principio de su fin comenzó en abril. No hay ciclo cerrado.

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