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Los presos políticos y las secuelas psicológicas de las torturas y los malos tratos

La liberación de la mayor parte de las personas presas políticas ha sido una buena noticia en primer lugar para las personas afectadas y sus familiares, en segundo lugar, para quienes tienen una verdadera preocupación por la crisis sociopolítica de Nicaragua.

Pero el análisis del impacto político y jurídico debe esperar, hay que centrarnos en la salud emocional y atención psicosocial de las 222 personas que fueron liberadas. Aunque en declaraciones los hemos visto en general bien, lo cierto es que todo el tiempo que estuvieron en reclusión la vida como la conocían siguió su curso. Existen personas que ya no estarán en sus vidas, como la madre de Max Jerez; sus hijos iniciaron o concluyeron ciclos educativos mientras estaban en cautiverio, como es el caso de María Oviedo y Juan Sebastián Chamorro.

Ironía o coincidencia, también el mundo de los Derechos Humanos continuó evolucionando y en 2022 Naciones Unidas actualizó el “Manual para la Eficaz Investigación y Documentación de Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanas o Degradantes”, mejor conocido como “Protocolo de Estambul”.

Si bien hay muchos aspectos de interés que se actualizan en el nuevo manual, quisiera centrarme en el apartado VI del Protocolo de Estambul de 1999 referido a “Indicios Psicológicos de la Tortura”; mismo que pasa a llamarse “Pruebas Psicológicas de las Torturas y Malos Tratos”. Dicho de manera simple, antes el estándar internacional sobre tortura en materia de Derechos Humanos solo reconocía las secuelas psicológicas en caso de tortura, mientras hoy las secuelas psicológicas también tienen lugar por malos tratos (umbral de gravedad menor a la tortura) porque justamente la experiencia internacional arroja que, aunque el umbral de gravedad de los malos tratos sea menor a la tortura, también acarrea secuelas psicológicas.

Al contrastar testimonios de las personas presas políticas liberadas con la información que en algún momento surgió respecto de sus condiciones de confinamiento y su aparente bienestar, bajo ninguna circunstancia debe minimizarse la posible comisión de hechos de tortura y malos tratos. El encierro en solitario; el aislamiento del mundo exterior; la mal nutrición; y el inadecuado tratamiento a personas privadas de libertad, tiene el potencial de generar secuelas psicológicas en ellos.

 La tortura, al igual que los malos tratos pueden acarrear secuelas psicológicas tales como: Revivir el hecho victimizante en sueños y hasta despierto. Evitar lugares, personas actividades. Hiperexcitación, dificultad para dormir o permanecer dormido, irritabilidad o dificultad para concentrarse. Autoconcepto dañado o cambios negativos, asociados a tener la sensación de haber sufrido un daño irreparable y/o dificultad para experimentar sentimientos positivos como la felicidad o el amor. Sentimientos de culpa o venganza. Depresión. Disociación y despersonalización. Molestias físicas. Problemas sexuales. Y síntomas psicóticos, entre otros (Párr. 500 al 512).

Si bien, la gran mayoría de las personas presas políticas son muy resilientes, no hay que perder de vista que las secuelas psicológicas pueden aparecer con el paso del tiempo, incluso, puede que ya estén presentes en ellos y que, por el impacto de la noticia de su liberación y la necesidad de redefinir el rumbo de sus vidas, hayan pasado inadvertidas. Por ello, creo tenemos la obligación moral de respetar sus procesos y sobre todo, brindar lo que esté a nuestro alcance para procurar la recuperación psíquica.

Para algunos, la lucha por la democracia en Nicaragua lleva años, para otros lleva décadas. Reformular la estrategia puede tomar algún tiempo, pero que el referente de resistencia de nuestros presos y presas políticas no sea blanco, en este momento, de nuestras ansias de democracia y libertad.

El autor es maestro en Derechos Humanos.

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