Los primeros días de diciembre son en León, de Nicaragua, una verdadera delicia. El clima es agradable y el ambiente es extraordinario. La ciudad entera se prepara para la gran celebración de La Gritería, nuestra fiesta nacional por excelencia. El madroño en flor se viste de blanco para dar su primera comunión, como lo escribiera magistralmente el poeta chorotega Antenor Sandino Hernández. El olor de la albahaca y los pañales del niño se encuentran en cada rincón de la vieja metrópoli, y el gofio, los huevos chimbos, el piñonate, las cajetas de leche, y el infaltable bienmesabe, están en muchos de los paladares de los leoneses.
Solo María, madre nuestra, hace semejante despliegue de fe tradición y fervor. Como muy bien lo dijera Martín Lutero, el fundador de la Reforma Protestante, en su sermón del 1 de septiembre de 1522: “La veneración de María está escrita en lo más profundo del corazón humano”.
Mi veneración a la Madre me la inculcó mi tía abuela Trinidad Pereira Baldizón, quien con su voz rajada por los años y las tristezas, rezaba con tanta amor la novena a la Virgen en medio de los cohetes y la música, hasta llevarnos al “Toda hermosa”, cuando la alegría de los niños de ese entonces se desgranaba al recibir un limón dulce, un pedazo de caña o unos suspiros.
Veneración reforzada por el medioambiente, ya que me crié en San Felipe, el barrio leonés donde después de la Guerra Nacional el padre Gordiano Carranza proclamara el primer grito de: ¿Quién Causa tanta alegría?” ante la imagen que con rostro de niña se conserva todavía en esa centenaria iglesia.
Recuerdo cuando estando en el extranjero, en Washington DC, ya con los fríos del invierno, añorando a la patria que se lleva siempre dentro del alma, oí de pronto en un capilla llena de inmigrantes, el ¿Quién causa tanta alegría? Y las lágrimas se soltaron y el perfume de la patria inundó todo mi ser.
Purísimas de mi niñez, con ayote cocido, muéganos y bien me sabes. Celebradas con mucho fervor, en los viejos galerones del colegio Beato Salomón, hoy colegio La Salle, y enseñadas con profunda devoción por ese santo varón que fue el hermano Félix.
Es tiempo en León, de chicha, puede ser de maíz rosado o maíz negrito, de horchata, de chicha de cohombro o de la famosa chicha bruja, pero también es tiempo del famoso “nacatamalito purisimero”, que se da en las novenas, en especial en los últimos días y que se guarda para un buen desayuno.
Tiempo, de fantasía, de triquitraques y de alabados, de: “Pues concebida fuiste sin Mancha- Ave María llena de Gracia”. Tiempo de preparación de la gallina rellena, o gallina en chinamo, para tenerla lista para la cena de la medianoche en donde a la hora del repique los leoneses de antaño con devoción decían: “Volteémonos todos al lado del Viejo para venerar a nuestra Virgen de la Concepción en su trono”, y toda la familia se volteaba haciendo la reverencia en dirección a lo que hoy se conoce como el Santuario Nacional del Viejo.
Purísimas, tiempo de añoranzas, en donde a mi memoria las imágenes vienen y van, realzando todo ese fervor a María, pero entre todas hay una en particular que me resalta. Es la figura de aquel obispo chinandegano que con corazón de oro, gobernó por varios años la Diócesis de León, monseñor Isidro Augusto Oviedo y Reyes, quien recurriendo a la Madre, ante la amenaza de la erupción del volcán Cerro Negro, le solicitó su intercesión, como lo hiciera en Caná de Galilea, cuando le dijo a su hijo: No tienen vino, y el milagro se produjo. En este caso el volcán se apagó y surgió la nueva Gritería, o Gritería de Penitencia.
Celebremos con alegría, estas fiestas marianas, que une a toda Nicaragua, y que la paz de Padre, del Hijo y del Espíritu Paráclito llene nuestros corazones.
El autor es abogado leonés.