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La universidad que convendría diseñar

La recuperación de la autonomía universitaria no será suficiente para que nuestras universidades estatales introduzcan las innovaciones que se requieren para hacer frente a las demandas y necesidades de la sociedad contemporánea, aunque es un requisito indispensable.

Como especialista en educación superior, paso ahora a exponer una sucinta reseña de mis ideas acerca de la universidad que convendría diseñar para hacer frente a los desafíos del siglo XXI, que se caracteriza por la influencia de dos fenómenos que tienen directa incidencia en el quehacer de las instituciones de educación superior: la globalización y la emergencia de las sociedades del conocimiento.

Frente a esos retos es urgente estructurar las respuestas de las universidades, mediante una serie de tareas que, en apretada síntesis conducirían a fortalecer sus capacidades de docencia, investigación y extensión interdisciplinarias, funciones que deben enriquecerse recíprocamente; flexibilizar sus estructuras académicas e introducir en su quehacer el paradigma del aprendizaje permanente; auspiciar sólidos y amplios programas de actualización y superación académica de su personal docente, acompañados de los estímulos laborales apropiados; arraigar en su quehacer las culturas de pertinencia, calidad y gestión estratégica, informática, rendición social de cuentas e internacionalización.

Ante un mundo en constante proceso de cambio, la educación permanente aparece como la respuesta pedagógica estratégica que hace de la educación asunto de toda la vida y dota a los educandos de las herramientas intelectuales que les permitirán adaptarse a las incesantes transformaciones, a los cambiantes requerimientos del mundo laboral y a la expansión y obsolescencia del conocimiento. Se dice, y con razón, que si un profesional diez años después de graduado ejerce su profesión según los que aprendió durante sus estudios, lo único que podemos afirmar es que lo está haciendo mal.     

La vocación de cambio que imponen los fenómenos antes mencionados implican una universidad al servicio de la imaginación y la creatividad, y no únicamente al servicio de una estrecha profesionalización, como desafortunadamente ha sido hasta ahora entre nosotros. El cambio exige de las instituciones de educación superior una predisposición a la reforma de sus estructuras y métodos de trabajo, lo que conlleva asumir la flexibilidad como norma de trabajo en lugar de la rigidez y el apego a tradiciones inmutables.  A su vez, la instalación en el futuro y la incorporación de la visión prospectiva en su labor, harán que las universidades contribuyan a la elaboración de los proyectos futuros de sociedad, inspirados en la solidaridad, en la equidad, el desarrollo humano y el respeto al ambiente.  Asumir el compromiso con la innovación es para la educación superior asumir el reto del futuro.

Es preciso tener presente la llamada “revolución copernicana” en la pedagogía, que consiste en desplazar el acento de los procesos de enseñanza a los procesos de aprendizaje. De esa manera, existe hoy día un renovado interés por las teorías o paradigmas del aprendizaje. Hablamos de un “desplazamiento del acento”, para indicar que al centrar ahora los procesos de transmisión del conocimiento en los aprendizajes, es decir, en el sujeto educando, en el aprendiz, en el alumno, esto no significa desconocer o suprimir la importancia de los procesos de enseñanza y, mucho menos, el rol del profesor.  Lo que pasa es que el profesor deja de ser el centro principal del proceso, que pasa a ser el alumno. El docente se transforma en un guía, en un tutor, en un suscitador de aprendizajes, capaz de generar en su aula un ambiente de aprendizaje.  En último extremo, podríamos decir que se transforma en un co-aprendiz con su alumno, pero no se esfuma ni deja de ser importante en la relación profesor-alumno, que está en el fondo de todo proceso de enseñanza-aprendizaje.

Estos desafíos del aprendizaje conducen a las respuestas pedagógicas que forman el núcleo de los procesos actuales de transformación universitaria, y que deben inspirar los nuevos modelos educativos y académicos. Esas respuestas, que implican profundas innovaciones educativas, son:

  • La adopción de los paradigmas del “aprender a aprender”, “aprender a desaprender”, “aprender a emprender”, “aprender a atreverse” y “aprender a amar”.
  • El compromiso con la Educación Permanente.
  • El traslado del acento, en la relación enseñanza-aprendizaje, a los procesos de aprendizaje, que ya mencionamos.
  • El nuevo rol de los docentes, ante el protagonismo de los discentes en la construcción del conocimiento significativo.
  • La flexibilidad curricular y toda la moderna teoría curricular que se está aplicando en el rediseño de los planes de estudio.
  • La redefinición de las competencias genéricas y específicas para cada profesión o especialidad, sin descuidar los aspectos que más se ciñen a la formación de la persona y la ciudadanía responsable y crítica.
  • La promoción de una mayor flexibilidad en las estructuras académicas, superando las organizaciones puramente facultativas, o por escuelas y departamentos, y pasando a estructuras más complejas: áreas, divisiones, proyectos y problemas.
  • Generalización del sistema de créditos, con una nueva concepción que otorgue créditos al trabajo individual y en equipo de los estudiantes y no únicamente a su presencia en el aula y el laboratorio.
  • La estrecha interrelación entre las funciones básicas de la Universidad (docencia, investigación, extensión y servicios).
  • La reingeniería institucional y la gestión estratégica como componente normal de la administración universitaria y como soporte eficaz del desempeño de las otras funciones básicas.
  • La autonomía universitaria responsable, con rendición social periódica de cuentas.
  • Los procesos de vinculación con la sociedad y sus diferentes sectores (estatal, productivo, laboral, empresarial, etc.), en el contexto de una pertinencia social de la calidad del conocimiento, transmitido y difundido por la educación superior.
  • Fortalecimiento de la dimensión internacional del quehacer académico, mediante la incorporación de sus docentes e investigadores a las redes académicas mundiales. Internacionalización.

El profesor brasileño, exrector de la Universidad de Brasilia, Cristovam Buarque, ha pronosticado que si la universidad no cambia, será sustituida por otra institución: la post-universidad, que sabrá dar respuesta a los retos de la sociedad denominada por algunos “postmoderna”. Pero, Buarque, al final de su reflexión, adopta una posición esperanzadora que comparto plenamente: “Frente a la necesidad de cambiar, pero impedida de hacerlo, la universidad será posiblemente sustituida por otro tipo de institución, que ocupará el rol de vanguardia del saber que le perteneció por los últimos mil años”. 

La reinvención de la universidad es un reto que deben enfrentar las comunidades académicas, especialmente las del llamado tercer mundo. Es lo que nos corresponde hacer en América Latina, si queremos una universidad que esté “a la altura de los tiempos”, es decir, del siglo XXI. Si América Latina fue capaz de concebir, a principios del siglo pasado con el Movimiento de la Reforma de Córdoba (1918), una “idea de universidad” apropiada para aquel momento histórico y a los cambios que entonces experimentaba la sociedad latinoamericana, no dudamos que América Latina también será capaz de engendrar una nueva “idea de universidad”, que conlleve los elementos que se requieren para dar respuesta al gran desafío que nos plantea el ingreso de nuestra región en las sociedades del conocimiento, la información, la innovación y el aprendizaje permanente, en un contexto globalizado y de apertura a grandes espacios económicos. Quizás sea preciso reinventar la universidad para ponerla a la altura de los retos contemporáneos. Para esto, tenemos fe en la creatividad y dedicación de nuestras comunidades académicas.

El autor es educador, académico y escritor. Fue ministro de Educación, rector universitario y representante de Nicaragua en la Unesco.

COMENTARIOS

  1. Hace 1 año

    Leo y me suena a Utopía, creo que al autor se le olvidó que estamos en Nicaragua.

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