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En memoria de Guillermo Rothschuh Tablada

El sensible fallecimiento del poeta y maestro de maestros Guillermo Rothschuh Tablada me ha conmovido porque fue mi asesor pedagógico durante todos los años en que me desempeñé como ministro de Educación. Considero que la mejor manera de honrar su memoria es comentar su poesía que está hecha de nuestro propio barro.  Es lo que hago a continuación.

Poeta de tierras adentro, en su canto se hermanan hombre y paisaje, vida y naturaleza, protesta y esperanza. Es un poeta bucólico, rural y, por lo mismo, estremecidamente humano.  “Su poetizar, nos dice su crítico Fidel Coloma, se nutre de esa realidad hombre-naturaleza cuyo secreto palpitar él percibe y cuya poética irradiación es él solo en desvelar”.

Poemas chontaleños (1960), nacidos en pleno llano, bajo un sol que es como “una lámpara de once mil demonios” y Cita con un árbol (1965), escrito en París, pero bajo la misma evocación del hombre y la naturaleza, tan ansiosamente buscados entre los soberbios monumentos de la Ciudad Luz, son dos obras representativas de la poesía de Rothschuh, hasta la publicación de su Quinteto a don José Lezama Lima (1978) y luego, años después, Tela de Cóndores-Homenaje a Guayasamín (2005).  El tema vernáculo lo retoma con sus Letanías a Catarrán (1985).

Jean Lecocq, del Instituto Lavoisier, en la introducción al volumen Cita con un árbol, nos dice que:  “El nexo que va uniendo la obra nacida a orillas del Sena y del río Doubs, a la que salió a luz en las riberas del Gran Lago de Nicaragua, es a la vez tenue hilo y trama completa, es decir, el mismo sentimiento de lo humano, la misma primacía de la sensibilidad sobre la estética, el mismo amor a la naturaleza humilde y al hombre lastimoso”. La huella del encuentro la descubre Lecocq en el poema que da nombre al libro parisino: “Cita con un árbol”. Y es que aquel árbol, donde el canto del poeta se refugia, en medio de los grandes bulevares de la bella ciudad,

“brotado en llagas

vegetando en gritos”

es el símbolo viviente de las multitudes de hombres que arrastran su miseria entre los triunfos deslumbrantes de la civilización: “Árbol trasplantado, árbol menguado, árbol expoliado, el hermano de tantos hombres agobiados a los que uno tras otro vemos dibujarse en sus poemas”.

El árbol, los árboles, están siempre presentes en la poesía de Rothschuh Tablada como el símbolo por excelencia de su canto.  Y es que el árbol posee una serie de virtudes singulares que despiertan la admiración del poeta: verticalidad, hermosura, generosidad, nobleza… Por eso, el mejor elogio que el poeta encuentra para el hombre íntegro es decirle que se asemeja a un árbol:

“Era un hombre completo:

cedro real en la ribera…

Para exaltar el patriotismo de Whitman, el poeta nos dice que:

“Amó a su Patria con amor de encina”.

En la cosmogonía de Rothschuh:

“El hombre fue hecho de maíz,

de espeque que se volvió raíz.

De flores amarillas y tallos verdes,

de grano blanco, azul, añil,

de apretada mazorca como un puño,

de pura masa a ras de piedras

ancestrales.

El hombre fue hecho de maíz

por eso siembra y hace huelgas de hambre

en las grandes ciudades”.

Y del árbol, para matar el hastío, cuelga el poeta su sueño y su esperanza:

“Buscamos en el árbol la fruta inserta,

la hoja de laurel nimbada de prestigio

o más arriba, nidos con huevos de vigilia”.

No es, pues, de extrañar que al ocurrir el terremoto de Managua el poeta Rothschuh concretó los hondos sentimientos que la suscitó tan horrenda tragedia en Veinte elegías al cedro, estupendo poemario dedicado a los obreros de la construcción, que es una hermosísima apología de la madera por su doble comportamiento en aquella terrible madrugada: “La noche del terremoto solo las casitas de madera resistieron” (LA PRENSA).

Por eso el poeta nos dice:

“Contrario a lo que todos creíamos

el hilo se fue por lo más grueso

y no por lo más delgado”.

 ¡Cuántas familias pobres se salvaron de segura muerte, precisamente porque su humilde morada se componía de tan solo “cuatro tablas”!

“Se salvó el nido en tu rama y el pobre

(en tu costado).

Oh pobre padre cedro enamorado”

.. “solo el alto cedro pudo

los golpes soportar…”

El ciclo vital del hombre pobre está ligado al cedro:

“Ayer, de cedro, hicieron la cuna,

de cedro hacen ahora la casa.

Harán de cedro mañana el ataúd.

Pasado, presente y futuro

del verbo que se hizo cedro

y habitó entre nosotros”.

El triunfo de la madera sobre el hierro y el cemento nos debe conducir a reconstruir nuestra casa con “verdes artesones”, a devolver su prestigio al “pobre padre cedro desterrado” que “descendió hasta aserrín, que pobres y ricos pisoteaban”, mientras el metal alcanzaba “una alta, indescifrable categoría”:

“Pero ahora que la madera ha rescatado

su valor; su altura más que su aroma;

la caoba su peso, el laurel su dignidad,

construyamos de cedro la cumbrera,

el juguete, la alcoba, la alacena”.

A los ricos empresarios que no comprendieron lo justo de los reclamos de los obreros de la construcción, el poeta les dice:

“El carpintero que armó su huelga

es el mismo que armó tu mansión:

de umbral a techo, de techo a cielo

para partirlo en dos…”

¿Quién puso astillas al viento

para rajar su canción

y alambres quien a los barrios

para enjaular nuestra voz?”.

El poeta aboga por una nueva “edad de madera”:

“Para que en el año de la esperanza

y la reconstrucción —este año y no en otro

el caballo de Troya reconstruyamos

y hagamos la Revolución”.

Es digno de notar que este poemario tuvo como preludio la magnífica Antología del árbol nicaragüense de Orlando Cuadra Downing, 1973, por lo que dos grandes temas poéticos expuestos ahí: Las bodas del carpintero, de Joaquín Pasos y Las elegías del Cedro de Guillermo Rothschuh Tablada, deben ser exploradas y analizadas más ampliamente: lo nicaragüense “en tierra y cielo unido”.

El autor es educador, académico y escritor. Fue ministro de Educación y rector universitario de Nicaragua.

Opinión Maestro poetas nicargüenses Valor archivo
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