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Reproche a los empresarios

El giro de Latinoamérica a la izquierda ha despertado muchas interrogantes. Una de ellas es el porqué: ¿Qué explica que, con la excepción de unos pocos y pequeños países, los electores de la región estén favoreciendo a candidatos identificados con una tendencia perjudicial para el desarrollo?

Antes de responder es preciso advertir que el adjetivo de izquierda cobija muchas variedades. Las más peligrosas buscan refundar la nación haciendo cambios que supediten los poderes del Estado al ejecutivo y lo perpetúen en el poder. Las menos tienden a ser respetuosas de las reglas del juego típicas de la democracia representativa. Pero todas comparten, aunque con importantes grados de intensidad, algunas tendencias clásicas de la izquierda tradicional: hostilidad al sector empresarial o a las clases adineradas; desconfianza al mercado libre, preferencia por el Estado grande, interventor y regulador, por los controles de precios y subsidios populares, por las políticas redistributivas, por encima de las productivas, y por estatizar, en vez de privatizar, empresas.

Que estas políticas hayan sido respaldadas por los electores no causaría perplejidad si hubiesen demostrado ser benéficas para los pobres. Pero, aparte de los obvios desastres de Venezuela y Cuba, la evidencia empírica mundial señala lo contrario. Si se analizan los diversos índices de libertad económica y política en el mundo, surge con claridad meridiana que son los países más altos en la escala quienes han producido mayor prosperidad y disminuido más la pobreza. Los más bajos, por el contrario, han sido los mayores productores de miseria. ¿Por qué entonces el atractivo de la izquierda?

Entre las múltiples causas suele mencionarse la persistente desigualdad social, la corrupción de las clases dirigentes, la inmadurez o ignorancia de las masas y otros factores socioeconómicos y culturales. Estos existen e indudablemente pesan. Pero hay uno que muy pocos atinan a mencionar y que no debe subestimarse: la negligencia del sector empresarial en librar la batalla ideológica a favor de los principios que cimentan las sociedades más libres y prósperas.

El más elocuente en lamentar este fallo ha sido el chileno Axel Kaiser. En su libro La Fatal Ignorancia renueva la tesis de Richard Weaver: que “las ideas tienen consecuencias”; que los conceptos que la gente tenga sobre lo que es bueno o malo, conveniente o dañino, tiene una tremenda importancia sobre sus actuaciones y decisiones.

 ¿Quién puede negar, por ejemplo, que las ideas de Marx tuvieron una gran influencia en el siglo veinte? ¿O las prédicas de Cristo en los dos últimos siglos de historia? Kaiser reprocha a la derecha su “anorexia cultural”, es decir, su severa falta de apetito por instruirse e instruir a los demás sobre las ideas y valores que son fundamentales para la supervivencia del mejor modelo político-económico, que de paso es quien la sustenta.

Saben algo de administración de empresas, poco de economía —la mayoría no ha leído siquiera a Milton Friedman o Adam Smith— y casi nada de historia y filosofía. Lo peor es que no aprecian, ni promueven a personas o instituciones que si están apertrechados con las armas ideológicas que pueden defender eficazmente la libertad y desbaratar las ideas dañinas de sus adversarios. Le dejan entonces el campo abierto a estos, que son quienes hoy dominan las universidades y la mayoría de los medios de difusión.

El resto del público —multitud de líderes, estudiantes, sindicalistas, clérigos y hombres y mujeres, muchos de ellos de buena fe —huérfanos de maestros que les enseñen a pensar sobre cómo debe funcionar la economía y la política, ignoran entonces leyes tan fundamentales como la de la oferta y la demanda y creen que se pueden legislar precios y salarios a capricho. O cargar impunemente de impuestos a los productores. Igual ignoran las lecciones de la historia (bien contada) menospreciando los peligros de la concentración del poder y haciéndolos propensos a creer en los mesianismos políticos.

Claro, no todo es ignorancia. Hay pasiones y egoísmos que nublan la capacidad de razonar. Pero no puede subestimarse lo poderosa que es la verdad cuando se difunde con persistencia y sencillez didáctica. La clase empresarial tiene la gran responsabilidad de usar sus recursos para que esto ocurra.

El autor es sociólogo e historiador, fue ministro de educación y es autor del libro “Buscando la Tierra Prometida; historia de Nicaragua 1492-2019”, disponible en librerías y en Amazon.

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