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El compromiso con la paz

La paz puede estar ausente tanto en conflictos internacionales como internamente en cualquier país. Las guerras internacionales ya han sido abundantemente comentadas y estudiadas, y sabemos cómo han comenzado, por qué y —las que ya finalizaron— cómo han terminado. Generalmente han sido por conquistar territorios y explotar sus riquezas, por engrandecer determinado imperio, por imponer un sistema ideológico o por sentirse amenazados por otro u otros países.

Voy a enfocarme más bien en una de las causas de las guerras internas; que no es la única causa        —dejémoslo claro—, pero sí históricamente la más frecuente y ha afectado a muchísimas naciones en el mundo, sobre todo a partir del siglo XVIII.

Cuando en diferentes países un sector político ha querido imponer su propia concepción ideológica del “bien común” y de la forma de gobernar, generalmente ha procurado llegar al poder para eliminar o someter a quienes sostienen ideas diferentes, y cambiar todo lo anterior. Luego, ya alcanzado el poder, ha pretendido mantenerlo a toda costa por temor a ser sustituido por otro sector que pretenda, a su vez, exterminarlo, someterlo y destruir todos sus logros.

Así ha sido en muchos países donde se ha visto la trágica práctica de que “quien gana, lo gana todo, y quien pierde, lo pierde todo”, o de aplicar el errado concepto de que tener una “mayoría aplastante” les da derecho a mantener a la “minoría aplastada”. Estas erróneas concepciones y prácticas han sido en muchos países el origen de la violencia en torno al poder, en un círculo interminable de “sube y baja” histórico. Gracias a Dios hay naciones donde se han dado estos conflictos y después se logró la paz dialogando y llegando a acuerdos sobre principios y valores mínimos para el bien común y logrando consensos básicos sobre la forma de gobernar.

La Iglesia católica enseña que una verdadera paz es posible cuando se logran esos consensos mediante el diálogo, con perdón y reconciliación que no excluyan la justicia —que puede ser facilitada acordando diferentes formas de “justicia transicional”—. En casos como esos ningún sector tendría que renunciar a su ideología, pero necesariamente deben encontrarse puntos aceptables para todos, debiendo cada sector suscribir acuerdos que recojan un porcentaje razonable de sus ideas y aspiraciones, y otro porcentaje de lo sustentado por los demás.

No es fácil, pero no es imposible. Paz no significa solamente ausencia de guerra. Hay paz cuando la gran mayoría de personas viven en armonía trabajando por el bien común; cuando se respeta la dignidad humana y existen estructuras que garantizan la justicia social y los derechos humanos. Consensuar un acuerdo sobre los lineamientos básicos en estos temas siempre será posible. (cf. Pablo VI, Mensaje Jornada Mundial de la Paz 1969. Juan Pablo II, Mensaje Jornada Mundial de la Paz 1999).

 La Iglesia proclama, con la convicción de su fe en Cristo, que la violencia es un mal inaceptable como solución de los problemas y es indigna del hombre. La violencia es una mentira porque va contra la verdad de nuestra fe y la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida y la libertad del ser humano (cf. Juan Pablo II, Discurso en Drogheda, Irlanda, 1979. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi No. 37).

Es necesario comprometerse incansablemente por la paz. Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la violencia, como dijera San Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris. Recurrir o ejercer métodos violentos, afirma la Iglesia, se convierte en sufrimientos inútiles que además de amenazar el presente ponen en peligro el futuro. La Iglesia siempre ha llamado constantemente al diálogo, y no se cansará de hacerlo, como único método de lograr la paz auténtica.

(Este artículo está fundamentado en el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia Católica Nos. 488-520). El autor es abogado y comentarista de temas políticos y religiosos www.adolfomirandasaenz.blogspot.com

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