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Instrumentos de paz

Un anhelo que tenemos es gozar del don de la paz. Y Jesús nos envía a ser constructores de paz (Lc.10,1-12) y por consiguiente es una de las misiones principales de la Iglesia, ser misionera de la paz.

Jesús lo dice bien claro a sus discípulos: “Vayan a todos los pueblos… Pónganse en camino… en la casa que entren digan primero: ‘Paz a esta casa’… El Reino de Dios está cerca” (Lc.10,1-9).

La buena noticia que nunca debe dejar la Iglesia de predicar es la paz. Nuestro Padre Dios es el “Dios de la paz”, como dice San Pablo (Rom.15,33) y lo que desea para nosotros, sus hijos, es darnos “la paz por medio de su Hijo Jesucristo” (Hch.10,36).

Jesús, es el “Príncipe de la paz”, como lo anunciaba Isaías (Is.9,5). Él ha venido a darnos la buena noticia de la paz (Ef. 2,17), paz que es “muy distinta a la paz de este mundo” (Jn.14,27).

El Espíritu Santo, que es el gran don del Padre y del Hijo, es “Espíritu de paz” (Rom.8,6) y su fruto es la presencia de la paz (Gal.5,22). El don de Dios para todos los hombres es el don de la paz y Dios ha puesto en las manos de la Iglesia brindar ese don a todos los hombres de todo el mundo.

Proclamar a los hombres la paz no es hacernos indiferentes ante toda falsedad, engaño y mentira, vengan de donde vengan.

Esto no es paz, como ya lo decía el profeta Jeremías: “Desde el más pequeño al más grande, todos andan buscando su propio provecho, y desde el sacerdote hasta el profeta, son todos unos embusteros. Calman solo a medias la aflicción de mi pueblo y dicen: “Paz, paz, siendo que no hay paz” (Jer.6,13-14). Quienes actúan así, dice Isaías: “No conocen el camino de la paz” (Is.59,8).

Proclamar la paz es decir que la paz solo es posible, si se hacen realidad los valores del Reino: Justicia, verdad, fraternidad… Por eso, nos dice el Salmo que “la justicia y la paz se besan” (Sal.85,11).

Hacer posible que el pan se comparta, que haya trabajo para todos… Como decía San Juan Pablo II: “La paz exige cuatro condiciones esenciales: verdad, justicia, amor y libertad,”

Tomar conciencia de que la paz no es algo que se impone por la fuerza. La paz es un fruto y el árbol que la produce es la justicia, como ya lo decía Isaías: “La paz es el efecto de la justicia” (Is.32,17).

Vivir conforme la voluntad de Dios, como dice el Salmo: “Mucha paz tienen los que aman tu ley” (Sal.119,165). Por eso, quienes trabajan por la paz, son “bienaventurados” (Mt.5,9). Y San Pablo dice

“Bienaventurados los pies de los que van anunciando la paz” (Rom.10,15).

Todos tenemos que poner un empeño especial para que en nuestro mundo, en nuestras familias, en cada uno de nosotros reine la paz. La paz no podemos dejar de proclamarla y defenderla.

Proclamar la paz a los hombres es hacer posible que se vivan los valores que producen la verdadera paz. Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor.

El verdadero camino que conduce a la paz con Dios y con los hombres no es la mentira, sino la verdad; no es la venganza, sino la justicia; no es el odio, sino el amor.

Nuestro mayor orgullo debería ser, como decía San Francisco de Asís, ser siempre “instrumentos de la paz”.

El autor es sacerdote católico.

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