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¿Una salida de centroizquierda para Nicaragua?

Antes de explorar esta pregunta, definamos algunos conceptos. Por centroizquierda (sin guion de por medio) se entiende comúnmente una visión y práctica política progresista que se caracteriza por su disposición a armonizar la justicia social y la libertad evitando los extremos. Por otra parte, el concepto centro-izquierda (con un guion de por medio) hace referencia a un espacio político que permite la cooperación de organizaciones políticas de “izquierda” y “derecha” que establecen una alianza táctica sin perder sus propias ideologías.

Aclaremos aún más estos conceptos. Partiendo de Norberto Bobbio y otros, la “izquierda” puede definirse como una visión y práctica política que prioriza la justicia social como un medio para acercar la sociedad al ideal democrático de la igualdad de sus miembros. Por otro lado, la “derecha” puede entenderse como una visión y práctica política que, tolerando y justificando la desigualdad, prioriza los modelos de orden social que son compatibles con el funcionamiento del mercado.

En la historia de América Latina, los polos de la extrema derecha y la extrema izquierda abarcan un espacio político que va desde el fascismo pinochetista que priorizó radicalmente la libertad de mercado, hasta el marxismo-leninismo castrista que promueve la justicia social ahogando la libertad. Al norte del continente, los Estados Unidos priorizan la libre competencia, mientras que el Canadá funciona dentro de una orientación política de centroizquierda organizada alrededor de un Estado de

Bienestar. Los Estados Unidos tienen el mayor índice de desigualdad de los países del G-7 —en el que está incluido el Canadá— por lo que Arthur Okun en su clásico libro Igualdad y eficiencia: La gran disyuntiva, señala que el mercado debe tener “un lugar en la sociedad”. Pero, advierte Okun, al “mercado hay que ponerlo en su lugar” para promover la justicia social y la igualdad.

La apreciación compleja de la libertad y la igualdad que defiende Okun, es la misma que impulsó a los teóricos de la social-democracia en Europa Occidental a separarse del marxismo-leninismo y reconocer el valor social del mercado y, más concretamente, la posibilidad de aprovecharlo en beneficio de las clases trabajadoras. El resultado de este esfuerzo ha sido la creación de las sociedades con los índices de desarrollo humano más altos del planeta.

Uruguay, Costa Rica y el Chile post-Pinochet –las tres democracias más sólidas de América Latina, de acuerdo a The Economist– también son producto de visiones políticas que conscientemente evitaron los extremismos de derecha e izquierda para tratar de armonizar la justicia social y la libertad. Para que la sociedad chilena continúe marchando en esta dirección, el recién electo gobierno de Gabriel Boric deberá conjugar, como señala Joseph Stiglitz (ganador del Premio Nobel de Economía, 2001), “la responsabilidad fiscal con una economía más competitiva, mejores condiciones y protecciones sociales para los trabajadores, equidad e inclusión social y la protección del ambiente”.

Partiendo de las consideraciones anteriores, es posible postular que, para superar la crisis política actual y evitar los extremos de derecha e izquierda, Nicaragua necesita de un movimiento o partido de centroizquierda que, con conciencia ambiental y fundamentado en una filosofía humanista —secular o cristiana—, esté dispuesto a conjugar el principio de la libertad —incluyendo la del mercado— con el de la justicia social sin sacrificar ninguno de los dos y poniendo énfasis en el bienestar de los sectores menos favorecidos del país. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal luchó por esta solución cuando propuso “una salida social democrática” para superar el somocismo y para enfrentar el egoísmo de las clases altas, la abulia social de las clases medias, y la peligrosa desesperación de las clases menos favorecidas que, por comprensibles razones, están dispuestas a sacrificar la libertad a cambio de una esperanza, un techo o un trozo de pan (PJChC, La Patria de Pedro, 100; 130-1).

En 1979, el FSLN pretendió ser esta “salida” de centroizquierda cuando simuló apoyar el Programa de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que ofrecía armonizar las libertades públicas y la justicia social. Este programa terminó siendo una mampara para esconder la chata visión con la que la tristemente célebre Dirección Nacional, terminó construyendo un sistema político de extrema izquierda que nos condujo a una guerra y a la desarticulación del tejido social del país. El resto de la historia es bien conocido. Después de su derrota electoral en 1990, el partido FSLN degeneró hasta convertirse en una mara vengativa y cruel, mangoneada por una familia que intenta perpetuarse en el poder, al mejor estilo de los Duvalier en Haití, los Gnassingbé en Togo y los Somoza en Nicaragua.

El estado de descomposición del FSLN parece irreversible. Esto, sin embargo, no elimina —y hasta quizás facilita— la posibilidad de que surjan puentes entre sandinistas y opositores que permitan la construcción de un movimiento o partido de centroizquierda que, como señalaba Pedro Joaquín, no simplemente ofrezca un programa de medidas paliativas, sino que luche por un verdadero cambio en la organización y funcionamiento de la sociedad, priorizando el bienestar de los sectores más débiles del país (Ibid.,112). Solo así podremos enfrentar las recetas envenenadas que ofrece el pensamiento liviano y superficial de los que, desde la extrema derecha y la extrema izquierda, rehúsan aceptar —por insensibilidad social o por limitaciones cognitivas— la necesidad de visiones políticas complejas que no nos hagan escoger entre la libertad y el pan.

El autor es profesor retirado de la Universidad de Western, Canadá.

Opinión Daniel Ortega Nicaragua archivo
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