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Un reencuentro con la democracia en el Día de Europa

Hace poco volví a Europa de visita. Regresar a lugares conocidos, que una vez formaron parte de la vida cotidiana, puede resultar extraño. Esta vez, tuve una inesperada sensación de energía, y no solo por el regreso del aire primaveral. Extrañamente, lo que me resultaba familiar me parecía de repente fresco y nuevo. De hecho, era como si lo familiar se hubiera convertido en algo muy distinto, con contornos nítidos, contornos que normalmente se borran de la memoria con la rutina diaria de la vida.

Lo primero que me sorprendió fue el ambiente de debate. Dondequiera que fuera, podía oír a la gente no solo conversar, sino también debatir abiertamente en lugares públicos. Por supuesto, ayuda que en muchos lugares se haya quitado el uso de mascarillas y reanudado la vida al aire libre. Ante esta oportunidad, surgió en mí un vergonzoso interés por escuchar a escondidas: el debate parecía estar en todas partes y había muchos temas en la mente de la gente.

Todos los días hay noticias impactantes sobre Ucrania, sometida a una brutal guerra de agresión que no tiene justificación alguna y vulnera su soberanía como nación. En la vecina Europa, la ciudadanía desea fervientemente el fin inmediato de la guerra, también tiene el derecho a expresar sus opiniones diferentes sobre la mejor manera fueron los temas de debates que escuché en los lugares públicos.

Viajando en autobús no tuve más remedio que escuchar una acalorada conversación en la que algunos pasajeros debatían sobre los pros y los contras de la acción gubernamental en el contexto de la pandemia y sobre cómo afrontar sus consecuencias en la educación, economía, transporte aéreo, medioambiente; y el comportamiento de la administración local. En resumen, son días en los que se buscan las respuestas adecuadas por todas partes.

Un periódico local hasta llegó a anunciar una iniciativa de debate en línea, en la que se prometía que no importaría la edad, el nivel educativo o el lugar de procedencia. En cambio, importaría más elegir personas con opiniones controvertidas. Para asegurarse de que las conversaciones fueran realmente opuestas y diversas, el periódico aplicaría un algoritmo.

Con este nuevo sentido de percibir lo conocido con una mirada fresca me compré una pila entera de periódicos, impresos en papel. ¿Sabías que el papel tiene un olor característico? Tocar sus páginas me produjo una extraña sensación de alegría. Por supuesto, había comprado demasiados en mi entusiasmo por elegir uno de cada espectro político conocido en mi país.

Hablando de papel, hace mucho tiempo (en mi país) se prohibían y quemaban ciertos libros, para asegurarse de que solo existiera una narrativa, la del partido gobernante. Por supuesto, hoy en día, ir a cualquier librería en Europa es como sumergirse en un océano de diversos puntos de vista, opiniones y narrativas. En una tienda, vi estantes de libros escritos por políticos sobre ellos mismos y múltiples libros escritos por otros sobre esos mismos políticos. Nadie es dueño de una narrativa en una sociedad libre.

En todas partes se reanuda la vida artística tras la larga pausa inducida por la pandemia. Observo las deslumbrantes opciones. Clásico, moderno y popular; arte que invita a la reflexión, como esta exposición profundamente perturbadora que critica abiertamente la destrucción de nuestro planeta a través de crudas imágenes. Aquí se habla de un país, aparentemente muy lejano, devastado por la depredación humana de la tierra y la expulsión de los indígenas, privados de sus derechos constitucionales a la tierra.

En general, se puede ver el hambre de la gente por la música y el teatro después de dos años sin presentaciones en vivo. Los grandes teatros y los innumerables locales más pequeños, como los cafés artísticos, suelen estar llenos. En Europa estamos acostumbrados a que los artistas en sus presentaciones hagan que nos miremos en el espejo de nuestra propia existencia, y también esperamos que sean implacables con los poderosos de nuestras sociedades. Yo daba todo esto por sentado. Sin embargo, hoy reconozco que es la expresión auténtica de una sociedad democrática segura de sí misma.

El otro día iba tarde, tenía prisa, y para mi disgusto el tráfico se detuvo de repente. Pude ver a la policía escoltando y abriendo camino a manifestantes portando sus banderas y pancartas. Los manifestantes ocupaban toda la calle, mientras avanzaban lentamente para asegurar la máxima visibilidad de su causa. Era una causa que no compartía. En ese momento se me hacía muy tarde, pero entonces una idea invadió mi mente. ¡Qué logro más valioso es la democracia que garantiza el derecho de reunión, a la vez que la policía protege una manifestación pacífica, asegurando su paso sin obstáculos por las calles!

Era un sábado soleado, caminaba por las calles con muchas ganas de ver cómo se reanudaba la vida después de tanta pausa, obligada por el covid y el invierno. Ya estamos en elecciones regionales, alrededor de las plazas centrales me encontré con puestos de diferentes partidos políticos, con paraguas en sus colores distintivos para resguardarse de la lluvia primaveral (uno nunca sabe) y mantener secos los folletos informativos ubicados en las mesas. La gente se detenía para conversar con los representantes de los partidos, quienes parecían hablar con entusiasmo de sus programas políticos.

Nunca había pensado que el funcionamiento de la democracia fuera tan visible: esos puestos con sus paraguas de colores, abiertos a todo el público, son la prueba de la verdadera competencia política, donde la gente puede pasearse de un lugar a otro para escuchar los programas de partidos políticos muy diferentes entre sí.

Antes de que se me olvide, debo hablarles de un programa de radio que escuché el otro día en mi coche mientras sintonizaba emisoras y me detuve en una estación musical muy popular, el tipo que todo el mundo escucha de camino al trabajo. El presentador hablaba de los últimos sondeos de opinión sobre la actuación del Gobierno. Luego invitó a los oyentes a llamar y responder a una sencilla pregunta: “¿Cree usted que el Gobierno está haciendo bien su trabajo?” Justo después de la siguiente canción, los oyentes expusieron apasionados sus puntos de vista, sin preocupación o miedo de expresarse públicamente como ciudadanos.

Y luego otro programa en la radio pública que daba mucho que pensar. Entrevistaban a un historiador muy respetado y emérito, quien tal vez hoy también se siente libre para hablar de la actualidad y su relación con el pasado. Se refirió a las guerras y a los errores cometidos por los gobiernos occidentales en la historia contemporánea, sugiriendo humildad. Y concluyó su intervención diciendo que la gran diferencia de las sociedades democráticas, al contrario de las dictaduras, es que siempre hacen un esfuerzo colectivo para aprender de sus errores.

Me gusta leer la historia. Me gusta escuchar a los historiadores. Nos hacen ser conscientes de que nuestra ajetreada vida no es interminable. También nos hacen comprender que en algún momento de la historia se juzgará a nuestra generación actual, tanto colectivamente como a los líderes políticos.

Pero cuando el historiador habla de la política contemporánea, también comprendemos que la historia está en nuestras manos, mientras vivimos. Y podemos cambiarla, mejorarla en cualquier momento, siempre que estemos dispuestos a la introspección.

Todo esto me lleva al Día de Europa, que es mucho más de lo que pensamos. No se trata simplemente de conmemorar una fecha. El Día de Europa es un recordatorio de que nunca debemos dar por sentada nuestra democracia, mientras en el mundo hay tantas personas que quisieran disfrutarla simplemente como yo la vi con mis ojos frescos.

La autora es embajadora de la Unión Europea en Nicaragua

Opinión democracia Día de Europa archivo
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