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Contra la corriente: Serrano Caldera y el contrato social

La historia de Nicaragua ha sido condicionada por dos tipos de visiones: el pragmatismo resignado de quienes ven la política como la habilidad para acomodarse a las circunstancias que impone el poder y el voluntarismo heroico de los que perciben la historia como un juego de azar en el que lo único que podemos hacer para controlar la fuerza de la fortuna es responder con golpes de fuerza y de suerte a las condiciones y circunstancias de la historia. Mientras que el pragmatismo resignado promueve la aceptación de estas condiciones y circunstancias, la visión voluntarista y heroica fomenta la acción y más precisamente el activismo y la agitación para transformar la realidad. Ambas posiciones subestiman el papel que juega la teoría política en la domesticación de la historia.

La ausencia en nuestro desarrollo como sociedad de una práctica política reflexiva capaz de modular nuestro devenir histórico y crear memorias y aspiraciones compartidas nos ha convertido —dice Alejandro Serrano Caldera— en “un archipiélago de islotes sociales que coexisten, inconexos, los unos al lado de los otros”. Y agrega: “La falta de coincidencia en objetivos y fines nacionales, produce un desconocimiento recíproco entre las diferentes partes de la sociedad nicaragüense y, en consecuencia, una autarquía que elimina elementales formas de complementariedad”. Nuestro “robinsonismo”, como llama Serrano Caldera a nuestra forma de vivir en “compartimentos estancos”, denota “la inexistencia de una idea común de Estado-nación y de sociedad que trascienda los intereses subjetivos, individuales o de grupos en un interés nacional y universal”. 

La vida intelectual de Serrano Caldera ha sido una lucha constante para lograr la articulación de nuestra “sociedad disociada”. En esta lucha, ha nadado contra la corriente de nuestro accionar irreflexivo para intentar convencernos de la necesidad de superar la “conciencia política crepuscular y coyuntural que nos domina [e] impulsar una visión estratégica de la política y un proyecto de Estado-nación fundado sobre un contrato social”. 

El contrato social, concepto clave del pensamiento democrático occidental durante más de tres siglos, es central en la obra de Serrano Caldera. Este concepto, nos dice él, no es “una idea beatífica de armonía irreal y por lo mismo irrealizable, es, en cambio, la posibilidad concreta de articular políticas que busquen una satisfacción equilibrada de los intereses de grupos o de clases, referidos a objetivos comunes y paradigmas que hagan posible la conciliación de intereses opuestos y la satisfacción de las expectativas y necesidades de todos”. 

Así pues, el contrato social no debe confundirse con la idea de un “pacto” en el que, parafraseando a un sociólogo mexicano, los caudillos de turno instrumentalizan la obediencia de sus seguidores para obtener beneficios particulares. Tampoco es un acuerdo que busca la eliminación del conflicto social que resulta de las diferencias y desavenencias que son inherentes a toda sociedad. El contrato social, usando las palabras de Chantal Mouffe, es un “consenso conflictivo” y abierto a la acción de los diferentes sectores y fuerzas que coexisten en una comunidad. En este sentido, su propósito es normar y administrar el conflicto para evitar que éste degenere en una “guerra de todos contra todos”, como la que hemos sufrido los nicaragüenses durante dos siglos.

Finalmente, el contrato social no es un “programa de complacencias” en donde todo y todas tienen cabida. La idea del contrato social tiene como fundamento y propósito la justicia y la democracia. Por lo tanto, debe establecer exclusiones para evitar que los enemigos de estos valores puedan actuar contra ellos. 

¿Existen en la Nicaragua de hoy, a cuatro años de la masacre de abril, las condiciones adecuadas para iniciar la construcción de un contrato social entre los principales sectores de nuestra sociedad incluyendo los grupos de la oposición “azul y blanco” y el pueblo sandinista honesto? Sí, si logramos articular una visión de la democracia que priorice a los débiles de nuestro país; y si entendemos esta articulación como un proceso que requiere de empatía, reflexión y acción y no, simplemente, la rápida elaboración de un insípido “plan de gobierno” para distribuirse —entre aplausos, vivas y banderas— en la sala de conferencias de algún hotel de Managua. 

Concluyamos. Ni la fortuna ni la Divina Providencia, ni las “leyes científicas” del marxismo panfletario ni la “comunidad internacional”, ni la “implosión” del FSLN o la “explosión social” que muchos ansían (sin saber lo que vamos a hacer después de esos estallidos), ni los conjuros contra “el maligno”, la “estrella de cinco puntos”, o la deidad de Atón, podrán salvarnos del abismo que hemos cavado con nuestras propias manos. Lo único que puede redimirnos es el ejercicio sistemático de la razón, que para Serrano Caldera es el medio civilizado para alcanzar “no solo una relativa estabilidad, sino nuestra propia identidad en medio de una situación internacional y una historia contemporánea contradictoria y disolvente”. 

El autor es profesor retirado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Western (Canadá).

*Obras de Serrano Caldera consultadas: En busca de la nación,1988; La unidad en la diversidad: hacia la cultura del consenso, 1993; Legalidad, legitimidad y poder en Nicaragua, 2004; Nicaragua: una interrogante en la Centroamérica de hoy, 2008.

Opinión contrato social Serrano Caldera archivo
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