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La cultura como factor de desarrollo

En 1982, la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales convocadas por la Unesco, adoptó la “Declaración de México”, en la cual se incluye una definición de cultura que mereció aceptación universal.  Según dicha Declaración, cultura es el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social.  Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.

La “Declaración de México” proclamó el derecho de los pueblos, naciones y comunidades a su identidad cultural.  “Cada cultura, se dijo, representa un conjunto de valores único e irremplazable, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más lograda de estar presente en el mundo”.  De ahí que la afirmación de identidad cultural contribuya a la liberación de los pueblos. Por el contrario, cualquier forma de dominación niega o deteriora dicha identidad.

La afirmación de la identidad cultural no significa promover el aislamiento ni la confrontación con otras culturas. En realidad, la identidad cultural de un pueblo se enriquece en contacto con las tradiciones y valores de otras culturas.  “La cultura es diálogo, dice la “Declaración de México” antes citada, es intercambio de ideas y experiencias, apreciación de otros valores y tradiciones; se agota y muere en el aislamiento”.

La Unesco y sus Estados Miembros han proclamado el principio de que identidad cultural y diversidad cultural son indisociables. La esencia misma del pluralismo cultural la constituye el reconocimiento de múltiples identidades culturales allí donde coexisten diversas tradiciones.  La comunidad internacional ha proclamado que es un deber velar por la preservación y la defensa de la identidad cultural de cada pueblo, partiendo del reconocimiento de la igualdad y dignidad de todas las culturas, así como del derecho de cada pueblo y de cada comunidad a afirmar y preservar su identidad cultural y a exigir su respeto.

Cuando la cultura se carga de prejuicios frente a otras culturas se transforma en fuente de conflictos.  La historia nos enseña que el etnocentrismo intransigente y la intolerancia son fuentes de prejuicios capaces de encubar un dañino concepto de superioridad y arrogancia cultural. Muchas de las guerras del pasado fueron alimentadas por esos prejuicios, que incluso ensombrecen el horizonte de nuestros días.  

En la raíz de la mayoría de los conflictos bélicos actuales es posible descubrir prejuicios étnicos, religiosos, etc., que en el fondo representan choques de culturas.  

En cambio, el reconocimiento de la pluralidad cultural, como forma de convivencia respetuosa, se sustenta en la convicción del origen y destino común de la humanidad.   Este reconocimiento es particularmente importante en una región como la nuestra, desde luego que las sociedades latinoamericanas son históricas y culturalmente diversas.

Una cultura de la diversidad implica el respeto al derecho a ser distinto o diferentes, hoy en día considerado como uno de los derechos humanos de tercera generación. La negación del “otro” conduce a diferentes formas de operación y desemboca en la violencia.  El “otro” puede ser la mujer, el indio, el negro, el mestizo, el marginal urbano, el campesino, el inmigrante, el extranjero.  Esta cultura de la negación del otro genera la cultura de violencia, que ha sido una de las principales limitantes para nuestros esfuerzos democráticos y para la construcción de una cultura de paz.

En el caso de América Latina el pluralismo cultural adquiere especial relevancia en relación con los pueblos indígenas, cuya cultura generalmente ha sido menospreciada o marginada, en vez de considerársele como lo que realmente es: uno de los factores raigales de nuestra identidad.  

Nuestras sociedades multiétnicas tienen que institucionalizar el diálogo pluricultural, franco e igualitario, que incluya a los pueblos indígenas, afroamericanos y de origen europeo y asiático. En la “Declaración de Guadalajara” de la Primera Cumbre Iberoamericana (1991), los jefes de Estado y de Gobierno afirmaron:  “Reconocemos la inmensa contribución de los pueblos indígenas al desarrollo y pluralidad de nuestras sociedades y reiteramos nuestro compromiso con su bienestar económico y social, así como la obligación de respetar sus derechos y su identidad cultural”.

América Latina puede aportar al concierto de naciones una sensibilidad propia, una especificidad cultural, fruto de ese crisol de razas y culturas que realmente somos.  Un estudio de la Unesco sobre las relaciones entre Cultura y Desarrollo nos advierte: “La dimensión cultural no es una dimensión como cualquier otra, no es uno de tantos factores que tomados en su conjunto constituyen los elementos del desarrollo. Por el contrario, es el factor fundamental del desarrollo, la referencia básica por la que se miden todos los demás factores. Un desarrollo sin cultura es un desarrollo sin alma”.

El autor ha sido miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco y Consejero Especial del director general de la Unesco para América Latina y el Caribe.

Opinión Desarrollo archivo
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