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Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa

“Si [Maimónides, médico y filósofo sefardita] hubiese podido curar al mundo entero de una sola dolencia, lo habría librado de la enfermedad de la ignorancia”. (Al Said ibn sina Amud, siglo XIII).
Pensar distinto de la ortodoxia de la religión entrañaba estar al alcance de suposiciones para enviar a la cárcel, la tortura y a la hoguera a los disidentes. Curiosamente esa ortodoxia fue impuesta por emperadores de la Roma pagana.

Las religiones han sido por milenios un componente del poder y muchos dioses han sido sustituidos por otros por guerras de conquista o por el colapso de una civilización. Los romanos del entonces imperio de occidente intuyeron la inevitabilidad de la caída de sus deidades, por lo que cesó la persecución del cristianismo al ser una religión en ascenso. Comenzaron con el Edicto de Tolerancia de Galerio en el 311, siguiendo con el Edicto de Milán de Constantino en el 313, culminando con el Edicto de Tesalónica de Teodosio en el 380, que hizo del cristianismo la religión oficial del Estado, surgiendo así una persecución a la inversa por fanáticos.

El Edicto de Teodosio no se trató de cualquier cristianismo, sino que del emanado del Concilio de Nicea en el 325, el de los auspicios del emperador Constantino, donde se unificaron dogmas frente a un popular arrianismo que pregonaba que Jesús era solo hombre. Se trató por tanto de preservar la unidad de un imperio en decadencia con un Dios trinitario, una iglesia y un solo rito. Ese fue el inicio del credo católico unificado trescientos años después de la muerte de Jesús.

Arrio y los suyos fueron excomulgados y perseguidos, pero el arrianismo no fue exterminado. Los arrianos visigodos llegaron a Hispania en el siglo V y la conquistaron. Doscientos años después llegaron los musulmanes, pero esa es otra historia. Igual es otra historia la alianza de Carlomagno —franco germánico— con el papado en el siglo IX para recomponer un imperio que tuvo una duración efímera.

El Imperio romano de occidente había colapsado definitivamente cuando el último emperador (nominal) fue destituido en Ravena por los ostrogodos en el año 476. Roma ya había dejado de ser la capital imperial, y después de Teodorico el Grande, arriano pero tolerante, el papado y las familias aristocráticas llenaron el vacío de poder en Roma, imponiendo papas, cardenales y obispos de entre los suyos.
Fueron los romanos paganos quienes civilizaron la Europa no helenizada siglos antes y después de nuestra era. Se apropiaron igualmente del norte de África, el Cercano Oriente e Inglaterra, controlando el Mar Mediterráneo, el Atlántico arriba del Estrecho de Gibraltar, el Rin, el Danubio y el Mar Negro, es decir las rutas del imperio por agua y tierra. Roma digo, no Persia ni China ni la India. Esos eran otros imperios, y Rusia no existía todavía.

La expansión del cristianismo —en sus distintas modalidades— fue el efecto colateral del cese de la persecución romana y del acceso seguro a las rutas del imperio, pero después mentes brillantes y visionarias ardieron en la hoguera por opinar distinto, como Jan Hus y Giordano Bruno. Sus monumentos (laicos) están en plazas de Praga y Roma respectivamente, frailes ambos que fueron incinerados en el fuego de la intolerancia.

Otros teólogos críticos del papado que surgieron en el centro de una Europa disgregada, fueron protegidos por monarcas y príncipes alemanes que deseaban la independencia del poder papal (la reforma protestante). Otros disidentes perseguidos cruzaron el Atlántico para ser libres, pero no a los territorios del imperio español, donde la única religión permitida era la católica, apostólica y romana. Familias enteras ya habían sido masacradas en el sur de Francia en la cruzada contra los albigenses, declarados herejes por el papa Inocencio III, y sus tierras y escuelas fueron confiscadas.

El imperio bizantino (oriental) por otro lado se mantuvo con la Iglesia cristiana ortodoxa como religión del Estado hablando en griego, hasta 1453. Los turcos otomanos tomaron Bizancio ese año y desde entonces es musulmana y hablan turco. Por otra parte, el patriarca ortodoxo de Moscú (la tercera Roma), regresó a ser el bastión religioso del Estado después del colapso de la URSS en 1991, y habla ruso. El latín por tanto ha quedado como idioma oficial en un Estado diminuto, sede de innumerables escándalos de todo orden desde tiempo atrás, pero el jesuita Francisco está tratando de hacer enmiendas en el Vaticano (lo que no pudo hacer Benedicto), lo que está bien.

La historia de las civilizaciones ha sido la historia de la guerra, la paz, los tributos y las rutas comerciales, hasta ser desplazada por otra paz imperial. Curiosamente, a nivel local, los paganos están nuevamente persiguiendo y matando a los cristianos.

El autor es doctor en Derecho.

Opinión
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