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Rosario Murillo, Diálogo Nacional, represión, delincuencia,

Rosario Murillo, vicepresidenta designada, junto a Ortega, el 16 de mayo pasado en el inicio del Diálogo Nacional. LA PRENSA/ ARCHIVO/ CARLOS VALLE.

Los “diálogos” de Daniel Ortega

Pocos confían en él y consideran que no le gusta dialogar mientras no sea para sacar provecho y aniquilar a los rivales. La revista DOMINGO hace un repaso sobre cómo han sido los momentos en que Ortega ha dialogado, ante los rumores de un posible diálogo en las próximas fechas

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El dictador Daniel Ortega se encuentra en la actualidad con muchas presiones, tanto internas como externas. Analistas políticos explican que los resultados de las elecciones del pasado 7 de noviembre de 2021 le dieron un “campanazo” de que el pueblo no creyó en su farsa electoral, que las estructuras de su partido han perdido efectividad, a lo cual se sumó la fuerte reacción de la comunidad internacional que prácticamente desconoció los comicios presidenciales.

En la opinión de diversos analistas, Ortega está cercado “en sus propias circunstancias” y por eso sus voceros hablan de la posible realización de un “diálogo” muy pronto, que ayudaría a resolver la enorme crisis sociopolítica en la que se encuentra Nicaragua desde abril de 2018.

El problema, indica Enrique Sáenz, es que “Ortega ha demostrado que solo dialoga en serio cuando está con el agua al cuello”. El académico Carlos Tünnermann indicó que el dictador carece de credibilidad cuando llega a acuerdos, porque no cumple o lo hace parcialmente. Mientras que la analista política Patricia Orozco señala que a Ortega realmente “nunca le ha gustado dialogar”. “A él le gusta hablar con sus oponentes -quienes sean- al filo de la navaja”, expresa Orozco.

La revista DOMINGO repasa por algunos momentos en los que Ortega ha tenido que buscar diálogos, o participar en ellos, para ver cuál ha sido su comportamiento.

Los acuerdos de Esquipulas se firmaron en agosto de 1987. LA PRENSA/ ARCHIVO

Esquipulas

La primera vez que Ortega se vio obligado a dialogar, contra las cuerdas, fue con Esquipulas I y II.

En su libro Buscando la tierra prometida, Humberto Belli señala que para 1987 la guerra asfixiaba a Nicaragua y había preocupación por el ambiente de violencia que existía en Centroamérica. Los presidentes de la región se reunieron primero en lo que se conoció como Esquipulas I, en el mes de febrero, pero no llegaron a acuerdo. Se volvieron a reunir en lo que se conoció como Esquipulas II, en agosto, y, “para sorpresa de todos, esta vez firmaron el compromiso de dar plena libertad a los partidos políticos, plena libertad de expresión y elecciones monitoreadas por las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos. También llamaban a la suspensión de toda acción militar encubierta a fuerzas irregulares”.

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El político Agustín Jarquín Anaya recuerda que Ortega regresó a Nicaragua a trabajar por los acuerdos, pero encontró cierta resistencia en algunos de los otros nueve comandantes de la revolución. Muchos se sorprendieron cuando seleccionó al cardenal Miguel Obando, entonces un enemigo político, y lo puso al frente de una comisión de reconciliación.

Belli afirma que los otros comandantes miraban en Esquipulas una aceptación de la democracia burguesa. Ortega, por su parte, veía una oportunidad para desarmar a los contras.

Esquipulas II llevó a Ortega incluso a aceptar negociar directamente con la Contra, lo cual llevó a las negociaciones de Sapoá en 1988.

Jarquín Anaya manifiesta que Ortega ha demostrado que toma decisiones inesperadas, como el haber adelantado las elecciones de 1990, luego de pláticas con líderes de la Unión Nacional Opositora (UNO).

La foto del pacto liberosandinista. LA PRENSA/ARCHIVO

El pacto

Mermado políticamente, especialmente después de la división del FSLN en 1995 y de la derrota electoral de 1996, Ortega busca un acercamiento con el presidente Arnoldo Alemán.

Alemán, por su parte, también tenía problemas. El ya fallecido politólogo Emilio Álvarez Montalván explicó, en su libro Cultura Política de Nicaragua, que Alemán necesitaba realizar maniobras en la Asamblea pero no tenía la cantidad de diputados suficientes, tenía 42, y necesitaba votos que solo le podía dar el FSLN.

Jarquín Anaya añade que Alemán también quería quitarlo a él como contralor de la República porque le resultaba molesto.

Mientras que Ortega anhelaba que le rebajaran el techo electoral para ser presidente, porque no lograba pasar más allá de un 38 por ciento del electorado a su favor.

En secreto, Alemán y Ortega pactaron un acuerdo político mediante el cual se repartieron los poderes del Estado. Con las reformas constitucionales, que se realizaron en 2000, la mitad del poder estaba en manos de Ortega y la otra mitad en manos de Alemán.

El analista Enrique Sáenz enfatizó que Ortega negoció con Alemán cuando estaba en inferioridad de condiciones y era el socio menor, “pero, en cuanto se sintió con poder se le fue a la yugular y lo invalidó”. En la actualidad, aunque algunos consideran que el pacto podría tener algo de vida, los hechos indican que Ortega se quedó con todo el poder y desplazó a Alemán a lo mínimo.

Ortega y Bolaños. LA PRENSA/ TOMADA DE INTERNET

Bolaños

El presidente Enrique Bolaños tuvo dificultades gobernar porque rompió con el partido que lo llevó al poder por acusar de corrupción al expresidente Arnoldo Alemán.

Para concederle condiciones de gobernabilidad, Ortega le propuso negociaciones, la primera a tres bandas, incluyendo a Alemán. Como Bolaños no quiso, los acosaron con acusaciones electorales. Luego, indica Belli, Alemán tuvo un mal cálculo político y amenazó con reformar la Constitución y prohibir la reelección, lo cual iba en contra de los intereses de Ortega.

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Ortega, usando su creciente influencia en el poder judicial, hizo que la jueza Juana Méndez lo condenara. A partir de entonces, Ortega comenzó a controlar a Alemán.

Para 2004, Bolaños estaba acorralado y había un proceso en la Asamblea para desaforarlo. Ortega detuvo ese proceso y mostró conciliación con Bolaños, pero detrás de eso estaban sus intereses. Acordaron una ley marco que le permitió a Bolaños gobernar tranquilo en su último año como presidente, el 2006, pero Ortega mantuvo la división de los liberales y esperanzado en ganar las elecciones de ese año porque se había rebajado el techo electoral para ser declarado ganador.

Daniel Ortega junto a los líderes empresariales: Álvaro Rodríguez de Amcham, y Jose Adan Aguerri de Cosep en 2017. LA PRENSA/ Uriel Molina
Después de varios años de cercanía, los empresarios se opusieron al régimen luego que les impuso la reforma al INSS. LA PRENSA/ ARCHIVO/ URIEL MOLINA

La empresa privada

Tras recuperar el poder en 2007, Ortega comenzó una alianza con los empresarios que le permitió a él evitar las críticas en los aspectos políticos por parte de los empresarios, y a estos últimos obtener facilidades para hacer negocios en el país.

Jarquín Anaya explica que fue una especie de diálogo permanente entre Ortega y los empresarios que rindió buenos frutos.

Esa relación se rompió con las protestas de abril de 2018, cuando Ortega se sintió traicionado por los empresarios, quienes de alguna manera apoyaron la rebelión cívica.

La crisis política de 2018 unió a miles nicaragüenses contra Daniel Ortega. LA PRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

2018

Ortega reprimió las protestas de abril de 2018 con sangre y fuego. Para mediados de mayo ya había casi 70 personas asesinadas a manos de paramilitares orteguistas que usaban armas de guerra.

Los obispos de la iglesia católica y Ortega acordaron iniciar un diálogo con todos los sectores, aunque Rosario Murillo y Ortega excluyeron a algunos personajes, como la lideresa campesina Francisca Ramírez y el académico Ernesto Medina.

Durante el diálogo, indicó Jarquín Anaya, hubo exigencias que llevaron al fracaso las negociaciones, aunque otros analistas consideran que Ortega solo quería ganar tiempo con el mismo, pero no estaba dispuesto a conceder nada.

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El analista Enrique Sáenz asegura que “los diálogos de 2018 y 2019 fueron subterfugios (de Ortega) para ganar tiempo, capear temporales y organizarse para patear la mesa e imponer su poder represivo”.

“Los diálogos para Ortega dictador no significan lo mismo que para nosotros. Para un demócrata el diálogo es un mecanismo civilizado para resolver conflictos o controversias. Para Ortega es una estratagema que esconde en su arsenal de guerra que lo utiliza no para concertar, sino para doblegar o aniquilar adversarios políticos”, expresa Sáenz.

Daniel Ortega tomó posesión de la presidencia de Nicaragua por cuarta vez consecutiva el pasado 10 de enero de 2022. LA PRENSA/ ARCHIVO

Actualidad

El analista político Carlos Tünnermann cuenta que él solo ha tenido una experiencia en diálogos con Ortega, en 2018, cuando el gobernante le dijo directamente a él que había ordenado detener la represión, pero los hechos demostraban que no había sido así.

Ortega se reeligió presidente por cuarta vez consecutiva el pasado noviembre de 2021, y ahora algunos de sus voceros hablan de un diálogo, pero, aunque se especula que ya se están creando las condiciones para el mismo, todavía no hay nada concreto.

Son muchos quienes consideran que no se puede confiar en un diálogo con Ortega, como el político Moisés Hassan, quien expresa que Ortega por décadas ha demostrado, para él, cumplir compromisos, tener palabra, ser sincero, “es para imbéciles”.

Hassan recuerda diálogos privados e internos en el FSLN, durante los años ochenta, en los cuales Ortega aprovechó “para apoderarse del control” del partido. Un ejemplo, señala, “la composición arbitraria del Consejo de Estado impuesta en abril de 1980”.

Sáenz agrega que Ortega no ve con respeto a sus adversarios políticos, como lo demostró llamando “hijos de perra” a los prisioneros políticos recientemente.

En las próximas fechas se verá si hay nuevo diálogo en Nicaragua y si Ortega repetirá sus patrones de conducta durante los mismos. Se verá si realmente quiere concertar o si lo usará para mantenerse en el poder.

La Prensa Domingo Daniel Ortega diálogo nacional archivo

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