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El discurso político de la oposición: lecciones de una experiencia

“Le entró por un oído y le salió por el otro”. Esta expresión hace referencia a situaciones en las que las palabras que usamos para comunicarnos con los demás son oídas, pero no escuchadas. El diccionario de la Real Academia Española nos dice que escuchar significa “prestar atención a lo que se oye”, en tanto que oír simplemente significa “percibir con el oído los sonidos”. Quien solamente oye, no pone atención.

El discurso de los grupos de oposición durante el bochinche pre-electoral del año pasado “entró por un oído y salió por el otro”, es decir, no fue registrado por el cerebro, que es el lugar donde se organiza la conciencia o, lo que es lo mismo, la capacidad de percibirnos a nosotros mismos como parte del mundo y de la sociedad en que vivimos.

En el cerebro humano funcionan alrededor de ochenta mil millones de neuronas, cada una de las cuales establece miles de conexiones con otras neuronas. En ese “bosque gris”, como lo llama el neuro-científico español Francisco Mora, se registran las impresiones que dejan nuestras experiencias —las de nuestra especie, las de nuestra historia social, y las individuales—. Algunas de estas experiencias dejan huellas permanentes, ya sea por su intensidad —como el trauma del abuso sexual— o por su reiterada ocurrencia, como la inseguridad que produce la pobreza crónica que afecta a millones de nicaragüenses. Al igual que estas experiencias negativas, las positivas también son registradas por el cerebro y condicionan nuestra actitud ante la vida.

Para que un discurso político mueva la conciencia de las personas a quienes está dirigido, debe saber ligar las ideas que trata de comunicar con los registros neuronales de nuestras experiencias. Las metáforas ayudan a conseguir este propósito. Veamos un ejemplo.

En su famoso discurso “Yo tengo un sueño”, pronunciado el 28 de agosto de 1963, Martin Luther King denunció, en nombre de los afroamericanos, el incumplimiento de la promesa de justicia y libertad que la Constitución de los Estados Unidos ofrece a los ciudadanos de ese país. Lo hizo traduciendo la idea abstracta de esa promesa a algo concreto y conocido como la figura de un cheque sin fondos: “Estados Unidos ha fallado en su promesa (de justicia y libertad) en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto con el sello de ‘fondos insuficientes’. Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado (…) Por eso hemos venido a cobrar ese cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia”.

Comparemos el discurso de King con el de uno de los pre-candidatos presidenciales que, dirigiéndose a los nicaragüenses el año pasado, hace una disparatada equivalencia entre la ausencia en Nicaragua de un sistema republicano (una abstracción), a una figura aún más abstracta y, por lo demás incomprensible para la inmensa mayoría del pueblo nicaragüense que no está familiarizado con la historia de Europa: “Hoy no tenemos república, sino más bien, una envejecida monarquía del siglo XVI, que insiste en aferrarse al pasado”.

¿Una “envejecida monarquía del siglo XVI”? ¿Habrá movido esta alocución a nuestros campesinos de Nueva Guinea, o a los pescadores del Bluff?

Escuche, además, el discurso de King y compare su emotividad con la aridez del discurso de otro pre-candidato, durante el lanzamiento de su plan de gobierno el año pasado: “Estamos listos para establecer un gobierno transparente, de prestigio y que represente a los intereses de la nación (…) Me rodearé de los mejores de cada disciplina, y gobernaremos con eficiencia y transparencia”. 

¿Se habrán emocionado los buhoneros que arden bajo el sol en los semáforos de Managua al escuchar que el próximo gobierno será “de prestigio” y formado por “los mejores de cada disciplina”? 

Para articular un discurso efectivo se requiere que quien lo pronuncia conozca y entienda al grupo o a la sociedad a quien se dirige. King conocía y entendía a los afroamericanos porque junto con ellos había sufrido el racismo de la sociedad estadounidense. La mayoría de nuestros políticos —del FSLN y de la oposición— viven enclaustrados en las burbujas sociales donde los aplauden y, cuando hablan, lo hacen pensado en gente como ellos y sus allegados. Por eso su discurso es autorreferencial y ensimismado. 

El discurso político que necesita un país fragmentado y polarizado como el nuestro debe ser capaz de crear puentes que nos conecten y ayuden a conocernos; puentes que nos permitan tejer aspiraciones colectivas y abonen a la construcción de un consenso social dentro del que podamos confrontar nuestras diferencias, sin que se tiña con sangre de hermanos y hermanas nuestro humilde pendón bicolor.

El autor es profesor retirado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Western en Canadá.

Opinión discurso Real Academia Española archivo
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