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El pensamiento leve

Hablar de pensamiento leve es hacer referencia a una manera de razonar la realidad, que carece de fundamentos lógicos o empíricos y que, además, es corto de miras. El pensamiento leve también puede calificarse de superficial, porque no intenta capturar las invisibles raíces de los problemas que aborda; presentista, porque no considera ni la historia que arrastran esos problemas ni las consecuencias de las soluciones que ofrece para resolverlos, y, finalmente, irreflexivo, porque no es fruto de la circunspección sino del arrebato emocional, la obstinación dogmática o, como lo señala la sabiduría popular, de la amargura biliar.

Lo opuesto al pensamiento leve es el pensamiento crítico que puede definirse como “un proceso cognitivo de carácter racional, reflexivo y analítico, orientado al cuestionamiento sistemático de la realidad y el mundo como medio de acceso a la verdad”. Desde esta perspectiva, el pensamiento crítico, contrario al que hemos llamado “leve”, no se queda en el plano de las apariencias –la punta del témpano–, sino que busca entender lo que se esconde por debajo de ellas. De ahí que trata de captar y entender las raíces históricas de lo que sucede en el presente, tratando además de visualizar las consecuencias futuras de nuestras decisiones y acciones.

Veamos un ejemplo de los dos tipos de pensamiento antes señalados. En un artículo de opinión publicado la semana pasada, su autor señala que “la mentira y la doblez”, que para él son características de la mayoría de los nicaragüenses, están “retratada[s]” en el Güegüense, “el personaje arquetípico del nica” (Humberto Belli, LA PRENSA, 10/01/22). ¿En qué nos ayuda este argumento a entender “por qué somos como somos”? En nada. El pensamiento leve nunca agrega nada sustantivo al conocimiento de nuestra realidad.

Por el contrario, una interpretación crítica de la obra El Güegüense, y de la historia de los nicaragüenses, nos conduce a una mejor comprensión de lo que simboliza el personaje central de esta pieza de teatro popular. Por ejemplo, cuando la Unesco declaró El Güegüense como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, lo hizo tomando en consideración el análisis crítico de los principales estudiosos de esa obra. Así pues, la caracterizó como un “drama satírico” y como una “enérgica expresión de protesta contra el sistema colonial”. A partir de esta interpretación, El Güegüense se convierte en una compleja representación de la disimulada resistencia de quien ha aprendido a enfrentar la práctica arbitraria del poder desde una posición, muchas veces crónica, de debilidad. 

La interpretación de la Unesco se hunde en la historia de nuestra sociedad y, al hacerlo, coincide con el principio de la primacía de la experiencia que es uno de los consensos más fuertes en las ciencias de la mente. El filósofo cognitivo Mark Johnson sintetiza este consenso cuando señala que la moralidad individual y social “empieza y termina” en la constante relación de los seres humanos con su contexto social, histórico, y espacial. Si aceptamos el argumento de Johnson tendríamos que aceptar que cualquier intento de analizar la moralidad de una persona o de un pueblo debe tomar en consideración esta relación simbiótica. De lo contrario, dice Johnson, podemos caer en interpretaciones dogmáticas que terminan siendo inmorales porque el dogma cancela el uso de la razón para encontrar la verdad (Mark Johnson, Morality for Humans, 2014, 99; 163-191).

No basta pues tronar contra los nicaragüenses. Debemos, con actitud crítica, preguntarnos: ¿Por qué miente y enreda el Güegüense en su intercambio con el representante del poder colonial? ¿Por qué actuamos como el Güegüense los nicaragüenses de hoy cuando, por ejemplo, el empleado público le declara amor y fidelidad a la señora Murillo, mientras hace en secreto la guatusa? ¿Por qué, como el Güegüense, muchos de los carretoneros de Managua le manifestaban su “eterno agradecimiento” a Pedro Solórzano por la oportunidad de conseguir alimentos a cambio de humillarse públicamente y divertir a la clase política de nuestro país y sus familiares en el degradante espectáculo del Ben-Hur durante la época de “la democracia”? 

Para terminar, reconozcamos: todos pensamos levemente en ocasiones, en menor y mayor grado. Esto es inevitable. Afortunadamente, el mundo y cualquier sociedad pueden tolerar una cierta dosis de pensamiento leve. El problema surge cuando este tipo de pensamiento se normaliza e inunda las formas de comunicación de las que una sociedad depende para entender sus problemas y progresar. Cuando esto sucede, se entroniza, como se ha entronizado en nuestro país, un discurso político que, como el del nebuloso e insípido “retorno a la democracia”, no es capaz de tocar el corazón –más bien las neuronas– de quienes esperan y necesitan algo más que pompa y consignas para poner fin al macabro espectáculo que ofrece al mundo la Nicaragua de hoy.

El autor es profesor retirado de la Universidad de Western (Canadá).

Opinión
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