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Jesucristo en los libros de la Sibila

Y además

A propósito de que mañana 25 de diciembre es el día de Navidad, se me ha ocurrido escribir sobre un  tema que, como se verá al final, está relacionado de alguna manera con Jesucristo.

Se trata del tema de la Sibila, sobre el cual ya escribí dos veces en esta misma columna, el 21 de octubre de 2011 y el 26 de febrero de 2021 que está finalizando.

Quiero recordar, dadas las circunstancias, que la segunda columna que titulé El mito de la Sibila de Cumas, la escribí a propósito de unos comentarios de mi buen amigo Francisco Aguirre Sacasa, quien lamentablemente se encuentra actualmente encarcelado en condición de preso político.

En esta ocasión quiero referirme a la sibila Demófila, también llamada Hierófila, la que moraba en Cumas. Esta era una antigua ciudad italiana cercana a Nápoles, fundada por los griegos con el nombre de Eubea en homenaje a la isla del mismo nombre localizada en el Mar Egeo.

El mitógrafo francés Jean Francois Michel Noël, dice que el escritor romano Marco Terencio Varrón (116 a 27 antes de Cristo), escribió que Demófila fue a visitar al rey Tarquino el Soberbio para ofrecerle una colección de nueve libros antiguos, a cambio de 300 piezas de oro.

Pero Tarquino despreció a la sibila, que arrojó al fuego tres de los  libros. Le ofreció los restantes seis libros por el mismo precio que había dicho antes, pero el rey romano de nuevo la menospreció y entonces la sibila quemó otros tres libros. 

Solo quedaban tres libros y Demófila volvió a ofrecerlos a Tarquino, pidiendo siempre las mismas 300 piezas de oro. Y le advirtió que también los quemaría si los rechazaba de nuevo.

Tarquino, impresionado por la obstinación de Demófila llamó a los augures (adivinos), quienes le dijeron que debía pagar el precio por los libros pues de otra manera le haría un gran daño a Roma.

Tarquino obedeció a los agures, pagó por los tres libros lo que pedía Demófila y esta  le aconsejó que los guardase con mucho cuidado, pues en ellos estaban los oráculos que presagiaban el destino de Roma.

El rey mandó a guardar los tres libros en un cofre de piedra que fue colocado en una bóveda del templo de Júpiter, en la colina del Capitolio. Y los puso al cuidado de diez patricios a quienes dio el nombre de decenviros. Aquellos volúmenes fueron llamados los Libros Sibilinos y nadie los podía leer  sin autorización del Senado, la que se concedía solo en los grandes acontecimientos.

Se dice que Cicerón leyó los Libros Sibilinos y dijo que contenían acrósticos elaborados con mucho arte. Y san Agustín de Hipona escribió en su magna obra Ciudad de Dios, que uno de los acrósticos formaba con las letras iniciales en griego las palabras equivalentes a Jesucristo, hijo de Dios, salvador.   Algo asombroso, sin duda, considerando que Tarquino el Soberbio que adquirió de Demófila los Libros Sibilinos, reinó entre los años 534 y 509 antes de Cristo. Eso fue más de cuatro siglos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, después llamado Jesucristo, cuya Natividad es celebrada el 25 de diciembre por todos los cristianos. Y como festividad cultural por muchísima gente más.

Opinión Jesucristo Navidad archivo
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